Cuentan que el papa Pablo V, mientras escuchaba el relato de Pedro y Juan junto a la puerta hermosa del templo en Jerusalén y el lector leía la frase de Pedro «no tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo , ¡El Nazareno, anda!», se volvió hacia uno de sus asistentes y le dijo: «Nosotros, en cambio, tenemos plata y oro». El asistente, que no era otro que san Roberto Bellarmino, le respondió: «Por eso no podemos decir: levántate y anda».
Ir ligeros de equipaje, sin pan, ni zurrón, ni dinero, ni otro vestido y sólo un bastón en la mano y un par de sandalias por calzado, parece a nuestros ojos más insensatez y falta de previsión que virtud. La misma Iglesia, muchas veces ciertamente por la misma dinámica histórica, ha acumulado un pesado y amplio bagaje que quien sabe si no es un lastre más que una ventaja, especialmente a los ojos de nuestro mundo.
Cierto que tenemos la responsabilidad de preservar todo un patrimonio cultural y monumental legado de siglos y que debemos transmitirlo en las mejores condiciones posibles a las futuras generaciones. Pero quizá no sea ésta la simplicidad que hoy nos pide Cristo, o al menos no es su centro. Muchas veces nuestro equipaje está más lleno de autocomplacencia y de carencia –podríamos decir de falta de empatía hacia los demás, empleando el lenguaje actual– que de las simples sandalias de la comprensión y el bastón de la amicicia hacia los nuestros hermanos y hermanas.
Transmitir la fe es una llamada que hizo Cristo a los doce. Hoy es también una llamada que el Señor nos hace a todos y cada uno de nosotros. Para recorrer este camino es preciso, ante todo, tener bien presente que en un sitio este mensaje será bien recibido y en otros no será ni bien recibido ni siquiera escuchado. No por eso debemos renunciar nunca a nuestra labor evangelizadora. Al contrario, es necesario insistir siempre, con respeto, con corrección y honestidad, pero sin desfallecer nunca. Y, para esta misión, la pesada de nuestra mochila puede ser más un impedimento que una ventaja. Nos bastaría tan sólo el bastón de la coherencia, las sandalias de la sinceridad y el vestido de la alegría para cumplir la tarea que Cristo nos ha encomendado: de dos en dos, en comunión, compartiendo misión cómo compartimos la fe en una misma Iglesia.
Tenemos lo mejor de los mensajes para transmitir al mundo: el de Jesucristo, el nazareno. Un Dios hecho hombre para ayudar a la humanidad a reencontrarse con Dios.