Avanzamos un extracto de la entrevista con Enrique Benavent que publicamos en la edición en papel de diciembre
A una noche casi en vela por la DANA, le siguieron llamadas, algunas sin contestar, a los sacerdotes de los lugares afectados hasta que consiguió localizar a todos. Tras rezar ante la Virgen de los Desamparados horas después de la riada y poner todos los medios de la diócesis a disposición de los afectados, se calzó las botas y recorrió la zona cero, incluso cuando no habían llegado ni el Estado. Solo había voluntarios. Este es un breve relato de la determinación de Enrique Benavent, arzobispo de Valencia, que desde el primer minuto se volcó con los afectados por la tragedia. A las primeras visitas, siguieron otras, acompañado por el nuncio del Papa, Bernardito Auza, o por el cardenal Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.
Se cumple un mes de aquel fatídico día. ¿Cómo lo recuerda?
Estaba en casa. Había llegado a las 18:00 horas y ya había noticias de inundaciones en Utiel. Pero en Valencia no había llovido. Estaba nublado, oscuro, había viento, pero no llovía. De modo que, como no había estado conectado a los medios de comunicación durante el día, solo caí en la cuenta de la gravedad cuando encendí la televisión. Empezamos entonces a atisbar la tragedia. Estuvimos despiertos hasta altas horas de la noche, pero nos fuimos a la cama sin tener una idea clara de la magnitud. Al día siguiente, ya aparecieron las imágenes y me enteré de algún caso extremo. Como el de una mujer que, con su hijo de cinco años, estuvo desde las 22:00 hasta las 5:00 horas encima de un muro sin que nadie los socorriese. Llamaron al 112, pero no cogían el teléfono. Cuando consiguieron contactar, no acudió nadie. Un vecino, cuando ya bajó el nivel del agua, los resguardó en su casa.
Y por la mañana, cuando cae en la cuenta de la catástrofe, ¿qué hace?
En primer lugar, llamar a los sacerdotes, ponerme en contacto y hablar con ellos. No fue fácil, porque las comunicaciones telefónicas no funcionaban en la zona. A través de terceros nos fuimos enterando de que estaban todos bien, excepto dos, de los que no teníamos noticias. Al final de la noche, supimos que uno de ellos estaba bien, mientras que al día siguiente nos dieron señales de vida del otro. También he estado pendiente de cómo estaban sus familias, así como las de los sacerdotes y seminaristas que son originarios de esas localidades. Eso fue lo primero, luego empecé a visitar las zonas afectadas.
En esos primeros momentos, de shock, cuando se acerca a la Eucaristía o a la oración. ¿Qué le dice a Dios?
Te preguntas por el sentido de esto, por aquello que querrá decir el Señor… Pero también fue un momento para dar gracias a Dios porque los sacerdotes estaban vivos y para pedir por las familias rotas, por los que habían tenido pérdidas materiales, por los que habían vivido una noche dramática. Al día siguiente de la tragedia, fuimos a la basílica de los Desamparados para celebrar la Eucaristía y rezar. Y desde allí anunciamos que poníamos todos los medios de la diócesis a disposición de los afectados. A partir de ahí, fui presentándome en las parroquias afectadas, primero en las de la ciudad de Valencia, porque los desplazamientos eran más fáciles, pero luego fui a Picaña y Paiporta, dos de los pueblos más afectados.
¿Cómo fue esa primera visita a Paiporta, Picaña…?
Impresiona llegar a Picaña y ver la Iglesia destrozada, un templo que habían restaurado no hace mucho tiempo. En Paiporta fui caminando de una parroquia a otra porque no se podía utilizar el coche. Estaba todo lleno de barro y muebles.
¿Todavía no había llegado nadie?
Solo voluntarios. Allí estaban, muchos de ellos jóvenes de parroquias, limpiando. Algunos me reconocieron y se acercaron a saludar. En Aldaya visité la parroquia y la residencia que tienen las Hermanas de la Cruz. Allí hablé por primera vez con un alcalde. También estuve en el barrio de La Torre, en Valencia, donde se limpió el templo en tiempo récord y se convirtió en centro de distribución de productos de primera necesidad.
¿Cómo están los sacerdotes?
Los veo cansados. Les he dicho que, cuando esté todo un poco en orden, se tomen unos días de vacaciones. Están animosos, como cualquier persona que tiene que hacer frente a una situación tan inesperada y ante la que hay que responder. Necesitarán un tiempo de descanso, aunque la vida parroquial tardará en normalizarse. Como la vida de las personas.
En la Eucaristía por las víctimas y afectados en la Almudena, en la que participaron todos los obispos españoles, usted dijo que no era un momento solo para acompañar el dolor, sino también para mostrar esperanza. ¿Cómo hacerlo cuando tanta gente lo ha perdido todo?
Ahora mismo, el sentimiento que más predomina es el dolor. Y el dolor, con el tiempo, dará paso a una actitud nueva, más esperanzada. En estos momentos, la manera de compartir esperanza no es tanto decir palabras, sino tener gestos. Como dice Francisco en la bula de convocación del Jubileo, las obras de misericordia son obras de esperanza. De alguna manera, la esperanza cristiana se hace visible cuando va acompañada de esas semillas de esperanza que se van sembrando en el corazón de las personas que sufren. Si la esperanza y las palabras no van acompañadas por la vida, no son creíbles. En este sentido, creo, y así lo he percibido, que la gente no ha rechazado la de vivencia de la fe, sino que la ha valorado. Es una manera de decir que la esperanza cristiana es creíble. Me decía el párroco de La Torre que, ahora, los domingos, tienen que celebrar la Misa en la plaza, porque la iglesia está ocupada. Le pregunté si la gente respeta el momento. Y me dijo que no solo lo respeta, sino que lo valora. De alguna manera, nos recuerda que hay una esperanza que superará y será más fuerte que todas las dificultades que estamos viviendo.
¿Cree que la Iglesia ha cumplido en esta tarea de llevar esperanza?
Hemos hecho lo que hemos podido. Pero estoy convencido de que hemos estado donde teníamos que estar y nos hemos hecho presentes donde nos teníamos que hacer presentes. Más que orgullo, me produce un poco de satisfacción.