¿Es realmente necesaria una reforma en los seminarios? ¿Por qué? ¿Por qué ahora? Estas preguntas están en la mente de muchos ante las noticias que han aparecido estos meses referidas a la reforma de los seminarios en España. Este es un largo camino que empezó hace ya siete años con la publicación de la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, el 8 de diciembre de 2016. La Iglesia en España acogió con prontitud este plan de formación y nos pusimos manos a la obra para elaborar un proyecto adecuado a las circunstancias españolas. El plan de formación sacerdotal para la Iglesia en España, titulado Formar Pastores Misioneros, fue aprobado por los obispos en abril de 2019. Todo el camino recorrido desde entonces tiene como sentido la acogida práctica de este plan de formación. Y esto no puede ser inmediato. Todo documento eclesial necesita tiempo para que vaya siendo trabajado y comprendido en sus fundamentos más profundos. No se trata de hacer reformas cosméticas, sino de seguir dando a aquellos a los que Dios llama al sacerdocio la formación más adecuada al tiempo que vivimos y en el que ellos tendrán que servir.
¿Cuáles son los elementos centrales de esta reforma? En primer lugar, hay que decir que la reforma de una institución eclesial como son los seminarios no consiste en empezar todo de nuevo o en decir que todo lo anterior estaba mal hecho. Todo lo contrario. El plan de formación recoge toda la experiencia formativa que la Iglesia en España ha hecho durante los últimos 30 años en aplicación de la exhortación postsinodal de Juan Pablo II Pastores Dabo Vobis.
El plan de formación sacerdotal tiene cuatro ejes fundamentales. La formación es un único camino discipular que dura toda la vida; es una formación integral, que afecta, por tanto, a todas las dimensiones de la persona de forma equilibrada; es progresiva, gradual, en la que el seminarista ha de ir creciendo y dando diferentes pasos que muestren la verdadera transformación interior que va operando la acción de la gracia; y, por último, se subrayan las notas comunitaria y misionera como dos aspectos que traspasan toda la formación y que preparan a los futuros sacerdotes a ser hombres de comunión y enviados para ser testigos de Jesucristo ante los hombres de este mundo.
La mayor novedad de la Ratio de 2016 fue la determinación de cuatro etapas en el proceso formativo que ya se venían viviendo en muchos seminarios, pero que quedan delineadas en sus objetivos con mayor claridad. Las cuatro etapas, propedéutica, discipular, configuradora y de síntesis vocacional, son indispensables para que el seminarista pueda vivir un proceso que sea verificado por el rector y los formadores de cara a dar su juicio de idoneidad para el candidato. Además, uniendo este elemento a la importancia de la vida comunitaria de aquellos que tendrán que ser pastores de una comunidad, cada etapa debe ser vivida en una comunidad propia. No significa aislada o sin contacto con las otras etapas, pero sí con un número suficiente y proporcionado de seminaristas que puedan vivir en comunidad los mismos objetivos.
Conexión entre etapas
El papa Francisco, en multitud de entrevistas y encuentros, ha presentado como ideal de la comunidad formativa la comunidad apostólica. Las etapas, por otro lado, no son piscinas estancas, sino un río que va recogiendo y renovando las aguas de los discernimientos previos, de forma que en cada etapa se vuelve a los objetivos de las etapas anteriores para verificarlos e integrarlos en una dinámica de crecimiento.
Mirando un poco a cada etapa, la etapa propedéutica debe ser vivida ya de forma comunitaria y no se pueden realizar en ella los estudios filosófico-teológicos. Se subraya que es indispensable. El objetivo fundamental de esta etapa es clarificar y afianzar la vocación sacerdotal como una gracia inmerecida y optar deliberada y decididamente por responder a ella en el proceso formativo que seguirá. La etapa discipular, que coincide con los estudios filosóficos, tiene como objetivo fundamental verificar la opción vocacional ya tomada en la etapa propedéutica y consolidar la vida en la perspectiva de un verdadero discipulado. Al finalizar esta etapa, el seminarista ha de haber alcanzado un perfil caracterizado por una libertad y una maduración interior adecuadas. La etapa configuradora coincide con los estudios teológicos. La tarea fundamental será la asimilación e identificación con el ser y el ministerio del presbítero: la configuración progresiva y decidida del seminarista con Cristo cabeza y pastor, sacerdote, siervo y esposo. Las etapas discipular y configuradora forman el núcleo del seminario y, por eso, se entiende que un seminario normal contaría con unos veinte o veinticinco seminaristas sumando estas etapas, siendo un límite inferior entre doce y quince, aunque siempre hay que valorar las situaciones específicas de cada región y la perspectiva vocacional. No podemos controlar las vocaciones, sino que hemos de mirar su tendencia y las expectativas con realismo y esperanza.
La etapa de síntesis vocacional, que incluye el diaconado, tiene un doble objetivo: la inserción en la vida pastoral y la realización de una síntesis personal del camino de formación para iniciar la vida sacerdotal (sería como un propedéutico a la vida sacerdotal). En muchos casos, implica ya una vida parcial fuera de la comunidad del seminario para favorecer la inserción en el presbiterio.
Otros elementos importantes son, por ejemplo, que los formadores tengan dedicación plena y que se tenga especial cuidado en la admisión de los candidatos. Además, antes de la entrada en cualquier etapa del seminario, para aquellos que hayan vivido experiencias previas de formación para el sacerdocio o la vida consagrada en otros seminarios, institutos religiosos o asociaciones eclesiales de cualquier tipo, es necesario obtener previamente y valorar con seriedad los informes de dichas instituciones.
En definitiva, el camino que se nos pide recorrer es de la colaboración entre los distintos obispos para la formación de los futuros sacerdotes. Es cierto que pueden aparecer riesgos y obstáculos que no hemos de minusvalorar, como el alejamiento de los seminaristas de sus diócesis y la repercusión en la pastoral vocacional, además de cómo pueda afectar a los centros de estudios.
Pero son muchos más los beneficios que esperamos alcanzar, como una mejor y más rica experiencia de vida comunitaria, centros de estudio con más alumnos, lo que también afecta a la calidad de los estudios, mayor enriquecimiento cultural, por convivir con seminaristas de otras regiones de España y equipos de formadores con suficiente número, lo que implica mejor discernimiento.
Todo esto queda, además, avalado por la experiencia positiva que muchos ya están experimentando. Y seminarios con mayor número de candidatos pueden ser estímulo para la pastoral vocacional en todas las diócesis que participen de dicho seminario, porque un grupo más amplio tiene mayor capacidad de atracción vocacional.
Miramos confiadamente la vida de nuestros seminarios y a todos los sacerdotes, consagrados y laicos, hombres y mujeres, que incansablemente trabajan en ellos colaborando en la mejor formación. Miramos con esperanza a los jóvenes que se forman en ellos, sabiendo que son los sacerdotes del futuro, pastores misioneros.