Skip to content Skip to sidebar Skip to footer
Teologado de Ávila en Salamanca

Teologado de Ávila: el seminario que marca el camino

Este centro, situado en Salamanca, recoge lo que quiere el Papa Francisco para los seminarios españoles: acoge a jóvenes de diferentes diócesis, ofrece formación integral de calidad y cuenta con un Propedéutico estricto

En el Teologado de Ávila el arte no es cosa menor: bronces de Antonio Oteiza, vitrales exquisitos manufacturados en Zamora, una colección de grabados de san Juan de la Cruz… Y un dibujo de la ciudad de Jaén, que, aparentemente, poco tiene que ver con el despliegue de arte contemporáneo y de la vida de los santos y místicos castellanos. «Es un regalo de dos seminaristas andaluces que estuvieron viviendo aquí hace unos años», comenta Raúl García Herráez, formador de la casa desde hace ocho años. Porque, al contrario de lo que pudiera parecer, en el seminario de Ávila residen y reciben formación jóvenes de ocho diócesis diferentes: Mérida-Badajoz, Zamora, Segovia, Palencia, Ciudad Rodrigo y Plasencia, además de la propia Ávila. En total, son 18 los alumnos que se preparan como futuros pastores con un equipo directivo de tres personas: el rector, el formador y el director espiritual.

Los miembros del equipo formador, como no podía ser de otra manera, pertenecen a la diócesis de Ávila, pero la casa se encuentra físicamente en la ciudad de Salamanca. «Se trataba de un edificio a medio construir por parte de unas religiosas. Los seminaristas vivían entonces en una estructura abierta de pisos, pero el obispo Felipe Fernández quería que tuvieran una casa de verdad. Vinimos aquí en 1989, con ambiente de familia y casa —explica Gaspar Hernández, rector del seminario—. Como era un edificio demasiado ambicioso, diseñado para las vocaciones de 1950, se buscó la fórmula de espacios compartidos con un colegio mayor universitario». El edificio Tomás Luis de Victoria cuenta con 22 habitaciones individuales distribuidas en dos plantas, además de un tercer piso reversible: en función de las necesidades, puede ser usado por el seminario o el colegio mayor. La cocina también es compartida, además del gimnasio y las pistas de pádel, baloncesto y fútbol sala, aunque los edificios son independientes entre sí.

Y el obispo de quien depende el centro es, obviamente, el de Ávila. Si bien «existe una relación frecuente y continua con obispos que vienen aquí, así como con otros formadores y rectores, lo cual redunda en una riqueza eclesial enorme», en opinión de Gaspar Hernández. Hoy, el nuevo arzobispo coadjutor de Mérida-Badajoz, José Rodríguez Carballo, se encuentra visitando a los cinco seminaristas de su diócesis que se preparan aquí para ejercer el ministerio. «No puedo sino alabar la decisión de mi predecesor de traer aquí a los jóvenes. Para un obispo, no tener seminario físico en la diócesis es muy doloroso, y puede que muchos no lo entiendan. Pero hay un principio sagrado: no podemos sacrificar la formación de los jóvenes simplemente por mantener la estructura. No se puede garantizar una formación adecuada en lugares con dos o tres seminaristas; se necesita un buen equipo de formadores, un acompañamiento y, muy importante, la compañía de otros chicos que están recorriendo el mismo camino vocacional, compartir su vida, cada uno con su historia desde su diócesis», asegura a ECCLESIA el recién nombrado arzobispo. 

Badajoz, desde 2020, es la última diócesis en incorporarse a este proyecto comunitario. La primera en unirse al Teologado de Ávila fue Ciudad Rodrigo, en 1991, dos años antes de que Segovia hiciera lo propio, mientras que Zamora (2010), Salamanca (2014), Plasencia (2017) y Palencia (2019) se sumaron bien entrado el nuevo siglo. «Otros obispos mandaban también a sus seminaristas de manera puntual y, así, hemos tenido alumnos de Tenerife, Getafe, Zaragoza, Jaén, Cádiz o Santiago de Compostela», enumera Gaspar Hernández. «Crear este Teologado fue una decisión profética de nuestro obispo, tomada inmediatamente después del Concilio. El primer año vinieron 22 teólogos; al siguiente, casi 30 filósofos y teólogos, porque aquí siempre se ha dado una formación sólida y de calidad, no limitada a lo meramente intelectual», agrega. 

Durante el primer trimestre de este año, el papa Francisco envió a dos obispos uruguayos de visita apostólica para valorar el trabajo en cada uno de los 86 seminarios de España, de suerte que uno de ellos empezó precisamente por aquí. En la reciente reunión mantenida por la Conferencia Episcopal Española con el Papa y los miembros del Dicasterio para el Clero en Roma, el seminario diocesano de Ávila se puso como ejemplo de buen hacer y modelo a seguir, en tanto paradigma de cooperación fraterna y centralización de esfuerzos que repercuta en una formación más rica y acompañada de los jóvenes. 

«Nuestro modelo no es nuevo, tiene un recorrido de más de 30 años», explica Raúl García. «Comprendemos que pueda dar miedo que se desvinculen de su tierra, pero eso no sucede, porque los seminaristas viven aquí entre semana y los fines de semana viajan a sus diócesis de origen para ayudar. Y aquí, en la propia casa, todos somos curas de la Iglesia, somos una comunidad única, sin rivalidades. Aquí nadie pierde su identidad, sino que se suma lo propio de cada sitio: es una comunión de riquezas», sentencia el responsable de formación.

Los propios alumnos también son conscientes de los beneficios de este modelo cooperativo: «Vivir con tanta gente de fuera te ayuda a conocer muchas realidades que en un futuro nos pueden ayudar: conocerte a ti mismo, ganar experiencias, conocer a sacerdotes de otras diócesis que te puedan echar una mano en una excursión… Saber que no estás solo, que aprendes de tus compañeros, compartes con ellos y, a la vez, te enriqueces», asegura Jorge Carretero, estudiante de Propedéutico de Ávila. Así, saberse acompañados por otros jóvenes de su generación en un camino que muchas veces resulta hostil es algo fundamental: «Si yo tuviera que vivir en mi seminario, sería el único, eso sería una pobreza increíble», reconoce Mario Cabrera, estudiante de cuarto curso de Teología, de la diócesis de Salamanca. «Yo mismo tuve miedo de revelar mi vocación a mi familia y, sobre todo, a mis amigos. Cuando eres un chico que va a Misa los domingos y poco más, asumir que Dios te llama a ti no es poca cosa. Luego no fue para tanto, aunque todavía hay amigos que, cuatro años después de entrar aquí, me escriben diciéndome que qué hago aquí, que me vaya. Saber que tengo hermanos que me ayudan en mi camino y lo comparten no tiene precio», concluye.   

Jorge Carretero, a sus 26 años, también sintió miedo cuando tuvo que discernir su vocación: «Me asusté, estudié la carrera superior de Música… Cuando llegó la pandemia, yo era feliz, pero mi felicidad no era plena. En verano, buscando un encuentro con el Señor, sentí lo que no había sentido la primera vez y entonces sí decidí incorporarme al seminario». Por su parte, Juanjo Rodríguez, en primero de Pastoral, de Ávila, se siente con respecto a los pequeños de Propedéutico «como un hermano mayor, con la responsabilidad de que les vaya bien y de transmitirles todas las cosas que a mí me ayudaron». 

 «Para los que vienen de diócesis rurales, sabes que en la diócesis de al lado hay gente como tú, que has conocido aquí y que te puede acompañar en los primeros años de ministerio, para sostenerte», afirma el rector del Teologado. «Por eso, para nosotros lo más importante es garantizar que haya una comunidad formativa suficientemente rica y no tan numerosa como para que uno se desoriente. En los últimos diez años, la media de seminaristas en esta casa ha sido de 15-20, ideal para establecer relaciones formativas y de calidad. La comunidad enriquece, hay un ambiente de familia, una riqueza de relaciones y esto contribuye a una formación eclesial, porque no estás sumando pobrezas, sino que todos nos enriquecemos a partir de distintas edades, países y distintas sensibilidades eclesiales», subraya.

Este año, la programación del curso en el Teologado de Ávila responde al reto de «formar una sensibilidad que nos responsabilice de la realidad para implicarnos a todos». Aparte de las cuatro dimensiones que las Ratio —la universal y la nacional— establecen para trabajar —humana, intelectual, espiritual y pastoral—, los formadores acentúan cada año un aspecto, sin olvidar la transversalidad. Desde el centro destacan el acuerdo con la Universidad Pontificia de Salamanca para impartir las materias propedéuticas en la facultad, algo especialmente valorado por los alumnos. Tras un retiro espiritual, los seminaristas se organizan por grupos y, junto con el equipo directivo, elaboran el proceso formativo del curso, que se evalúa de manera trimestral. En esta ocasión, moldean la sensibilidad siguiendo los textos de Amedeo Cencini, «adquiriendo los sentimientos de Cristo pastor para descubrir el latido del corazón de las cosas», en palabras del formador del centro. «Queremos que lo personalicen, no que les llegue impuesto», afirma el rector.

La corresponsabilidad es otra de las máximas del seminario: «Los alumnos son los que llevan la casa. Ellos se encargan de la decoración, de la limpieza, de la economía… Como Iglesia sinodal, esto también es parte del plan formativo de los seminaristas», explica Gaspar. «En general, lo que más les cuesta para la vida de seminario y presbiteral es el individualismo tan exacerbado que hay en la sociedad», señala Raúl García Herráez. «Cuando llegan aquí, los jóvenes no se conocen, no saben quiénes son. Vienen con muchas heridas afectivas, como todos los de su generación. En su día no hacía falta centrarse tanto en esto, pero hoy todo es así», agrega.

Con respecto a estas heridas afectivas, los seminaristas del Teologado deben completar una fase de conocimiento de sí mismos en el Propedéutico, aprender el cuidado de la virtud de la castidad en la fase Discipular, y culminar con la preparación del celibato apostólico, en la etapa Configuradora. «Uno de los aciertos es cuidar la formación humana a través de una valoración psicológica vocacional, conocerse a sí mismos e incidir sobre ello. Trabajamos muchísimo la personalidad, pero no desde algo que pueda ser concebido como miedo al psicólogo, sino como un instrumento formativo de la dimensión afectiva», continúa el rector. A diferencia de otros casos, en el seminario de Ávila el director espiritual, Antonio Collado —21 años en el centro— vive en la propia casa, y eso ayuda a «dar confianza y conocer mejor a los jóvenes, no esperando desde la sospecha, sino con transparencia». El equipo formador mantiene acompañamiento continuado a los jóvenes, con entrevistas personales cada dos semanas. A sus labores propias organizativas, el rector añade la coordinación de Pastoral y Síntesis Configuradora, mientras que el formador se encarga de las etapas de Propedéutico y Discipular. Mientras que el acompañamiento se centra en la proyección externa del estudiante, el director espiritual trabaja el interior: la conciencia.

Por todo ello, el Teologado de Ávila apostó por implantar un Propedéutico «sólido y al pie de la letra hace cinco años, convencidos de su necesidad, por el perfil de los candidatos, para afianzar la opción vocacional y dar consistencia al proceso ulterior», explica Gaspar. Los alumnos dedican un curso íntegro e intenso al discernimiento de su vocación, viven en una planta específica para ellos y llevan su propio ritmo, aunque participan y colaboran en las comidas, la liturgia y la vida social de la casa. «Ahora vienen muchos desde bachillerato, que es un año muy complicado existencialmente. Muchos traen el discernimiento a medias, no por negligencia, sino porque no les da la vida. Se trata de parar antes de dar pasos, y da mucho fundamento al resto del proceso», detalla el formador. 

«Este trabajo es algo que no se da fuera del seminario y es sorprendente, porque, si no te conoces a ti mismo, ¿cómo vas a ayudar a otro?», se pregunta Antonio del Pozo, de Segovia, alumno de Propedéutico. «Si las bases no están bien puestas, todo se cae. La castidad no es carencia, sino una forma de amor. El problema reside en una estructura humana que no está bien formada, que tiene carencias», agrega. En opinión de Juanjo Rodríguez, «el Propedéutico es fundamental en el mundo de hoy, más afectivo y emotivo, es una realidad que hay que evangelizar. Hay que conocerse para ayudar a los demás». 

Para González Carballo, «este curso es oportunísimo para asegurar un paso adecuado en la vocación. Hay que acentuar la dimensión humana aquí, más centrada en lo afectivo, en lo sexual y en el mundo de las relaciones. Es una estructura necesaria, si pensamos en los jóvenes. Si pensamos en cubrir vacíos, entonces no, entonces cuantos menos años, mejor». Hablamos, por tanto, de un paso esencial para lo que Jorge Carretero llama «entrar en otra burbuja, pero que tiene que estar comunicada. Lo que aquí pensamos y aprendemos hay que llevarlo afuera, a la dimensión pastoral». 

—¿Y qué es lo que más cuesta del seminario?

—A mí no me ha costado, por ejemplo, dejar de ver series. Tenemos teléfono móvil, pero con responsabilidad. Al principio, lo que cuesta es entrar en el horario.

Durante la semana, a las 07:30 deben estar ya con el ofrecimiento del día, Laudes y oración personal. Clases en la facultad de 9:00 a 14:00, tiempo de estudio de 16:00 a 20:30, y Completas a las 23:00.

—¿Son muchos los que lo dejan?

—El rector: «El año pasado no lo dejó ninguno, aunque normalmente siempre se baja alguno. Pero, desde que implantamos el Propedéutico, quien se va, suele irse ahí. Los que avanzan después del año de discernimiento suelen completar su camino». 

This Pop-up Is Included in the Theme
Best Choice for Creatives
Purchase Now