José Rodríguez Carballo vuelve a España tras 26 años seguidos en Roma, los diez últimos en la Santa Sede. Antes vivió en Santiago de Compostela y en Jerusalén. Lo hace para pastorear la archidiócesis de Mérida-Badajoz. donde convivirá un tiempo con el actual arzobispo, Celso Morga.
—¿De dónde surge su vocación?
—Crecí en una familia muy cristiana y practicante. Mi madre, mi abuelo materno y mi abuela paterna fueron maestros en la vida cristiana. Pero hay otro factor. En mi pueblo había un franciscano sencillo, espontáneo, que había sido compañero de mi madre en la escuela. Cuando venía al pueblo se acercaba a comer. Viendo su sencillez y alegría, dije: «Quiero ser fraile, como él».
—Luego pidió ir a Tierra Santa para completar sus estudios.
—Hice mis votos, en la casa de la Virgen, en Nazaret; y fui ordenado sacerdote en Jerusalén. La experiencia me marcó. Pero lo inicios no fueron fáciles. Llegué el 29 de septiembre de 1973 y el 6 de octubre estalló la guerra del Yom Kipur, una experiencia durísima. No podíamos encender las luces por miedo a los bombardeos. También viví momentos de fuerte soledad. El resto de mi estancia fue maravillosa. Todo sacerdote debería conocer bien Tierra Santa.
—Lleva más de una década como secretario del dicasterio encargado de los religiosos. ¿Goza de buena salud la vida consagrada?
—La encuentro con buena salud. Es verdad que la vida consagrada está disminuyendo mucho y va a disminuir más. El problema está en la familia. La natalidad es muy baja y hay una crisis vocacional global. Si vamos a juzgar su estado por los números, entonces está muy mal, igual que la vida diocesana, la Iglesia o la humanidad. La vida consagrada no se salvará por los números. Siempre fue minoría. Y está haciendo grandes esfuerzos en la vida fraterna, en las periferias.
—¿Será la familia una prioridad?
—Es la prioridad. Hacemos mucho y bien con los jóvenes. Hay que seguir, pero sin olvidar la familia. La formación en valores y en el sentido evangélico de la vida se da por contagio. La familia es el primer seminario.
—Ha reconocido que pidió volver a España. ¿Por qué?
—Me gusta la pastoral directa. No quería terminar mi vida episcopal y sacerdotal detrás de una mesa con papeles.
—Sus nuevos diocesanos llevan años clamando para dejar de ser una tierra olvidada. ¿Qué opina de esto?
—Me tengo que informar bien, pero creo que los que tienen responsabilidad sobre el desarrollo de España tienen que tener en cuenta que no puede haber regiones privilegiadas y regiones olvidadas. Espero que Extremadura salga de ese olvido que dicen que sufren mis hermanos allí.
—¿Cómo se ve a la Iglesia española desde Roma?
—La visión que se tiene de la Iglesia española y del episcopado es buena. Es una Iglesia dinámica, con los pies en el suelo, que sabe por donde camina y con la mirada, diría, en el Evangelio. Por tanto, sabe a donde va.