El papa Francisco comienza un nuevo ciclo de catequesis dedicado al Espíritu y la Esposa. «El Espíritu Santo guía al pueblo de Dios y encuentra en Jesús nuestra esperanza»
La primera catequesis de este nuevo ciclo llevaba por título El Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Es el primer paso de un recorrido sobre la historia de la salvación, pasando por las tres etapas: Antiguo Testamento, Nuevo Testamento y el tiempo de la Iglesia. Pero, ha insistido el Papa, «no se trata de hacer arqueología bíblica, sino de descubrir que la promesa hecha en el Antiguo Testamento se cumple plenamente con Cristo».
El título de esta primera catequesis está sacado del Génesis: «Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra estaba informe y vacía; la tiniebla cubría la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas» (Gen 1, 1-2). El espíritu de Dios aparece, ha explicado el Pontífice, «como la potencia misteriosa que hace pasar al mundo de su estado inicial informe, vacío y tenebroso, al su estado ordenado y armonioso».
De la misma manera, en el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo interviene en una nueva creación, «sirviéndose de las imágenes que se leen a propósito del origen del mundo: la paloma que en el Bautismo de Jesús se eleva sobre las aguas; Jesús que en la Última Cena les dice a sus discípulos: «recibid el Espíritu Santo», como al inicio Dios había enviado su aliento a Adán».
Y en esta relación del Espíritu Santo con lo creado, san Pablo habla de un universo que «gime y sufre como en los dolores de parto». Francisco señala que el apóstol ve la causa del sufrimiento de lo creado en «la corrupción y el pecado de la humanidad», algo que sigue siendo cierto hoy.
Para volver a la armonía del Espíritu, san Francisco de Asís indica una vía, «la vía de la contemplación y las alabanzas. Él quería que de las criaturas se elevase un canto de alabanzas al Creador».
Como conclusión, Francisco ha recordado que «el Espíritu Santo, que al inicio transformó el caos en cosmos, también lleva a cabo esta transformación en cada persona. Porque nuestro corazón se parece al abismo vacío y tenebroso de los primeros versos del Génesis». En torno a nosotros hay un caos externo, social y político, «pensemos en las guerras, en tantos niños que no tienen qué comer, en tantas injusticias sociales». Pero hay también un caos interno, y «no se puede sanar el primero si no se comienza por sanar el segundo».