El papa Francisco ha dedicado la catequesis de este miércoles a un tercer aspecto sobre el anuncio cristiano, su actualidad, tras las anteriores centradas en la alegría y el hecho de que es para todos.
Así, ha señalado que se suele hablar mal del hoy por las guerras, el cambio climático, las diversas crisis. Un hoy que está habitado por una cultura en la que el individuo está por encima de todo y la técnica en el centro de todo. Una visión que descarta lo no productivo: «Nos encontramos en la primera civilización de la historia que globalmente prueba a organizar una sociedad humana sin la presencia de Dios» ha señalado. Una sociedad como aquella que construía la torre de Babel en la búsqueda de alcanzar el conocimiento, de cambiarle el puesto a Dios. La diferencia es que ahora se busca más poder.
El Pontífice ha rescatado la siguiente reflexión de la exhortación apostólica Evangelii gaudium, en la que invita a «una evangelización que ilumine los nuevos modos de relacionarse con Dios, con los otros, con el ambiente, y que suscite valores fundamentales». Porque, está convencido, se puede anunciar a Jesús solo si se habita en la cultura del propio tiempo, siguiendo las palabras de San Pablo: «Este es el momento favorable, este es el día de la Salvación».
El celo apostólico no es una simple repetición de un estilo adquirido, sino el testimonio de que el Evangelio está vivo hoy aquí para nosotros. Por eso, insiste el Papa, podemos mirar nuestra época y nuestra cultura como un don, porque evangelizar no significa juzgar desde lejos, ni gritar el nombre de Jesús desde un balcón, sino salir a la calle, ir a los lugares donde se vive, frecuentar los espacios donde se sufre, se trabaja, se estudia, se reflexiona.
En definitiva, habitar los cruces en los que los seres humanos comparten lo que tiene sentido para su vida. Esto significa ser, como Iglesia, «fermento de diálogo, de encuentro, de unidad. Nuestras formulaciones de fe son fruto de un diálogo y de encuentro entre culturas, comunidades e instancias diferentes. No debemos tener miedo al diálogo».
Abandonar estos espacios sería empobrecer el Evangelio y reducir la Iglesia a una secta. Frecuentarlos, en cambio, nos ayuda a comprender de un modo nuevo la razón de nuestra esperanza y compartir el tesoro de la fe. Nuestra misión es ayudar a nuestros compañeros de viaje a no cejar en el deseo de Dios, y a abrir el corazón a Él, que es el único que hoy y siempre da paz y alegría al hombre.
Por último, el Santo Padre ha pedido continuar rezando por la paz en el mundo, especialmente en Tierra Santa y Ucrania.