El 4 de abril de 1992, Mongolia restableció sus relaciones diplomáticas con la Santa Sede, lo que significó que la nación se convirtió en tierra de misión. Así, el 10 de julio de ese mismo año llegó al país el primer grupo de misioneros. Eran tres miembros de la Congregación del Inmaculado Corazón de María (CICM): el padre Wenceslao Padilla, el padre Robert Goessens y el padre Gilbert B. Sales. Hoy, este último es el presidente de la Universidad Saint Louis de la ciudad de Baguio, en Filipinas, su país de origen. Sales, uno de los primeros misioneros en Mongolia, recuerda para ECCLESIA cómo fue llegar a aquel enorme territorio en el que no había ningún cristiano y que visitará Francisco a finales de este mes.
Padre Sales, ¿cómo recuerda el día que llegaron a Mongolia?
Los tres sentíamos una mezcla de emociones cuando supimos que nos enviarían allí. Eran emociones encontradas, porque todo era nuevo: el país, la cultura, la gente, la comida y el idioma. También estábamos emocionados porque Mongolia era entonces una misión recién abierta y nosotros nos íbamos a convertir en los pioneros. Nos sentimos muy bendecidos por ser elegidos por el papa Juan Pablo II para la misión. Evidentemente, también notábamos el peso de la responsabilidad, ya que era un lugar nuevo para nosotros. Aunque no era la primera vez que nos establecíamos en un país distinto al nuestro. Yo estuve en Hong Kong de 1988 a 1991.
¿Cómo era la Mongolia de entonces?
En los 90, Mongolia experimentaba una revolución impulsada principalmente por jóvenes que querían un cambio en el país. El clima político era cambiante y había muchos grupos religiosos creciendo exponencialmente. Por ejemplo, antes de 1990 solo había 30 monjes budistas en Ulán Bator, en el único monasterio que quedaba. La situación de las confesiones religiosas se veía muy afectada por la inestabilidad política.
¿Cómo se empieza a trabajar en un lugar donde la Iglesia católica no existe?
La verdad es que yo hice un poco de todo. Fui párroco, formador, tesorero y director del Verbist Care Center, que fundé en 1995 para los niños pobres y abandonados. Al principio, me dediqué, sobre todo, a visitar las calles de la capital, haciéndome cargo de los más pequeños, llevándoles comida y bebida caliente. Porque después de que la Unión Soviética dejara de apoyar económicamente a Mongolia y perdiera el sistema sanitario tras el colapso del comunismo, creció la pobreza y había muchos niños en la calle. Fue cuando la Iglesia católica se hizo presente ayudando a los más pequeños y vulnerables. La Iglesia católica en Mongolia funciona bajo la Congregación del Inmaculado Corazón de María. A través de la misericordia de Dios, pudimos superar todos los desafíos y limitaciones que experimentamos a la hora de transmitir al pueblo mongol el mensaje de salvación de Dios.
Cuando se marchó de Mongolia, ¿cómo era la Iglesia que nació en aquellas tierras?
La Iglesia entonces estaba viviendo momentos difíciles. Las congregaciones misioneras como la CICM tuvieron que esforzarse mucho para evangelizar al pueblo y superar su indiferencia hacia el Evangelio.
¿Cómo recuerda aquellos años de arduo trabajo?
Los recuerdo con mucha gratitud. Siempre doy gracias a Dios por permitirnos al padre Robert y al difunto obispo Wenceslao experimentar este viaje misionero con el pueblo mongol, que consideramos nuestra segunda familia, nuestro segundo hogar. Luchamos mucho, pero también sentimos la inmensa protección y el amor de Dios por nosotros mientras cumplíamos con los deberes misionales de cuidar a su pueblo.
¿Qué aprendió?
Me gustaría retomar el mensaje del padre Theophile Verbist, nuestro fundador: «Para quien ama, nada es difícil». Aprendí a amar a la gente y las obras misioneras que llevábamos a cabo a pesar de las inclemencias del tiempo y cierta indiferencia inicial hacia la propuesta cristiana. Aprendí a disfrutar de las obras que se nos encomiendan, porque sé bien que es así como podemos llevar el amor de Dios a los pobres y a los que sufren.
Monseñor Wenceslao Padilla se enfrentó a una tarea enorme. ¿Qué proyectos emprendió desde cero?
Cuando llegamos a Mongolia, no había católicos nativos en el país. Comenzamos a reunirnos en domicilios privados o en nuestra propia casa con expatriados de las embajadas o trabajadores de empresas hasta que por fin pudimos construir la primera parroquia cuatro años después. Entonces, 150 mongoles católicos asistieron a la inauguración de la primera iglesia católica del país: la catedral de San Pedro y San Pablo. Monseñor Padilla se desgastó por completo, se entregó por completo para evangelizar al pueblo de Mongolia.
¿Puede contarnos un recuerdo especial?
Lo más especial para mí es la propia gente de Mongolia, sobre todo los niños, cuyo recuerdo sigue muy presente en mí. Ellos dieron sentido y significado a mi vida como misionero del CICM. Contribuyeron mucho en mi formación como instrumento de Dios para llevar a todos su mensaje de salvación. Cuando me encuentro con estos niños de la calle, que ahora tienen éxito profesional y han formado sus propias familias, me siento enormemente agradecido al Señor. Todos estos años con ellos fueron muy significativos, ya que fui testigo de su crecimiento y formación como los ciudadanos de la futura Mongolia.
¿Cómo cree que recibirá el pueblo mongol al papa Francisco a final de mes?
El pueblo mongol es hospitalario, de fácil trato y lo va a demostrar. El Papa recibirá una cálida bienvenida de parte del pueblo mongol porque está en su carácter.
¿Qué significa esta visita del Pontífice para la Iglesia y la sociedad mongolas?
La visita del Pontífice significa caminar junto a los hermanos y hermanas mongoles. Esto quiere decir que la Iglesia universal es una con ellos en la celebración de las penas y las alegrías de la vida.
La Iglesia en Mongolia
La Prefectura Apostólica de Ulán Bator está compuesta por unos 1.500 católicos distribuidos en ocho parroquias atendidas por unos 77 misioneros de distinta procedencia encabezados por el cardenal Giorgio Marengo, prefecto apostólico. En total hay diez congregaciones presentes y misioneros de 27 nacionalidades. Mongolia tiene unos 3.400.000 habitantes. Según el censo nacional de 2020, el 52 % de la nación es budista, el 41 % se considera no religioso, el 3,2 % es musulmán y el 1,3 % cristiano.