Nacida en 1916, Guadalupe Ortiz de Landázuri fue una de las primeras mujeres universitarias que estudió Química en España y una de las primeras mujeres del Opus Dei
Cinco años después de la ceremonia de beatificación en su ciudad natal —Madrid—, el 18 de mayo de 2019, el Ilustre Colegio Oficial de Químicos de Madrid y la Asociación de Químicos e Ingenieros Químicos de Madrid decidieron tomarla como patrona para «diferenciarnos del resto de científicos», confiesa a ECCLESIA Íñigo Pérez-Baroja, decano de ambas instituciones. Desde que es beata, su fama, así como los testimonios acerca de sus favores, no han cesado de multiplicarse por todo el mundo, explica con sorpresa José Carlos Martín, director de la Oficina de las Causas de los Santos del Opus Dei en España y postulador diocesano de Guadalupe Ortiz de Landázuri. «Ahora estamos a la espera de que uno de los favores pueda ser calificado con el nombre de milagro, es decir, un hecho sobrenatural sobre el que se pueda demostrar que no tiene explicación científica», señala.
Guadalupe Ortiz Landázuri, nacida en 1916, fue una de las primeras mujeres universitarias que estudió Química en España y una de las primeras mujeres del Opus Dei. Pérez-Baroja la define como una pionera, puesto que «en su promoción en la universidad eran cinco mujeres de setenta». Pero, también, porque «fue una de las primeras mujeres en dirigir una residencia universitaria para mujeres y porque viajó a México para organizar la primera comunidad del Opus Dei allí».
Tanto el decano como el postulador de la causa están de acuerdo en que la beata es un claro ejemplo de lo que el papa Francisco denomina «santidad en la normalidad». Recuerda José Carlos Martín, cómo en un congreso de postuladores para las Causas de los Santos, el Pontífice les pidió que buscaran «modelos cercanos, de la puerta de al lado» y «santos alegres, santos de buen humor». Dos condiciones que una profesora de Química en el Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid cumple a la perfección y que Martín recuerda como «una persona con una alegría desbordante».
Guadalupe vivía la fe en su vida cotidiana, en su profesión, que además era para ella una verdadera pasión. Al terminar de estudiar la carrera en los años cuarenta, se dedicó primero a la enseñanza y, más tarde, a emprender proyectos sociales que la llevaron a Bilbao, México y Roma.
Lo que la hacía grande, sin embargo, no era la química, sino que «cualquiera puede verse reflejado en ella, porque era una persona normal, con Dios y la Virgen siempre en la mente para llevar a cabo el día a día» concluye Íñigo Pérez-Baroja. Es lo que destacó Francisco con motivo de su beatificación. Dijo entonces: «Deseo unirme a vuestra alegría y a vuestra acción de gracias por este testimonio de santidad, vivido en las circunstancias ordinarias de su vida cristiana. (…) Animo a todos los fieles de la prelatura, así como a todos los que participan en sus apostolados, a que aspiren siempre a esta santidad de la normalidad, que arde dentro de nuestro corazón con el fuego del amor de Cristo, y de la que tanto necesita hoy el mundo y la Iglesia».