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Homilías en varios idiomas de Juan Pablo II y Benedicto XVI para el domingo 28 del tiempo ordinario (14-10-2012)

Trabajo recopilado por fray Gregorio Cortázar Vinuesa, OCD

 NVulgata 1 Ps 2 EBibJer2ed (en) — Concordia y ©atena Aurea (en)

(1/3) Juan Pablo II, Homilía de beatificación 12-10-1997 (sp en it po):

«1. “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?” (Mc 10, 17).

Esta pregunta, que plantea un joven en el texto evangélico de hoy, se la han dirigido a Cristo en el decurso de los siglos innumerables generaciones de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, clérigos y laicos.

“¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna?”. Es el interrogante fundamental de todo cristiano. Ya conocemos muy bien la respuesta de Cristo. Ante todo, recuerda a su interlocutor que debe cumplir los mandamientos: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no serás injusto, honra a tu padre y a tu madre” (Mc 10, 19; cf Ex 20, 12-16).

El joven replica con entusiasmo: “Maestro, todo esto lo he cumplido desde pequeño” (Mc 10, 20). En ese momento –subraya el evangelio– el Señor, fijando en él su mirada, lo amó, y añadió: “Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes, da el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme”. Pero, como prosigue el relato, el joven “abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes” (Mc 10, 21-22).

2. Los nuevos beatos, elevados hoy a la gloria de los altares, por el contrario, acogieron con prontitud y entusiasmo la invitación de Cristo: “Ven y sígueme”, y lo siguieron hasta el fin. Así se manifestó en ellos el poder de la gracia de Dios y en su vida terrena llegaron a realizar incluso lo que humanamente parecía imposible. Al haber puesto en Dios toda su confianza, para ellos todo resultó posible. Precisamente por eso hoy me complace presentarlos como ejemplos del seguimiento fiel de Cristo (…).

6. A los discípulos, asombrados ante las dificultades para entrar en el Reino, Jesús les advierte: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo” (Mc 10, 27) (…).

8. “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios” (Mc 10, 18). Cada uno de estos nuevos beatos escuchó esta esencial aclaración de Cristo y comprendió dónde debía buscar la fuente original de la santidad. Dios es la plenitud del bien que tiende por sí mismo a difundirse.

Bonum est diffusivum sui” (santo Tomás de Aquino, Summa Theol., I, q.5, a.4, ad2). El sumo Bien quiere donarse y hacer semejantes a sí mismo a cuantos lo buscan con corazón sincero. Desea santificar a los que están dispuestos a abandonarlo todo para seguir a su Hijo encarnado.

La primera finalidad de esta celebración es, por tanto, alabar a Dios, fuente de toda santidad. Demos gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, porque los nuevos beatos, bautizados en el nombre de la Santísima Trinidad, colaboraron con perseverante heroísmo con la gracia de Dios. Participando plenamente de la vida divina, contemplan ahora la gloria del Señor cara a cara, gozando de los frutos de las bienaventuranzas proclamadas por Jesús en el Sermón de la montaña: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5, 3).

Sí. El reino de los cielos pertenece a estos fieles siervos de Dios, que siguieron a Cristo hasta el fin, fijando su mirada en él. Con su vida han dado testimonio de Aquel que por ellos y por todos murió en la cruz y resucitó. Se alegra la Iglesia entera, madre de los santos y los beatos, gran familia espiritual de los hombres llamados a participar en la vida divina.

Juntamente con María, Madre de Cristo y Reina de los santos; y juntamente con los nuevos beatos, proclamamos la santidad de Dios: “Santo, santo, santo es el Señor Dios del universo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo”. Amén».

 

 

(2/3) Benedicto XVI, Homilía de canonización 15-10-2006 (ge sp fr en it po):

«1. Queridos hermanos y hermanas:

Cuatro nuevos santos se proponen hoy a la veneración de la Iglesia universal (…). Sus nombres se recordarán siempre. Por contraste, viene a la mente inmediatamente el “joven rico”, del que habla el evangelio recién proclamado. Este joven ha permanecido anónimo; si hubiera respondido positivamente a la invitación de Jesús, se habría convertido en su discípulo y probablemente los evangelistas habrían registrado su nombre.

Este hecho permite vislumbrar enseguida el tema de la liturgia de la Palabra de este domingo: si el hombre pone su seguridad en las riquezas de este mundo no alcanza el sentido pleno de la vida y la verdadera alegría; por el contrario, si, fiándose de la palabra de Dios, renuncia a sí mismo y a sus bienes por el reino de los cielos, aparentemente pierde mucho, pero en realidad lo gana todo.

El santo es precisamente aquel hombre, aquella mujer que, respondiendo con alegría y generosidad a la llamada de Cristo, lo deja todo por seguirlo. Como Pedro y los demás Apóstoles, como santa Teresa de Jesús, a la que hoy recordamos, y como otros innumerables amigos de Dios, también los nuevos santos recorrieron este itinerario evangélico, que es exigente pero colma el corazón, y recibieron “cien veces más” ya en la vida terrena, juntamente con pruebas y persecuciones, y después la vida eterna.

Por tanto, Jesús puede en verdad garantizar una existencia feliz y la vida eterna, pero por un camino diverso del que imaginaba el joven rico, es decir, no mediante una obra buena, un servicio legal, sino con la elección del reino de Dios como “perla preciosa” por la cual vale la pena vender todo lo que se posee (cf Mt 13, 45-46). El joven rico no logra dar este paso. A pesar de haber sido alcanzado por la mirada llena de amor de Jesús (cf Mc 10, 21), su corazón no logró desapegarse de los numerosos bienes que poseía.

Por eso Jesús da esta enseñanza a los discípulos: “¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el reino de Dios!” (Mc 10, 23). Las riquezas terrenas ocupan y preocupan la mente y el corazón. Jesús no dice que sean malas, sino que alejan de Dios si, por decirlo así, no se “invierten” en el reino de los cielos, es decir, si no se emplean para ayudar a los pobres.

Comprender esto es fruto de la sabiduría de la que habla la primera lectura. Esta sabiduría –nos dice– es más valiosa que la plata y el oro, aún más que la belleza, la salud y la luz misma, “porque su resplandor no tiene ocaso” (Sb 7, 10). Obviamente, esta sabiduría no se reduce únicamente a la dimensión intelectual. Es mucho más; es “sabiduría del corazón”, como la llama el salmo 89. Es un don que viene de lo alto (cf St 3, 17), de Dios, y se obtiene con la oración (cf Sb 7, 7).

En efecto, esta sabiduría no ha permanecido lejos del hombre, se ha acercado a su corazón (cf Dt 30, 14), tomando forma en la ley de la primera alianza sellada entre Dios e Israel a través de Moisés. El Decálogo contiene la sabiduría de Dios. Por eso Jesús afirma en el Evangelio que para “entrar en la vida” es necesario cumplir los mandamientos (cf Mc 10, 19). Es necesario, pero no suficiente, pues, como dice san Pablo, la salvación no viene de la ley, sino de la gracia. Y san Juan recuerda que la ley la dio Moisés, mientras que la gracia y la verdad han venido por medio de Jesucristo (cf Jn 1, 17).

Por tanto, para alcanzar la salvación es preciso abrirse en la fe a la gracia de Cristo, el cual, sin embargo, pone una condición exigente a quien se dirige a él: “Ven y sígueme” (Mc 10, 21). Los santos han tenido la humildad y la valentía de responderle “sí”, y han renunciado a todo para ser sus amigos. Eso es lo que hicieron los cuatro nuevos santos, a quienes hoy veneramos particularmente.

En ellos encontramos actualizada la experiencia de Pedro: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mc 10, 28). Su único tesoro está en el cielo: es Dios (…).

“Ve, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres… Y luego sígueme”. Estas palabras han impulsado a innumerables cristianos a lo largo de la historia de la Iglesia a seguir a Cristo en una vida de pobreza radical, confiando en la divina Providencia (…).

Queridos hermanos y hermanas, demos gracias al Señor por el don de la santidad, que hoy resplandece en la Iglesia con singular belleza. Jesús nos invita también a nosotros, como a estos santos, a seguirlo para tener en herencia la vida eterna. Que su testimonio ejemplar ilumine y anime especialmente a los jóvenes, para que se dejen conquistar por Cristo, por su mirada llena de amor.

María, Reina de los santos, suscite en el pueblo cristiano hombres y mujeres (…) dispuestos a abandonarlo todo por el reino de Dios; dispuestos a hacer suya la lógica del don y del servicio, la única que salva al mundo. Amén».

(3/3) Benedicto XVI, Homilía de canonización 11-10-2009 (ge sp fr en it po):

«Queridos hermanos y hermanas:

“¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”. Con esta pregunta comienza el breve diálogo, que hemos oído en la página evangélica, entre una persona, identificada en otro pasaje como el joven rico, y Jesús (cf Mc 10, 17-30). No conocemos muchos detalles sobre este anónimo personaje; sin embargo, con los pocos rasgos logramos percibir su deseo sincero de alcanzar la vida eterna llevando una existencia terrena honesta y virtuosa. De hecho conoce los mandamientos y los cumple fielmente desde su juventud.

Pero todo esto, que ciertamente es importante, no basta, dice Jesús; falta sólo una cosa, pero es algo esencial. Viendo entonces que tenía buena disposición, el divino Maestro lo mira con amor y le propone el salto de calidad, lo llama al heroísmo de la santidad, le pide que lo deje todo para seguirlo: “Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres… ¡Y ven y sígueme!” (v. 21).

“¡Ven y sígueme!”. He aquí la vocación cristiana que surge de una propuesta de amor del Señor, y que sólo puede realizarse gracias a una respuesta nuestra de amor. Jesús invita a sus discípulos a la entrega total de su vida, sin cálculo ni interés humano, con una confianza sin reservas en Dios. Los santos aceptan esta exigente invitación y emprenden, con humilde docilidad, el seguimiento de Cristo crucificado y resucitado. Su perfección, en la lógica de la fe a veces humanamente incomprensible, consiste en no ponerse ya ellos mismos en el centro, sino en optar por ir a contracorriente viviendo según el Evangelio.

Así hicieron los cinco santos que hoy, con gran alegría, se presentan a la veneración de la Iglesia universal (…). En ellos contemplamos realizadas las palabras del apóstol san Pedro: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (v. 28) y la consoladora confirmación de Jesús: “Nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente…, con persecuciones, y en el mundo venidero, vida eterna” (vv. 29-30) (…).

San Pablo nos recuerda en la segunda lectura que “la Palabra de Dios es viva y eficaz” (Hb 4, 12). En ella, el Padre, que está en el cielo, conversa amorosamente con sus hijos de todos los tiempos (cf Dei Verbum, 21), dándoles a conocer su infinito amor y, de este modo, alentarlos, consolarlos y ofrecerles su designio de salvación para la humanidad y para cada persona (…).

Queridos hermanos y hermanas, demos gracias al Señor por el don de la santidad que hoy resplandece en la Iglesia con singular belleza (…). Deseo dirigir a todos la invitación a dejarse atraer por los ejemplos luminosos de estos santos, a dejarse guiar por sus enseñanzas a fin de que toda nuestra vida se convierta en un canto de alabanza al amor de Dios. Que nos obtenga esta gracia su celestial intercesión y sobre todo la protección maternal de María, Reina de los santos y Madre de la humanidad. Amén».

LA PALABRA DEL PAPA.- «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que, por el contrario, iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).

 

LOS ENLACES A LA NEO-VULGATA.- «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (…) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).

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