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Homilías papales Domingo VI de Pascua, B

Homilías papales Domingo VI de Pascua, B

NVulgata 1 Ps 2 EConcordia y ©atena Aurea (en)

(1/3) San Juan Pablo II, Homilía 5-5-1991 (it)

«1. «Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado» (cf Evangelio).

Queridísimos hermanos y hermanas, en el clima gozoso del tiempo pascual, a la vez que celebramos la plenitud del amor de Dios hacia la humanidad, manifestado y comunicado a nosotros en su Hijo muerto y resucitado, la liturgia de este día nos lleva a la consideración de este gran «don», del que brota el mandamiento del amor hacia los hermanos.

Contemplamos, ante todo, el amor de Dios hacia el hombre, tal como se ha revelado plenamente en Cristo su Hijo.

«Dios es amor», nos ha recordado el apóstol Juan. Y es amor, porque es «comunión» que une al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en la vida trinitaria. Es amor, porque es «don». En efecto, el amor de Dios no permanece encerrado en sí mismo, sino que se difunde y se vuelca en el corazón de todos aquellos que ha creado, llamándolos a ser hijos suyos.

El amor de Dios es un amor gratuito que se adelanta a la espera y a la necesidad del hombre. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó» (cf Segunda lectura). Nos ha amado primero, ha tomado la iniciativa. Esta es la gran verdad que ilumina y explica todo lo que Dios ha realizado y realiza en la historia de la salvación.

El amor de Dios, además, no está reservado a algunos, a pocos, sino que se dirige y abarca a todos los hombres, invitándolos a formar una sola familia. Lo afirma el mismo apóstol Pedro en su discurso de evangelización que pronunció en casa del centurión Cornelio, adonde habían acudido muchas personas. Dios –afirma– «no hace distinciones: acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea» (cf Primera lectura).

El amor de Dios hacia los hombres no conoce límites, no se detiene ante ninguna barrera de raza o de cultura: es universal, es para todos. Solo pide disponibilidad y acogida; solo exige un terreno humano para fecundar hecho de conciencia honrada y de buena voluntad.

Es, finalmente, un amor concreto hecho de palabras y de gestos que abarcan al hombre en las diversas situaciones, incluso en las de sufrimiento y opresión, porque es amor que libera y salva, que ofrece amistad y crea comunión. Todo esto en virtud del don del Espíritu, derramado como don de amor en el corazón de los creyentes, para hacerlos capaces de glorificar a Dios y anunciar sus maravillas a todos los pueblos.

  1. De la contemplación del amor de Dios brota la exigencia de una respuesta, de un compromiso. ¿Cuál? Es justo preguntárselo. Y la palabra de Dios, que acabamos de escuchar, colma nuestra espera.

Ante todo se pide al hombre que se deje amar por Dios. Esto sucede cuando se cree en su amor y se lo toma en serio, acogiendo el don de la propia vida para dejarse trasformar y modelar por él, especialmente en las relaciones de solidaridad y de fraternidad que unen a los hombres entre sí. En efecto, Cristo Jesús pide a los que han sido alcanzados por el amor del Padre que se amen unos a otros y que amen a todos como él los ha amado.

La originalidad y la novedad de su mandamiento estriban precisamente en ese «como», que habla de gratuidad, apertura universal, concreción de palabras y de gestos verdaderos y capacidad de entrega hasta el supremo sacrificio de sí mismos. De este modo su vida puede difundirse, transformar el corazón humano y hacer de todos los hombres una comunidad congregada en su amor.

Jesús pide además a los suyos que permanezcan en su amor, es decir, que permanezcan establemente en la comunión con él, en una relación constante de amistad y de diálogo. Y esto, para gozar de la alegría plena, para hallar la fuerza de observar sus mandamientos y, finalmente, para dar frutos de justicia y de paz, de santidad y de servicio.

  1. Queridísimos hermanos y hermanas (…).
  2. Acoged con conciencia renovada el Evangelio del amor que Cristo Jesús revela con su palabra y con su vida.

Él os ha elegido y, con el don de su Espíritu, os ha «constituido» y establecido en él, haciéndoos sus amigos y partícipes de su misma vida mediante el bautismo. Permaneced en su amor, perseverad en él, cultivad el diálogo de la oración con él, creced en la comunión a través de la participación en los sacramentos y en la liturgia, custodiad fielmente en el corazón su palabra y observad sus mandamientos.

Y amaos los unos a los otros, porque «todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios». En efecto, cuando se testimonia y se vive el amor fraterno, se hace creíble el Evangelio del amor de Dios a «quienes están fuera» y ello se convierte así en la primera forma de evangelización para los hombres de nuestro tiempo. Ellos os lo piden y tienen el derecho a esperarlo de quienes están en Cristo Jesús y son amados por él.

Este amor mutuo, concretado en vuestra comunidad parroquial, está destinado a manifestarse en múltiples formas de empeño y de servicio.

Exige disponibilidad y acogida hacia todos y, especialmente, hacia los pequeños, los pobres, los que sufren; pide colaboración efectiva y armónica en las diversas iniciativas que tienden a crear y reforzar la comunión; comporta la valoración de los carismas personales y de grupo, con el fin de orientarlos hacia el bien común y la edificación de la comunidad, superando los impulsos fáciles del individualismo y de la búsqueda de intereses particulares. En una palabra, os exige «caminar juntos», guiados por quien es pastor en la Iglesia, hacia la meta común del reino de Dios.

  1. Finalmente, el Evangelio del amor pide a todos y a cada uno ir y dar fruto y un fruto que permanezca. Es el deber de la «misión», que os insta a llevar la reconciliación y la paz allí donde hay división y enemistad; a crear solidaridad allí donde hay marginación y soledad; a promover la vida allí donde se difunden los signos de la muerte; a construir participación allí donde el egoísmo alza barreras y prejuicios en la familia, en el ambiente de trabajo y en la vida del barrio.

«Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo; publicadlo hasta el confín de la tierra. Decid: el Señor ha redimido a su pueblo. Aleluya» (Antífona de entrada).

Queridísimos hijos, vivid en el amor de Dios y en la alegría, sobre todo en este mes de mayo consagrado María Santísima, Patrona celestial de vuestra parroquia; impetradle la paz, cuyo símbolo y auspicio es el olivo. Amén».

(2/3) San Juan Pablo II, Homilía 28-5-2000 (de es fr en it pt):

«1. «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor» (Jn 15, 9). Cristo, la víspera de su muerte, abre su corazón a los discípulos reunidos en el Cenáculo. Les deja su testamento espiritual. En el período pascual, la Iglesia vuelve sin cesar espiritualmente al Cenáculo, a fin de escuchar de nuevo con reverencia las palabras del Señor y obtener luz y consuelo para avanzar por los caminos del mundo (…).

Las palabras que (…) escucha hoy de los labios de su Señor son fuertes y claras: «Permaneced en mi amor… Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15, 9. 12) (…). El amor es exigente. Cristo dice: «Nadie tiene amor mayor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13). El amor llevará a Jesús a la cruz. Todo discípulo debe recordarlo.

El amor viene del Cenáculo y vuelve a él. En efecto, después de la resurrección, precisamente en el Cenáculo los discípulos meditarán en las palabras pronunciadas por Jesús el Jueves santo y tomarán conciencia del contenido salvífico que encierran.

En virtud del amor de Cristo, acogido y correspondido, ahora son sus amigos: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 15).

Reunidos en el Cenáculo después de la resurrección y la ascensión del divino Maestro al cielo, los Apóstoles comprenderán plenamente el sentido de sus palabras: «Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure» (Jn 15, 16). Bajo la acción del Espíritu Santo, estas palabras los convertirán en la comunidad salvífica que es la Iglesia. Los Apóstoles comprenderán que han sido elegidos para una misión especial, es decir, testimoniar el amor: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor».

Esta consigna pasa hoy a nosotros: en cuanto cristianos, estamos llamados a ser testigos del amor. Este es el «fruto» que estamos llamados a dar, y este fruto «permanece» en el tiempo y por toda la eternidad.

  1. La segunda lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, habla de la misión apostólica que brota de este amor. Pedro, llamado por el centurión romano Cornelio, va a su casa en Cesarea y asiste a su conversión, la conversión de un pagano.

El mismo Apóstol comenta ese importantísimo acontecimiento: «Está claro que Dios no hace distinciones: acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea» (Hc 10, 34-35). Del mismo modo, cuando el Espíritu Santo desciende sobre el grupo de creyentes provenientes del paganismo, Pedro comenta: «¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?» (Hc 10, 47). Iluminado desde lo alto, Pedro comprende y testimonia que todos están llamados por el amor de Cristo.

Nos encontramos aquí ante un viraje decisivo en la vida de la Iglesia: un viraje al que el libro de los Hechos atribuye gran importancia. En efecto, los Apóstoles, y en particular Pedro, aún no habían percibido claramente que su misión no se limitaba solo a los hijos de Israel. Lo que sucedió en la casa de Cornelio los convenció de que no era así. A partir de entonces comenzó el desarrollo del cristianismo fuera de Israel, y se consolidó una conciencia cada vez más profunda de la universalidad de la Iglesia: todo hombre y toda mujer, sin distinción de raza y cultura, están llamados a acoger el Evangelio. El amor de Cristo es para todos, y el cristiano es testigo de este amor divino y universal».

(3/3) Benedicto XVI, Homilía 13-5-2012 (de es fr en it pl pt):

«(…) Queridos amigos, la primera lectura nos ha presentado un momento importante en el que se manifiesta precisamente la universalidad del mensaje cristiano y de la Iglesia: san Pedro, en la casa de Cornelio, bautizó a los primeros paganos. En el Antiguo Testamento Dios había querido que la bendición del pueblo judío no fuera exclusiva, sino que se extendiera a todas las naciones. Desde la llamada de Abrahán había dicho: «En ti serán benditas todas las familias de la tierra» (Gn 12, 3). Y así Pedro, inspirado desde lo alto, comprende que «Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea» (Hch 10, 34-35). El gesto realizado por Pedro se convierte en imagen de la Iglesia abierta a toda la humanidad. Siguiendo la gran tradición de vuestra Iglesia y de vuestras comunidades, sed testigos auténticos del amor de Dios hacia todos.

Pero, ¿cómo podemos nosotros, con nuestra debilidad, llevar este amor? San Juan, en la segunda lectura, nos ha dicho con fuerza que la liberación del pecado y de sus consecuencias no es iniciativa nuestra, sino de Dios. No hemos sido nosotros quienes lo hemos amado a él, sino que es él quien nos ha amado a nosotros y ha tomado sobre sí nuestro pecado y lo ha lavado con la sangre de Cristo. Dios nos ha amado primero y quiere que entremos en su comunión de amor, para colaborar en su obra redentora.

En el pasaje del Evangelio ha resonado la invitación del Señor: «Os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16). Son palabras dirigidas de modo específico a los Apóstoles, pero, en sentido amplio, conciernen a todos los discípulos de Jesús. Toda la Iglesia, todos nosotros hemos sido enviados al mundo para llevar el Evangelio y la salvación. Pero la iniciativa siempre es de Dios, que llama a los múltiples ministerios, para que cada uno realice su propia parte para el bien común. Llamados al sacerdocio ministerial, a la vida consagrada, a la vida conyugal, al compromiso en el mundo, a todos se les pide que respondan con generosidad al Señor, sostenidos por su Palabra, que nos tranquiliza: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (ib.) (…). Que en este compromiso os acompañe y sostenga siempre la materna protección de la Virgen».

LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968: fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964: it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones «ex cáthedra», existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que así iluminen bien al pueblo cristiano» (San Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993: es it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la «piedra» en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005: de es fr en it lt pt).

LOS ENLACES A LA NUEVA VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (…) como base segura para los estudios bíblicos» (San Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979: de es fr en lt pt). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C. E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012: de es fr en it pl pt).

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