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Homilías papales para el 2º Domingo de Cuaresma, B (1-3-2015)

Homilías papales para el 2º Domingo de Cuaresma, B (1-3-2015)

NVulgata 1 Ps 2 EConcordia y ©atena Aurea (en)

 

(1/3) Benedicto XVI, Ángelus 4-3-2012 (de hr es fr en it pt)

(2/3) Benedicto XVI, Ángelus 12-3-2006 (de hr es fr en it pt)

(3/3) San Juan Pablo II, Homilía en la parroquia de San Tarsicio 3-3-1985 (it):

«1. “Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros” (Rm 8, 32).

El tiempo de Cuaresma, mucho más que cualquier otro, pone ante los ojos de nuestra fe y de nuestras conciencias esta verdad, esta imagen de Dios que entrega a su propio Hijo como sacrificio por los pecados del hombre. En la cruz. En la muerte. No se lo reserva, sino que lo entrega.

Dios, en quien de modo maravilloso se encuentran y se compenetran recíprocamente la justicia y la misericordia. Es rigurosamente justo ante el pecado. Es infinitamente misericordioso ante los pecadores. Por esto, “no perdona” al Hijo. Y el Hijo “no se perdona” a sí mismo. Se entrega a sí mismo en sacrificio como “Víctima divina” de la justicia y de la misericordia.

  1. A ese Dios, Padre e Hijo, se dirige la liturgia de la Iglesia en Cuaresma, especialmente este Domingo. Lo demuestran ya la primera lectura del libro del Génesis, donde encontramos –en el sacrificio de Abraham– una “prefiguración”, esto es, una figura, un anuncio, en cierto sentido un lejano delineamiento de ese inescrutable misterio de la Cruz.

Este sacrificio de Abraham es solo una prueba de fe para aquel a quien el Apóstol ha llamado “padre de nuestra fe” (cf Rm 4, 11). Abraham, mediante la fe, llegó a tener un descendiente y heredero en Isaac. Y también mediante la fe –basándose en la obediencia rigurosa a Dios– estaba dispuesto a ofrecer en sacrificio a Dios a ese primogénito y único hijo.

Dentro de estos límites, Abraham-padre tiene cierta semejanza con Dios-Padre, e Isaac, el hijo, es una imagen de Cristo-Hijo. Sin embargo, solo dentro de estos límites, en el ámbito de una prueba de obediencia y de sinceridad de intención. Efectivamente, en definitiva, Dios no permite a Abraham que sacrifique a Isaac: “No alargues la mano contra tu hijo, ni le hagas nada, dice. Ahora sé que temes a Dios” (temer a Dios significa tener fe), “porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo” (Gn 22, 12). Y Abraham ofreció en sacrificio un cordero en lugar de su hijo.

  1. En cambio, “Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros”. Así lo anuncia San Pablo escribiendo a los Romanos. Y sobre este fondo plantea una serie de preguntas fundamentales. Ante todo: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8, 31). Y al entregar a su propio Hijo, Dios manifiesta que está con nosotros. Manifiesta que está dispuesto a perdonarnos todo. Si nos ofrece al Hijo en holocausto, “¿cómo no nos dará todo con él?” (Rm 8, 32).

Dios –Padre del Hijo crucificado– es Dios “rico en misericordia” (Ef 2, 4). Es, al mismo tiempo, un Dios justísimo, que ha tomado personalmente sobre sí el problema de la justificación del hombre, del hombre pecador. Y por esto el Apóstol pregunta: “¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica” (Rm 8, 33). Se sabe que si él mismo justifica, esto quiere decir que no quiere acusar. Quiere salvar. No quiere condenar. “¿Quién condenará?” –pregunta el Apóstol–. “¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, que resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?” (Rm 8, 34).

  1. La liturgia de Cuaresma contiene en sí una llamada radical para cada uno de nosotros. Meditemos hasta el fondo el problema del pecado. Meditemos hasta el fondo el problema de la culpa del hombre ante Dios. Este problema ha quedado un poco ofuscado y despreciado en la conciencia contemporánea. La Cuaresma es tiempo de una especial conversión. Convertirse quiere decir descubrir la malicia del pecado. Descubrirla de nuevo en la propia conciencia. Poner en movimiento con este fin todos los criterios humanos. Pero los criterios humanos aquí no bastan.

El mal del pecado solo se manifiesta en su plenitud cuando pensamos en él a la luz del misterio del Padre “que no perdonó a su propio Hijo”. Solo entonces comprendemos la profundidad del mal, cuando se hace patente para nosotros la necesidad de la justificación del pecador por parte de Dios mismo. Solo entonces nos acercamos a la cruz de Cristo, a fin de que se manifieste la infinitud del amor misericordioso, que colma toda la medida de la justicia y del juicio.

  1. La Liturgia de Cuaresma contiene en sí esta invitación. A esta invitación corresponde la encíclica Dives in misericordia (30-11-1980) (de sk st es fr en it lt pl pt), que puede leerse y meditarse como comentario a la liturgia de Cuaresma.

Este período nos introduce gradualmente en el corazón mismo del misterio pascual. También por ello, el Evangelio de este domingo presenta la Transfiguración de Cristo en el monte Tabor.

El Dios de Abraham no acogió el sacrificio de la vida de Isaac. El Dios y Padre de Jesucristo, en cambio, acogió el sacrificio de la vida de su Hijo. El Padre y el Hijo, en este sacrificio, comienzan a realizar la justificación del hombre.

Con el fin de preparar a los Apóstoles a la horrible muerte de Cristo en la cruz, Dios les permite gustar, como un anticipo, la gloria de su resurrección en la trasfiguración sobre el monte Tabor. Allí, desde el centro de la nube luminosa, se oye la voz del Padre (como se había oído después del bautismo en el Jordán): “Este es mi Hijo amado; escuchadlo” (Mc 9, 7). La muerte en la cruz será una prueba terrible y un despojamiento del Hijo de Dios. Sin embargo, se convertirá, a la vez, en el comienzo de la Nueva Vida. Cristo volverá en la gloria del Padre.

  1. He aquí los principales pensamientos de la liturgia cuaresmal que he querido meditar con vosotros, queridos hermanos y hermanas (…).
  2. La comunidad parroquial está dotada por Dios de fuerzas sobrenaturales que la permiten hacer de fermento sobre todo el ámbito de su territorio para una elevación continua de la vida moral del ambiente, a pesar de las dificultades.

Sé que vuestra comunidad se preocupa mucho de los valores de la liturgia, de la catequesis, de la evangelización. ¡Muy bien! Os animo a continuar con renovado interés. Y sabed esperar los frutos con paciencia. El Evangelio, y especialmente la liturgia de hoy, nos enseñan que es preciso “morir” de algún modo para dar la vida a ejemplo de Nuestro Señor. Debemos imitar su sacrificio, con la certeza de que vendrán los resultados (…).

El Pan eucarístico es la fuente de la vida. El alimento divino, que el Padre en Cristo nos ofrece, puede sostener también vuestra actuación en el servicio del Señor, y por el bien de los hermanos (…).

  1. “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”. Y Dios está con nosotros. Efectivamente, “no perdonó a su propio Hijo”. Y nosotros, ¿respondemos a esto? ¿Estamos nosotros con Dios en lo profundo de nuestros pensamientos, de nuestras obras y de nuestras conciencias?

¿Estamos con Dios tal como él lo “pide”? ¿Él, “que entregó a su propio Hijo por todos nosotros”? ¿Estamos con Dios?».

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