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Homilías para el 1 Domingo, B, (30-11-2014)

Homilías para el 1 Domingo, B, (30-11-2014)

NVulgata 1 Ps 2 EBibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)

 

(1/3) Benedicto XVI, Ángelus 30-11-2008: Sentido salvífico del tiempo (de hr es fr en it pt)

(2/3) Benedicto XVI, Ángelus 27-11-2011 (de hr es fr en it pt)

(3/3) San Juan Pablo II, Homilía en la parroquia de Santa Francisca Romana 29-11-1981 (es it pt):

«En la liturgia de este domingo la Iglesia presenta ante nosotros, en cierto sentido, dos imágenes del Adviento.

He aquí ante todo a Isaías, gran profeta del único y santísimo Dios, que da expresión al tema de Dios que se aleja del hombre. En su maravilloso texto, un verdadero poema teológico (…), nos da una imagen penetrante de la situación de su época y de su pueblo, el cual, después de haber perdido el contacto vital con Dios, se encontró en caminos impracticables:

“Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?” (Is 63, 17).

Pero precisamente al encontrarse en este alejamiento, el hombre llega a percibir muy dolorosamente que sin la presencia de Dios en su vida se convierte en presa de la propia culpa, y madura en él la convicción de que solo Dios es quien lo arranca de la esclavitud, solo Dios salva. Y de este modo siente en sí mismo, más ardiente aún, el deseo de su venida: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!” (Is 63, 19).

Sin embargo, Isaías no se detiene en el análisis devoto del estado de cosas y en la manifestación de una llamada ferviente y dramática a Dios para que rasgue los cielos y venga de nuevo a estar con su pueblo. ¡No se cura la enfermedad solo mediante su descripción y un vivo deseo de salir de ella! Es necesario hallar sus causas, hacer un diagnóstico. ¿Qué es lo que provoca este alejamiento de Dios? La respuesta del profeta es unívoca: ¡el pecado!

“Estabas airado, y nosotros fracasamos; aparta nuestras culpas, y seremos salvos. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento” (Is 64, 4-5).

Juntamente con el pecado va el olvido de Dios: “Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa” (Is 64, 6).

El diagnóstico del profeta es penetrante: Dios se aleja del hombre a causa de la culpa del hombre; la ausencia de Dios es resultado de que el hombre se ha alejado de él. Al mismo tiempo, el hombre queda entregado al poder de su culpa (…).

A todos nosotros, que hemos creído en el Amor, no nos puede faltar hoy la valentía y la agudeza del “diagnóstico” del profeta de hace tantos siglos acerca de la verdad humana sobre el hombre. En efecto, cuando este se encuentre con valentía y humildad con esta su verdad humana, entonces se abrirá también la verdad divina sobre él.

En el primer domingo de Adviento, en el período en que la Iglesia nos mostrará de nuevo toda la historia de la salvación, y en el período en que se realizarán “las grandezas de Dios” (Hc 2, 1), vengo a vosotros para, juntamente con vosotros y en conformidad con esta primera imagen delineada por el profeta, repetir y confesar ante Dios con una particular convicción interna y con fe: “Tú eres nuestro Padre” (Is 63, 16).

La segunda imagen del Adviento la encontramos en la primera Carta a los Corintios (…). Nace de la realidad de la venida de Cristo y, al mismo tiempo, se abre hacia su Adviento definitivo.

El fondo de esa imagen lo constituye la fundamental profesión de fe del profeta: “Tú, Señor, eres nuestro Padre”, verdad que es el ápice de la Revelación ya en el Antiguo Testamento; pero su plena dimensión y significado fueron revelados al hombre en Cristo, al realizarse su Adviento histórico.

Al escuchar las palabras de san Pablo, con las que da gracias a Dios Padre por los fieles de la Iglesia de Corinto que recibieron la fe mediante su servicio apostólico, no podemos menos de pensar, con profunda emoción y preocupación, en el mismo don que hay en nosotros (…). Y no podemos pensar en este don sin un sentido de gratitud y de responsabilidad ante él. Y por esto es necesario hacer la pregunta: ¿Soy yo fiel, quiero ser fiel a Dios, para hallarme irreprensible en el encuentro definitivo con mi Redentor? (…).

El modo justo como debemos vivir el Adviento es el que se encierra en la segunda imagen. Ahora bien, si en conformidad con esta imagen debemos de modo particular dar gracias a nuestro Dios por el don que nos ha sido dado en Cristo Jesús, al mismo tiempo no puede ser para nosotros indiferente la imagen del profeta, la imagen del “alejamiento de Dios”, causado por el pecado de la humanidad y por el olvido respecto de él (…).

Y por ello es necesario que, viviendo el Adviento, renazca esa fe heroica que se manifiesta en las palabras del profeta: “Tú, Señor, eres nuestro Padre; tu nombre de siempre es nuestro Redentor. Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?” (Is 63, 16-17).

El hombre, cuando reconoce su debilidad, el error, cuando reconoce su pecado, debe añadir inmediatamente: “Tú, Señor, eres nuestro Padre”, y entonces su lamento: “Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos” es sincero, adquiere una fuerza de transformación, se hace conversión. Toda reflexión sobre la miseria, la infidelidad, la desventura, el pecado del hombre que profesa ante Dios: “Tú eres nuestro Padre”, es creadora, no lleva a la depresión, a la desesperación, sino al reconocimiento y a la aceptación de Dios como Padre, y por tanto, como Amor que perdona y sana.

Al mismo tiempo, a esta fe, que se manifiesta también mediante la confesión de los propios pecados, va unida, por lo tanto, una ardiente esperanza: “Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti que hiciera tanto por el que espera en él” (Is 64, 3). Y de ahí el grito: “¡Vuélvete por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad!” (Is 63, 17) (…).

Con esta conciencia (…) decimos con el corazón las palabras del Salmo responsorial: “Pastor de Israel, escucha…, resplandece… Despierta tu poder y ven a salvarnos. Dios de los ejércitos, vuélvete, mira desde el cielo, fíjate; ven a visitar tu viña… No nos alejaremos de ti; danos vida, para que invoquemos tu nombre” (Sal 80, 2. 3. 15. 19).

La vigilancia no es otra cosa que el esfuerzo sistemático de quedar cercanos a Dios y no permitir su alejamiento (…). En el Evangelio de hoy (…) se repite cuatro veces la palabra “vigilar”, “velar”, y una vez “estar atentos”. Cristo, pues, nos dice a todos (…): “Vigilad” (…).

Lo más importante es la fidelidad a la tarea confiada y al don que nos hace capaces de realizarla. A cada uno se le ha confiado un deber que le es propio, esa “casa” de la que debe tener cuidado. Esta casa es cada uno de los hombres, es su familia, el ambiente en que vive, trabaja, descansa. Es la parroquia, la ciudad, el país, la Iglesia, el mundo, del cual cada uno es corresponsable ante Dios y ante los hombres. ¿Cuál es mi solicitud por esta “casa” que me ha sido confiada, para que reine en ella el orden querido por Dios, que corresponde a las aspiraciones y a los deseos más profundos del hombre? (…). He aquí los deberes del Adviento (…). “Nosotros somos la arcilla, y tú el alfarero” (Is 64, 7-8)».

LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968: fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964: it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que así iluminen bien al pueblo cristiano» (San Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993: es it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005: de es fr en it lt pt).

LOS ENLACES A LA NUEVA VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (…) como base segura para los estudios bíblicos» (San Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979: de es fr en lt pt). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C. E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012: de es fr en it pl pt).

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