Homilías y Angelus de Juan Pablo II y Benedicto XVI para II Domingo Adviento (8-12-2013)
Textos recopilados por fray Gregorio Cortázar Vinuesa
NVulgata 1 Ps 2 E – BibJer2ed (en) – Concordia y ©atena Aurea (en)
(1/3) Benedicto XVI, Ángelus 9-12-2007 (ge hr sp fr en it po)
(2/3) Benedicto XVI, Ángelus 5-12-2010 (ge hr sp fr en it po)
(3/3) Juan Pablo II, Homilía en la parroquia de Santa Francisca Javiera Cabrini 4-12-1983 (it)
«Queridísimos fieles: Este II domingo de Adviento gira totalmente en torno a la venida de Cristo y a la preparación necesaria para este maravilloso acontecimiento.
En el centro de la liturgia está la persona de Juan Bautista. El evangelista Mateo lo describe como hombre de oración intensa, de penitencia austera, de fe profunda. Efectivamente, es el último de los Profetas del Antiguo Testamento, que da paso al Nuevo, señalando en Jesús al Mesías esperado por el pueblo judío.
En las riberas del río Jordán, Juan Bautista confiere el bautismo de penitencia: “Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba” (Mt 3, 5-6). Este bautismo no es simple rito de adhesión, sino que indica y exige el arrepentimiento de los propios pecados y el sincero sentido de espera del Mesías.
Y Juan enseña. Predica la conversión: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Juan enseña y, conforme al anuncio de Isaías, “allana los senderos” para el Señor (cf Mt 3, 1-3). Esta palabra resuena hoy también para nosotros. ¿Quién es el Señor que debe venir? Por sus mismas palabras podemos calificar la persona, la misión y la autoridad del Mesías.
Juan Bautista enmarca ante todo claramente “su persona”. Dice: “Él puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias” (Mt 3, 11). Con estas expresiones, típicamente orientales, reconoce la distancia infinita que hay entre él y el que ha de venir, y subraya también su misión de preparar inmediatamente el gran acontecimiento.
Luego, señala la misión del Mesías: “Os bautizará en el Espíritu Santo y fuego” (Mt 3, 11). Es la primera vez que aparece, después del anuncio del ángel a María, la impresionante palabra “Espíritu Santo”, que luego formará parte de la fundamental enseñanza trinitaria de Jesús.
Juan Bautista, divinamente iluminado, anuncia que Jesús, el Mesías, continuará confiriendo el bautismo, pero este rito dará la “gracia” de Dios, el Espíritu Santo, entendido bíblicamente como un “fuego” místico que borra (quema) el pecado e inserta en la misma vida divina (enciende el amor).
Finalmente, el Bautista esclarece la autoridad del Mesías: “Tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, juntará su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga” (Mt 3, 12). Según las palabras de la enseñanza de Juan, el que debe venir es el “juez de las conciencias”; con otras palabras, es el que determina lo que está bien y lo que está mal (el grano y la paja), la verdad y el error; es el que determina cuáles son los árboles que dan frutos buenos y cuáles los que, por el contrario, dan frutos malos y deben ser talados y quemados.
Con estas afirmaciones Juan Bautista anuncia la “divinidad” del Mesías, porque solo Dios puede ser el árbitro supremo del bien, señalar con absoluta certeza el camino positivo de la conducta moral, juzgar las conciencias, premiar o condenar.
De ahí la necesidad de preparar la venida del Mesías. La Navidad es ciertamente un día de gran alegría y de sereno júbilo, incluso externo; pero ante todo es un acontecimiento sobrenatural y determinante, para el que se necesita seria preparación moral: “Preparad el camino del Señor; allanad sus senderos”.
En las palabras de Juan está toda la heredad profunda de la Antigua Alianza. Pero, al mismo tiempo, se abre con ellas la Nueva Alianza: En Aquel que debe venir, “toda carne verá la salvación de Dios” (Lc 3, 6).
Aquel que viene –Cristo– es enviado “a fin de acogeros para gloria de Dios” (Rm 15, 7). Viene para demostrar “la fidelidad de Dios; cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas” (Rm 15, 8). Viene para revelar que el Señor es “el Dios de toda paciencia y consuelo” (Rm 15, 5). Viene a fin de “acogeros para gloria de Dios” (Rm 15, 7).
Así pues, el que viene debe hacer que vosotros “os acojáis mutuamente” (Rm 15, 7). En efecto, él señala la verdadera y auténtica conducta moral, que consiste, a su ejemplo y con sus mismos sentimientos, en dar gloria a Dios Padre y en amar al prójimo.
San Pablo, al escribir a los Romanos, tenía en la mente tanto a los convertidos del judaísmo como a los del paganismo; pero hablaba para todos del compromiso de la “acogida”: el Verbo de Dios, que viene, debe hacer que tengáis “los unos con los otros los mismos sentimientos a ejemplo de Cristo Jesús; para que, unánimes, a una voz alabéis al Dios y Padre” (Rm 15, 5-6).
Así pues, el “preparar los senderos”, que predica Juan Bautista, se convierte, a la luz de la enseñanza de San Pablo en la Carta a los Romanos, en acoger todo el programa mesiánico del Evangelio: el programa de la adoración a Dios –¡la gloria!– mediante el amor al hombre, el amor recíproco.
En este espíritu la Iglesia anuncia el Adviento como la dimensión continua de la existencia del hombre hacia Dios: hacia ese Dios “que es, que era, que viene” (Ap 1, 4).
Esta dimensión esencial de la existencia cristiana del hombre corresponde a la “preparación” enseñada por la liturgia de hoy. El hombre debe remontarse siempre al corazón, a la conciencia, para estar en la perspectiva de la “Venida”.
Para realizar esta exigencia, el cristiano debe ser también sensible a la acción del Espíritu Santo. El que viene, viene en el Espíritu Santo, como anunció Isaías: “Sobre él se posará el Espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor” (Is 11, 2).
Con el Mesías y con la presencia del Espíritu Santo entran en la historia del hombre la justicia y la paz como dones del reino de Dios. Así se abre la perspectiva de la reconciliación “cósmica” en toda la creación –en el hombre y en el mundo– que se había perdido a causa del pecado.
“Ven, Señor, rey de justicia y de paz”, hemos pedido juntos en el Salmo responsorial (…).
Doy gracias a Jesucristo, el Verbo eterno, porque me ha permitido anunciar el mensaje litúrgico del II domingo de Adviento (…): “Preparad el camino del Señor”. Este mensaje es actual siempre y para todos. Efectivamente, todos vivimos en la dimensión del Adviento de Dios. Nuestra vida es una continua “preparación”.
Ruego, finalmente, a la Madre de Aquel que debe venir que participéis en Jesucristo, su Hijo divino, de los bienes mesiánicos del reino de Dios: la justicia y la paz. Sí: Ven, Señor, rey de justicia y de paz. ¡Por María! Amén».
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LA PALABRA DEL PAPA.– «Jesús, al dar a Simón (…) el título, más aún, el don, el carisma de la fuerza, de la dureza, de la capacidad de resistir y sostener –como es precisamente la naturaleza de una piedra, de una roca, de un peñasco–, asociaba el mensaje de su palabra a la virtud nueva y prodigiosa de este apóstol, que había de tener la función, él y quien le sucediera legítimamente, de testimoniar con incomparable seguridad ese mismo mensaje que llamamos Evangelio» (Pablo VI, Audiencia general 3-4-1968 fr it). «El mensaje de Cristo, de generación en generación, nos ha llegado a través de una cadena de testimonios, de la que Nos formamos un eslabón como sucesor de Pedro, a quien el Señor confió el carisma de la fe sin error» (Pablo VI, Homilía 20-9-1964 it). «Junto a la infalibilidad de las definiciones “ex cáthedra”, existe el carisma de asistencia del Espíritu Santo concedido a Pedro y a sus sucesores para que no cometan errores en materia de fe y de moral y para que así iluminen bien al pueblo cristiano» (Juan Pablo II, Audiencia general 24-3-1993 sp it). «Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su Vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad» (Benedicto XVI, Homilía en la capilla Sixtina 20-4-2005 ge sp fr en it lt po).
LOS ENLACES A LA NUEVA VULGATA.– «Esta edición de la Neo-Vulgata puede servir también (además de especialmente para la liturgia) para que la tengan en cuenta las versiones en lengua vulgar que se destinan a uso litúrgico y pastoral, y (…) como base segura para los estudios bíblicos» (Juan Pablo II, Constitución apostólica Scripturarum thesaurus 25-4-1979 ge sp fr en lt po). «La palabra sagrada debe presentarse lo más posible tal como es, incluso en lo que tiene de extraño y con los interrogantes que comporta» (Benedicto XVI, Carta al presidente de la C.E. Alemana sobre un cambio en las palabras de la Consagración 14-4-2012 ge sp fr en it pl po).