Ya sea en África, durante el tránsito migratorio, o en el destino, en España, la Iglesia ofrece a todos los migrantes espacios seguros, y a los que son cristianos, un lugar para vivir la fe
El mundo de las migraciones, además de complejo, es un fenómeno de contrastes. El de la vida y la muerte, el de las organizaciones sin escrúpulos que se aprovechan de las personas con necesidades o el de las instituciones, entre ellas la Iglesia católica, que trabajan sin descanso para acoger, proteger, promover e integrar. El de las dificultades a nivel sanitario y social o el de la revitalización de las comunidades cristianas.
Algo así está sucediendo en el Sáhara Occidental. Allí no hay diócesis, sino una prefectura apostólica que depende directamente de la Santa Sede, encargada a los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. El prefecto es español, Mario León, que explica a ECCLESIA los desafíos —atención social— y oportunidades —crecimiento de la comunidad católica— que los movimientos migratorios en la zona han supuesto para la Iglesia de este lugar y para la sociedad de la zona. Estos han ido aumentando paulatinamente desde 2015.
La Prefectura está implicada en el proyecto de Hospitalidad Atlántica, una red eclesial que nació en diciembre de 2023, aunque se había gestado tiempo atrás, con tres objetivos fundamentales: ofrecer información a los migrantes sobre los peligros de la ruta, de las dificultades legales en Europa y sus derechos en frontera; facilitar el acceso a espacios seguros a los migrantes durante el viaje; y promover comunicación y proyectos de desarrollo entre diócesis y países. Una realidad, liderada por la Iglesia en España, que sigue en fase de desarrollo y que implica a 16 países, 26 diócesis y a la Santa Sede.
En el Sáhara Occidental, explica León, son dos los lugares donde se concentra de forma mayoritaria la migración: Dajla y El Aaiún. Las ciudades más importantes. En ambas hay una parroquia y un centro de escucha y acogida para personas migrantes. Lo llevan a cabo gracias a la ayuda que llega desde Manos Unidas y las Cáritas de España y a la colaboración, en El Aaiún, de una asociación marroquí. Desde septiembre, se ha incorporado a la Prefectura una comunidad de jesuitas. También llegó meses atrás una comunidad religiosa femenina, las Esclavas de Inmaculada Niña, que están estudiando francés para poder atender a la población y, entre ella, a los migrantes. «Lo que intentamos es acoger, escuchar, analizar sus necesidades y, desde nuestras posibilidades, responder».
En total, en la Prefectura debe haber en torno a 40.000 migrantes de procedencias muy diversas: Mauritania, Guinea Conakri, Senegal, Costa de Marfil, Camerún… León explica que algunos llegan sin quererlo, pues su trayecto hacia las Islas Canarias se ve truncado por averías en las embarcaciones y acaban en Dajla.
Entre el total de los que se instalan en estas tierras, hay muchas mujeres, a las que la Iglesia brinda un cuidado especial. «Tenemos medios tan reducidos que fijamos una prioridad, en este caso, la mujer vulnerable, madre soltera y los niños». A las que llegan embarazadas las acompañan en su incorporación al sistema local de sanidad o las ayudan a registrar a sus bebés, de modo que tengan un acta de nacimiento, documento que podrán mostrar cuando lleguen a España u otro país. También hay un proyecto sencillo, explica León: generar espacios para que las madres hablen entre ellas y sus hijos socialicen y jueguen.
Pero estas oportunidades que la Iglesia ofrece a los migrantes en el Sáhara son solo una cara de la moneda. La otra tiene que ver con lo que los migrantes aportan, que, en este caso, es mucho. «Están revitalizando la comunidad cristiana de la zona. Es pequeña, pero está renaciendo. Es África la que nos da vida, porque, prácticamente, toda la comunidad está formada por personas en migración», explica. Imprimen su sello en las celebraciones, con sus cantos y bailes, con su manera de vivir la liturgia. «Es una comunidad que sufre y como sufre mucho, vive todo muy intensamente. También la fe», concluye.
Algunos de los que llegan al Sáhara hacen vida en este lugar, otros solo están de paso, camino a Europa, quizás a las Canarias, y dentro del archipiélago, a El Hierro, que en el último año ha recibido a miles de migrantes.
Tres sacerdotes al servicio en El Hierro
También la Iglesia de este lugar ha dado una respuesta acorde a su dimensión. En la isla solo hay tres sacerdotes y, nada más comprender la emergencia que se vivía, uno de ellos, Darwin Rivas, que además es responsable de Cáritas, ofreció la colaboración de la entidad eclesial a la Cruz Roja. No era necesaria, pues ya estaba todo organizado. Pero como no podía quedarse quieto al borde del puerto, se enroló como voluntario en Cruz Roja y luego en Protección Civil. A esta última organización también se han sumado los otros dos sacerdotes. Son unos voluntarios más en el Centro de Acogida Temporal de Extranjeros, más conocido como CATE, donde acogen a los migrantes, los acompañan en esas primeras horas en nuestro país, y los escuchan.
—Vuestra presencia es un testimonio para la sociedad, ¿no?
—Nosotros no somos los protagonistas, sino los migrantes. Somos personas con una responsabilidad y, como cristianos, debemos asumirla. Si hay otros sectores de la sociedad echando una mano, ¿cómo no van a estar ahí los sacerdotes?
Siempre que los llamen, sea la hora que sea, también de madrugada, y no estén atendiendo a la comunidad parroquial en Misa o en cualquier otra actividad, acuden al CATE. Por tanto, no afecta a su labor pastoral. «Tenemos tiempo, pues las parroquias son pequeñas, y la gente, mientras estemos en la Eucaristía y con las actividades propias, nos apoya mucho», explica. Y con esta tarea, también hacen sensibilización, en las homilías o en las conversaciones informales. De todas formas, recuerda que El Hierro, como todo el archipiélago canario, es una isla de migrantes, «de gente que se fue a Venezuela y regresó, y eso lo llevan en la sangre».