Fue ordenado por el arzobispo compostelano, Francisco Prieto, el pasado lunes, 26 de diciembre
Ignacio José Delgado Izarra fue ordenado diácono permanente de la archidiócesis de Santiago por el arzobispo Francisco Prieto el pasado lunes 26 de diciembre. En la celebración Ignacio estuvo arropado por varios de los diáconos de la diócesis y por numerosos sacerdotes de la zona implicados más directamente en la formación y discernimiento seguido por Ignacio en los últimos años, en especial Silvestre Areas, su párroco durante muchos años.
Está incardinado en la parroquia de Fisterra, donde ejerce como profesor de religión en el CEIP Mar de Fóra. También es profesor en el CEIP Areouta de Sardiñeiro. Su trabajo pastoral lo desarrolla en las parroquias de Moraime y Ozón, donde asiste al párroco, y en Duio, donde ejerce también como catequista. Además, él y su esposa forman parte del equipo de la Delegación de Familia y Vida de la archidiócesis de Santiago de Compostela.
El nuevo diácono permanente ha atendido a ECCLESIA para explicar cuáles son sus sensaciones días después de una fecha para el recuerdo. En primer lugar indica que lo está viviendo con «muchísima emoción y antes de la emoción, agradecimiento. Ha sido un camino vital muy largo en el que he vivido muchas etapas y para mí es un regalo y un don que el cristiano encuentre su lugar en la Iglesia. El camino me ha traído hasta aquí y estoy con todas las ganas de responderle».
En referencia a cómo descubrió su vocación, cuenta que «provengo de una familia cristiana y mis padres siempre me dieron un buen ejemplo. A los 18 años tuve una experiencia muy bonita y muy cercana de Jesús. Yo había estado en grupos cristianos y empecé un proceso de búsqueda muy largo. Participé en grupos juveniles cristianos con los jesuitas, los dominicos y los maristas. Yo probé más el entorno de colegio religioso que el de parroquia. Hice la carrera de pedagogía y terminé en la congregación misionera ‘Verbum Dei’. Ahí estuve varios años, recibí mi formación teológica y me marcó profundamente la vida de oración y en la prioridad de anunciar la palabra. Aunque después abandoné la congregación, en mí quedó un hueco y poco a poco el Señor me fue ubicando».
Una conversación con la que arrancó todo
«Acabé dando clase de religión y me enviaron a Fisterra, en el fin del mundo. Era un entorno muy rural al que yo no estaba acostumbrado, porque mi familia es de A Coruña y mis padres son de Madrid. Una vez aquí me fui adaptando y el Señor me iba dando cada vez más sensibilidad hacia la enorme necesidad que había de actualizar las parroquias. Tengo tres hijos de 8, 10 y 12 años y yo le planteé al obispo auxiliar de hace unos años que quien le iba a predicar la palabra a mis hijos. Al cabo de unos días me respondió que por qué no me planteaba lo del diaconado y ese fue el origen. Yo llevaba dentro la semilla y ese recorrido que había hecho, pero fue esa conversación con la que empecé un discernimiento y que se culminó el otro día. Ahora empieza el verdadero viaje».
«Mi mujer para mí es más que un apoyo»
Sobre cómo vive con su familia esta experiencia, indica que «han sido días muy especiales para mi familia. Hemos vivido con la cierta inquietud de que todo saliera bien, aunque por dentro con mucha serenidad y tratando de vivirlo muy intensamente. Mis hijos se han dado cuenta de todo y lo han vivido participando y muy contentos. Mi mujer para mí es más que un apoyo y es una pieza fundamental en la vocación y en mi vida. Aunque el Señor me llamó antes de conocerla a ella, la puso en mi camino y realmente fue muy importante su apoyo y su comprensión».
Por último, al ser cuestionado por cómo va a compaginar el ser diácono permanente y profesor de Religión, afirma que «me gusta vivir todo en unidad. Entiendo que el Señor me ha puesto aquí y es también una misión importante. Para mí el colegio es un terreno de ilusión y lo vivo con el sentido de que es donde el Señor me quiere y es en la educación y en ese colegio inconcreto. Lo veo todo como un encargo del Señor», finaliza.