El día 1 de enero de 2024, la Iglesia celebra la 57 Jornada Mundial de la Paz, bajo el lema “Inteligencia artificial y paz”. Al comienzo del nuevo año, el Papa Francisco nos dirige una carta de saludo y apuesta por la paz de la que nos hacemos eco, una carta que comienza proclamando que Dios nos ha creado a su imagen y semejanza, con capacidad para entender y conocer, relacionarnos y amar, imaginar y crear. Precisamente, la ciencia y la tecnología son expresión de esas capacidades que, usadas para mejorar la humanidad y la tierra, atienden al designio de Dios y cooperan con su voluntad.
Los extraordinarios avances de la ciencia y de la tecnología y, en concreto, de las tecnologías digitales, han comenzado ya a producir profundas transformaciones en múltiples campos y han puesto remedio a innumerables males, pero también han colocado en manos humanas una “vasta gama de posibilidades, algunas de las cuales representan un riesgo para la supervivencia humana y un peligro para la casa común”.
Concretamente, “las tecnologías que usan un gran número de algoritmos pueden extraer de los rastros digitales dejados en internet, datos que permiten controlar los hábitos mentales y relacionales de las personas con fines comerciales o políticos”. No sólo eso, también tienen capacidad para generar y difundir noticias falsas, poner en riesgo la confidencialidad, condicionar las decisiones personales, alimentar el individualismo y la discriminación, interferir en procesos electorales, mplantar una sociedad que vigila y controla a las personas y, en definitiva, genera violencia.
La obsesión por controlarlo todo, puede llevar al ser humano a perder el control de sí mismo y caer en la dictadura tecnológica. No está lejos la tentación de calcular la fiabilidad de quien pide un préstamo, la idoneidad de un individuo para cierto puesto de trabajo, la posibilidad de reincidencia de un condenado o el derecho a recibir asilo o asistencia social, a través de un sistema de IA.
También puede resultar fácilmente justificable la clasificación de las personas, ignorando que no se as debe identificar con un conjunto de datos y que, por otra parte, también pueden dejar atrás el pasado.
Por otra parte, no podemos ignorar el impacto de las nuevas tecnologías en el ámbito laboral. Trabajos que venía realizando el ser humano, comienzan a ser absorbidos por las aplicaciones industriales de la IA. Se debería tener en cuenta la dignidad de los trabajadores y la importancia del trabajo para la realización de la persona y de la sociedad. También aquí se corre el riesgo de que crezcan los beneficios de algunos pocos a costa del empobrecimiento de muchos.
Ante esta situación, conviene recordar que la investigación científica y las innovaciones tecnológicas y los resultados que consiguen no son neutrales, por cuanto son actividades humanas sujetas a nfluencias culturales y valores personales. No debemos dar por hecho que “su desarrollo aporte una contribución benéfica al futuro de la humanidad y a la paz entre los pueblos”. Esto sólo será posible siendo responsables y respetando los valores humanos fundamentales. Tampoco hemos de quedar tranquilos pensando que las personas que trabajan en este campo actuarán de forma ética y responsable. Se hace necesario instituir o reforzar “organismos encargados de examinar las cuestiones éticas emergentes y de tutelar los derechos de los que utilizan formas de IA o reciben su influencia”.
La expansión de la tecnología debe basarse en el respeto escrupuloso a la dignidad de cada persona, a la igualdad y a la fraternidad, e ir acompañada de la formación ética. Se necesita también educar en el pensamiento crítico para discernir el uso de datos y contenidos en la web. Y, en fin, hay que identificar los valores humanos que fundamenten una guía ética para desarrollar estas tecnologías.