Al frente de Ayuda a la Iglesia Necesitada desde noviembre, desgrana en ECCLESIA las bases del proyecto
Con más de 25 años de experiencia en gestión y dirección de organizaciones sociales, José María Gallardo aterrizó como director de ACN España el pasado mes de noviembre, en sustitución del histórico Javier Menéndez Ros, ya jubilado. De 53 años, casado y con tres hijos, es licenciado en Económicas y Empresariales, con posgrado en Gestión de entidades sin ánimo de lucro, dirección de centros y servicios sociales, y dirección de fundaciones. Tras sus inicios en el Banco Santander, ha sido responsable mundial de Cooperación Internacional de Cáritas, director adjunto de Operaciones de Médicos del Mundo, secretario general de la Fundación Lares y directivo para la región del Suroeste de Europa en Alpha Internacional. Acaba de presentar la Memoria de Actividades de Ayuda a la Iglesia Necesitada de 2023.
¿Qué aspectos destacaría del trabajo de ACN en 2023?
Ha sido un año increíble, de enorme solidaridad por parte de nuestros benefactores. A nivel internacional, hemos financiado más de 5.570 proyectos en 138 países de todo el mundo, y nos congratulamos de estar pudiendo ayudar cada vez más a los laicos. En España, el incremento tanto en donaciones como en legados nos ha permitido contribuir a los más de 143 millones de euros del total a nivel internacional, y tenemos unos 200 voluntarios en nuestro país. Contamos con seglares, jubilados, religiosos y cada vez vamos viendo más gente joven por aquí. Y, por último, a nivel parroquial, también van surgiendo pequeños núcleos con interés en apoyar la misión de la fundación.
¿Cómo han sido sus primeros meses al frente de la fundación?
Intensos y muy enriquecedores, porque he tenido la oportunidad de encontrar un nuevo equipo, que es maravilloso. Voy conociendo poco a poco a todos los obispos españoles, que apoyan en esta misión a nuestros voluntarios, benefactores… Y también he tenido la ocasión de viajar a Ucrania, justo antes de Semana Santa, para ver cómo la Iglesia apoya a una población que está sufriendo muchísimo.
¿Qué es lo que más le ha sorprendido en su aterrizaje?
Me ha llamado la atención lo bien estructurada que está la organización, ya que Javier, su anterior director, y Antonio, el presidente, han hecho una labor fantástica. Ahí están los años y los resultados. También me ha encantado ver que dentro de la fundación trabaja gente con distintos carismas, que tiene vivencias distintas a nivel diocesano, a nivel de movimientos, a nivel de distintas congregaciones. Aquí trabajamos laicos y religiosos con una profesionalidad impecable, pero esa comunión de carismas es una grandísima riqueza.
¿Cómo pasa uno de trabajar en la banca a dirigir una organización de la Iglesia?
Dios me ha favorecido enormemente en mi vida, encajando un puzle en el que mis talentos aprendidos han sido puestos al servicio de la Iglesia. He sido un joven de parroquia: allí aprendí a tocar la guitarra, entré en el coro, hice el curso de agente de pastoral juvenil, tuve dos grupos muy fructíferos de jóvenes a los que acompañé… Siempre he tenido una vocación social, con ese gusanillo de ir de misiones. En una ocasión, en un viaje de trabajo a São Paulo conocí la misión que los franciscanos tenían en la frontera con Bolivia. Yo ya veía claramente que el banco no era mi sitio, y Dios quiso que nos saliera a mi mujer y a mí una oportunidad preciosa para ir a Kenia como cooperantes. Identificamos un proyecto, lo presentamos… y nos lo financiaron, una de las poquísimas veces que la Agencia Española de Cooperación ha financiado la creación de una Cáritas diocesana. Después trabajamos con los refugiados de los Grandes Lagos, desplegamos una misión humanitaria en el Congo… Entonces, como sin pensarlo, pasé del mundo de la banca a la cooperación internacional, algo realmente desconocido para mí.
¿Cuáles son las principales diferencias entre ambos mundos a nivel profesional?
Hay una parte técnica, la formación profesional, y otra que, para mí, es fundamental y lo primero: el amor a la Iglesia. Para mí, trabajar en una entidad de Iglesia es casi un apostolado y es imprescindible identificarse con la misión. No trabajamos por dinero, sino por una serie de valores y objetivos. También hay que vivir, claro, y un salario digno es fundamental. Alguien me dijo una vez que Dios no elige a los capaces, sino que hace capaces a los elegidos. Y yo me siento un elegido por Dios, que me ha ido llevando y formando. En cada puesto, vas consolidando el aprendizaje, luego te llevas la mochila de experiencias al siguiente trabajo y la vas poniendo al servicio de la nueva labor. Entré en este mundo por la Fundación Lares, después he estado en la Federación de Residencias y Servicios de Atención a los Mayores, di el salto a Londres, a Alpha… Y, ¿qué es precisamente Ayuda a la Iglesia Necesitada? Una síntesis de mi trayectoria: una combinación de cooperación internacional y apoyo a la labor de evangelización de la Iglesia.
Ha comentado que se adentró en la cooperación internacional de la mano de su mujer. Años después, usted sigue en este sector, ¿y ella?
Sí, María está trabajando ahora para Alpha Internacional, después de hacerlo cinco años en la Cáritas británica. De hecho, hubo un momento en que yo era director de Cooperación Internacional de Cáritas y ella la coordinadora adjunta de Proyectos de Manos Unidas. Bromeamos con que nunca estas dos entidades han estado tan coordinadas como entonces, con un compartir constante de los proyectos, las iniciativas… Esto lo hemos hecho mucho.
¿Cuáles son las líneas maestras de su gestión?
Queremos seguir cultivando los tres grandes pilares de la fundación: la oración, la información y la caridad. Aparte del apoyo fundamental —y que incentivamos— de la oración, nos dedicamos a poner el foco sobre la falta de libertad religiosa y la persecución a los cristianos a nivel mundial. Y en la parte de la caridad, seguir trabajando en financiar los más de 5.000 proyectos anuales que llevamos a cabo y que, sin nuestros benefactores, sería imposible. Porque esta fundación no recibe ni un solo euro público.
¿Podría contarnos algún proyecto llamativo en el que estén trabajando ya?
De cara a noviembre, nos estamos planteando retomar la iniciativa internacional Red week, donde queremos sensibilizar sobre la persecución de los cristianos y la realidad del martirio, iluminando de rojo catedrales, iglesias, colegios… Queremos llevar a cabo actividades a nivel escolar para que los niños y jóvenes conozcan esta persecución y valoren lo afortunados que somos por vivir en un país donde no se nos persigue por nuestra fe.
¿Por qué cree que esta persecución a los cristianos es silenciada y no se denuncia como sucede con otros colectivos?
El otro día leía en un diario de tirada nacional un exhaustivo análisis sobre la nueva presidencia de India y hablaban de la opresión que pueden sufrir los musulmanes, pero no decían nada de los católicos. Es lo que llamamos persecución educada, que no es sino censura e invisibilización del pensamiento y el sentir de los cristianos. Tenemos que hacernos mucho más presentes y denunciar la injusticia que se vive en Nicaragua, Corea del Norte o Nigeria. Por ejemplo, hace poco estuve dando charlas en todas las parroquias de Paracuellos del Jarama sobre la situación en Ucrania, y en todas comencé hablando de la persecución que sufrió la Iglesia ucraniana en tiempos soviéticos, para que se entienda bien el contexto del que venimos y que sepan que ha habido arzobispos que estuvieron más de 17 años encarcelados en Siberia por defender la fe católica. Gracias a su lucha, hoy tenemos una Iglesia viva que ayuda de manera maravillosa a todos los que sufren la guerra.
¿Han notado si los españoles somos más sensibles a los conflictos en algunas zonas del mundo por encima de otras?
España es un país muy generoso y, cuando hay una situación de crisis, nos volcamos. Lo que sucede es que hay emergencias que afectan directamente a la Iglesia —infraestructuras, sacerdotes, religiosos, seminaristas— y ahí es donde entramos nosotros. ACN es como la cara B de un disco en el que, por un lado, están Cáritas y Manos Unidas atendiendo las necesidades inmediatas de la población y, por el otro, estamos nosotros ayudando a los que ayudan, ya sea reconstruyendo un templo, con un material catequético, vehículos, alarmas y verjas para conventos en zonas de guerra o con ayuda psicoespiritual, que muchas veces es muy necesaria. Que puedan hacer un retiro, que fortalezcan su propia fe y su propia psique… Ayudamos a los curas a renovar mente y fe para seguir al pie del cañón. Porque, como hemos visto en Ucrania, la Iglesia es la primera entidad que abre las puertas cuando hay un desastre. Y las abre para todos.
Y en Gaza, ¿están desarrollando ahora mismo alguno de estos proyectos?
Llevamos muchos años ayudando al padre Romanelli, que acaba de volver a la parroquia de Gaza. Tenemos una campaña abierta para que los cristianos palestinos permanezcan en Tierra Santa y no se marchen. Con la falta de peregrinaciones por la guerra, sin viajes, muchos negocios no tienen ingresos suficientes. Entonces, nos piden apoyar al sostenimiento de estas comunidades. También nos parece fundamental que los niños cristianos puedan celebrar sus colonias de verano y sus campamentos.