Queridos hermanos:
El pasado día 1, primer viernes de marzo, tuvo lugar la bendición de un nuevo confesonario en la Concatedral de Cáceres, promovido por el Cabildo Catedral. Se trata de un mueble fijo, amplio e insonorizado para poder celebrar la liturgia del sacramento de la reconciliación con mayor reserva aun en medio de las celebraciones y las visitas de peregrinos. Está situado donde se encontraba anteriormente el bautisterio, expresando así la continuidad entre ambos sacramentos como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La renovación de la vida bautismal exige la penitencia. Por tanto, el templo debe estar preparado para que se pueda expresar el arrepentimiento y la recepción del perdón, lo cual exige asimismo un lugar apropiado (n.º 1185).”
Aparte de la conveniencia y oportunidad, su instalación es una llamada de atención para todos en este tiempo de cuaresma, tiempo de conversión, para responder a los compromisos que asumimos como hijos de la Iglesia: confesar al menos una vez al año los pecados mortales y comulgar por pascua de resurrección.
La confesión no es un castigo, sino una gracia, un encuentro con el amor misericordioso de Dios, que nos espera, nos busca y se adelanta a bendecirnos con su perdón. Él es el protagonista; nosotros solo tenemos que dejarnos reconciliar con Él.
Cristo es nuestra Paz. Ha reconciliado al ser humano con Dios, con los hermanos y con la creación entera, con “todos los seres, los del cielo y de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col 1, 20).
Muchas veces cuando hay rupturas, enfrentamientos y divisiones entre nosotros –en el matrimonio, en la amistad o en cualquier relación humana– pensamos que es imposible reconciliarnos. Cuando un plato se rompe en mil pedazos, por mucho que se peguen las piezas ya nada es igual y son muchas las cicatrices. Reconciliar es imposible para los hombres, no para Dios. El Señor es alfarero del hombre. No tira los pedazos rotos ni simplemente trata de juntarlos para recomponer la vasija como era antes, sino que hace con ellos una vasija nueva, recrea la persona y la mejora. La experiencia de la reconciliación nos acerca más a Dios: cada vez que experimentamos su misericordia, su perdón en una confesión, nos hacemos más hijos suyos, como el hijo pródigo, que era más hijo de su padre después de recibir su perdón.
La reconciliación en la tierra es un anticipo de la alegría que un día gozaremos en el cielo: “Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión” (Lc 15,7). Quizás la experiencia más cercana, humanamente hablando, a la bienaventuranza de la vida eterna es la que experimentamos cuando alguien nos perdona sin merecerlo, cuando nos dan una segunda oportunidad a pesar de que hayamos fallado. Nuestro Padre del cielo nos ofrece esta experiencia cada vez que nos confesamos.
En el confesonario nos encontramos personalmente con el mismo amor de Dios que gozaremos en el Reino prometido, de que estamos salvados, de que la vida eterna ya ha comenzado y que nuestras almas resucitan antes que nuestros cuerpos. Que el Señor nos conceda la gracia de experimentarlo en esta cuaresma y que todos los confesionarios de nuestros templossean instrumento de salvación de Dios.
Con mi bendición,