A través del desierto Dios nos guía a la libertad. Así titula el Papa el mensaje de este año para la Cuaresma.
El papa Francisco, en el mensaje que anualmente dirige a toda la Iglesia con motivo de la Cuaresma, habla de la Cuaresma como un camino hacia la libertad.
La llamada de Dios a la libertad es una llamada vigorosa, que no se agota en el acontecimiento único de la salida de Egipto, porque madura durante el camino hacia la tierra prometida.
Cuando Dios se revela a su pueblo, lo hace diciendo: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud», que leemos en Éxodo 20, 2.
Desde ahí, la Cuaresma es un tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser el lugar del primer amor. Desde el desierto como lugar de primer amor, que llama a la conversión, Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida.
La Cuaresma, por lo mismo, es un tiempo de desierto en el que vamos a descubrir cuáles son nuestras esclavitudes, a las que nos sentimos atados y de las que necesitamos liberarnos. Pero el paso de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto, sino que debemos conocer cuál es la realidad de nuestra vida y comprobar que existen esclavitudes, actitudes desde las que no somos libres para entregarnos al Señor, y seguir nuestro propio proyecto de vida.
El primer paso para que nuestra Cuaresma sea también concreta es que queramos conocer y ver nuestra realidad: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, perizitas, heveos y jebuseos. El clamor de los hijos de Israel ha llegado a mí y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y ahora marcha, te envío al faraón para que saques a mi pueblo, a los hijos de Israel» (Ex 3, 7-15).
También hoy llega al cielo el grito y el clamor de tantos hermanos oprimidos y es importante que nos preguntamos si llegan también a nosotros, si nos conmueven como conmovieron el
corazón de Dios.
Nuestra Cuaresma será bien concreta si miramos y escuchamos nuestros gritos de esclavitud personal que tenemos y, al escucharlos y conocerlos, confesamos que también nosotros estamos bajo el grito del faraón, que nos deja exhaustos e insensibles.
Los gritos de esclavitud que sentimos dentro de nosotros significan un déficit de esperanza, un impedimento para soñar en la libertad y quedarse en la esclavitud.
El tiempo de Cuaresma es un tiempo fuerte en el que la Palabra de Dios se dirige a nosotros para decirnos: «Yo soy el Señor tu Dios, que te hice salir de Egipto, de la esclavitud» (Ex 20, 2), y así darnos cuenta que, si contamos con el Señor, Él nos dará la libertad y nosotros lograremos disfrutar de nuestra libertad, siendo solo adoradores de Dios y quitando de nosotros todos los ídolos que nos esclavizan.
La Cuaresma es tiempo de conversión, tiempo de libertad. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud.
Todo esto implica una lucha, para no tener otros dioses, otros ídolos en nuestra vida que nos esclavizan, como son: el sentirse omnipotentes, apegados a ciertos pecados y defectos, apegados a la tradición e incluso a alguna persona, porque todo esto, en lugar de impulsar nuestra libertad, nos paraliza y, en vez amarnos, nos enfrenta.
El tiempo de Cuaresma es tiempo de actuar y, en Cuaresma, actuar es también detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios y detenerse como samaritanos para acoger al hermano malherido.
No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo.
Por eso la limosna, la oración y el ayuno son un único movimiento de vaciamiento de los ídolos que nos agobian y de los apegos que nos aprisionan.
En la medida que, en esta Cuaresma, se haga realidad en nosotros la conversión, la humanidad extraviada sentirá el destello de una nueva esperanza.
En la Cuaresma, la conversión hemos de sentirla, no como que estamos en una agonía, sino en un parto del que nacerá la libertad; no en el final, sino en el comienzo de un gran espectáculo que consiste en salir de la esclavitud para vivir la libertad y la nueva esperanza que nace con ella.