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La oración que se hace aplauso

¿Qué hay detrás de un aplauso? Estamos acostumbrados a aplaudir. Es un gesto prácticamente generalizado en todas las culturas. Sean sinceros o forzados, en vivo o «enlatados», siempre quieren manifestar adhesión, admiración, alegría, felicitación, agradecimiento, etc. Según casos, el aplauso tiene uno u otro sentido. Algunos actores dicen que no pueden vivir sin el aplauso del público en el teatro, todos los creadores comunican, exponen, publican, buscando el reconocimiento del público; un líder político se reafirma en su discurso al verse aplaudido y sus seguidores se sienten unidos en la misma manifestación de alegría compartida. A veces una persona deprimida o insegura se recupera cuando se siente «aplaudido» como signo de reconocimiento del propio valor…

Es un bello signo que usamos para expresar sentimientos muy nobles, como cuando la gente aplaudí a un héroe o a una persona que ha logrado con su esfuerzo una meta verdaderamente valiosa; o también el cadáver de una persona admirada o de una víctima injustamente asesinada.

El aplauso, incluso, puede formar parte de nuestra oración. Es hermoso escuchar la oración del salmista que, a la vista de las obras salvadoras de Dios, quiere contagiar su alegría desbordante a los ríos y a las montañas, invitándoles a aplaudir: «¡aplaudan los ríos; únanse las montañas en gritos de alegría!» (Sal 98,8). Jesús, entrando en Jerusalén, fue aplaudido por la multitud. Él aceptó el gesto como alabanza, admiración y reconocimiento de su condición de Mesías. Era una auténtica profesión de fe en forma de alabanza.

Pero sabemos que no todos unirían su voz a la de la multitud. Unos, porque lo rechazarían como gesto blasfemo; sería el caso del grupo de los fariseos, que intentaban hacer callar a la gente. Hay otros, porque su forma de entender el seguimiento de Jesús, está centrada, no tanto en su Persona misma, sinó en «su causa», en su idea, en su mensaje moral, en su «utopía». En este caso se corre el grave peligro de proyectar la propia idea, el propio proyecto, en el mensaje de Jesús. Es lo que probablemente ocurrió a Judas (que también iba entre la gente aplaudiendo a Jesús).

Siempre que se aplaude a un líder por sus ideas, la atención se fija en su programa, en su proyecto; se aplaude por estar de acuerdo en su mensaje; su persona es reconocida en tanto que es su impulsor; en tanto que es un líder de una «causa», capaz de arrastrar y convencer, porque él mismo ha sido consecuente y la ha llevado a cabo hasta el final.

En aquella escena de la entrada de Jesús en Jerusalén es la persona de Jesús a quien se aplaude. Él es el objeto de nuestra fe. Quien ha llegado a descubrir el secreto de su persona, pone el corazón en sus manos y sabe que entonces allí Dios es realmente aplaudido. Y las razones por las cuales las manos aplauden son las mismas que movían al salmista a llamar a los ríos y las montañas a gritar de júbilo, es decir, las obras maravillosas que Dios ha hecho en el mundo. Más concretamente la obra cumbre de su Muerte y su Resurrección.

Se suele poner en contraste esta escena de la entrada de Jesús en Jerusalén con la tremenda soledad sufrida en el Gólgota. Allí solo quedaban quienes no iban detrás de las ideas, sino que solo deseaban su persona, amarle a Él. Nosotros trasladándonos al Gólgota, ente la Cruz, ¿seríamos capaces de irrumpir en un aplauso entusiasta?

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