Queridos hermanos y hermanas:
Hoy celebramos el Domingo de la Palabra de Dios, una invitación a escuchar con atención, cuidado y delicadeza la Palabra que Él nos dirige para, así, responder a su infinito amor con agradecimiento, entusiasmo y esperanza.
El lema Permaneced en mi Palabra, tomado del evangelio según san Juan (cf. Jn 8, 31), nos anima a abrir nuestros corazones hasta que el Espíritu Santo los ilumine y seamos capaces de escuchar la voz de Cristo en lo más profundo de nuestra alma.
En medio del remolino existencial en el que nos encontramos, es esencial hacer un ejercicio de escucha orante y de lectura creyente de la Palabra de Dios. Una Palabra que no solo se puede meditar personalmente, sino que es iluminada de modo particular al calor de una comunidad que vive bajo el abrazo de la fraternidad.
En este domingo de «celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios» (Aperuit illis, 3, Papa Francisco), no olvidemos que el Señor jamás realiza su misión en solitario, sino que se rodea de personas que embellecen poco a poco el rostro de la Iglesia.
Esa manera de creer es la que el Padre espera de nosotros. Sin tiempos, sin condiciones y sin esperas. Solo por amor a Quien hemos de pertenecer y en Quien permanecemos: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus caritas est, 1, Benedicto XVI).
Desde el Área de Pastoral Bíblica de la Conferencia episcopal, recordaban en 2021 que «el reino de Dios es un don, un ofrecimiento», pero «espera una respuesta de acogida que se expresa en dos actitudes: conversión y fe». Por ello, porque con Él «comienza un modo de contar el tiempo y una manera diferente de vivir, de pensar, de sentir y de compartir», hemos de celebrar este día vislumbrando en la Sagrada Escritura ese tesoro que el Señor pone en nuestras manos para tocar, con su Palabra, las profundidades de nuestra alma en cualquier momento, situación o circunstancia.
El día de Pentecostés, «los que acogieron la palabra de Pedro fueron bautizados» (Hechos 2, 41); y se agregaron unas tres mil personas, dice la Escritura, siendo constantes en «escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la unión fraterna, en partir el pan y en la oración»».
Recogiendo el testigo de este redescubrimiento de la Palabra de Dios, somos convocados y llamados –cada uno por nuestro propio nombre– a vivir nuestra vida junto con Aquel que no cesa de darnos su Palabra y de compartir su propia vida en la Ofrenda del altar. Ahí, en la Eucaristía, como asegura la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, «la liturgia de la Palabra y la liturgia de la Eucaristía están tan estrechamente unidas que forman un único acto de culto» (SC, 56).
La Biblia es el instrumento «con el que Dios habla a los fieles cada día», sugiere san Jerónimo (Epístola 133, 13). Asimismo, repetía que «desconocer la Escritura es desconocer a Cristo». Por tanto, busquemos al Amor en la Palabra y hallaremos en ella el rostro de Dios y de los hermanos.
Le pedimos a la Virgen María que, con su maternal ayuda y su inquebrantable intercesión, nos impulse a estar siempre dispuestos para escuchar y perseverar en la Palabra de Dios, que no habita afligida y muda, sino que permanece viva y encarnada en el pueblo de Dios, preparando nuevos odres para el vino siempre nuevo.
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.