Emmanuel prefiere no mostrar su rostro y, por eso, en la fotografía posa de espaldas. Está en Madrid, en la plaza de Grecia, a pocos pasos del estadio Metropolitano. Pero llegar hasta aquí no ha sido fácil. Emmanuel fue protagonista meses atrás, en diciembre, de otra fotografía que dio la vuelta al mundo. ¿Se acuerdan de los tres migrantes encaramados al timón de un petrolero en el que viajaron durante once días desde Lagos (Nigeria) hasta ser rescatados cerca de Canarias? Es uno de ellos.
Hoy, él y sus compañeros de viaje están en España, en gran medida, gracias a la Iglesia, en concreto, al Secretariado de Migraciones de la diócesis de Canarias, que evitó que fuesen devueltos como polizones. Pero no solo consiguieron para ellos protección internacional, también les ofrecieron un itinerario personalizado y un acompañamiento, al que se han acogido dos: Henry y Emmanuel. Estos son, además, los primeros en estrenar los Corredores de Hospitalidad, el proyecto que el Departamento de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y los obispos canarios lanzaron para derivar migrantes a otras zonas desde las islas y evitar el colapso del sistema de acogida. Los dos viven ahora en un recurso de Cáritas Diocesana de Madrid y dedican gran parte de su tiempo al aprendizaje del español y a resolver cuestiones burocráticas. Emmanuel cuenta que debe renovar su permiso de asilo, pero que no hay citas. Es imposible. El día que nos encontramos con él, tenía que ir a ver, además, a una asistenta social.
La migración no fue una opción para él. Es natural del sureste de Nigeria, una zona conocida como Biafra, de gran inestabilidad, pues hay un conflicto histórico por su independencia. De hecho, oficialmente Biafra no existe. Dice que el Ejército hace incursiones en el territorio de manera habitual y abre fuego contra la población y que los fulani —un pueblo nómada— destruye sus cosechas y se lleva su ganado. Además de por estos motivos y por la situación social pésima, decidió marcharse porque lo querían reclutar para formar parte de las fuerzas de seguridad de Biafra que luchan contra el Ejército de Nigeria. No había opción. «No hay futuro para los jóvenes allí. El Gobierno no hace nada y el desempleo es muy alto», afirma. A esto hay que sumar la inseguridad, pues no es raro que haya secuestros o violencia en todo el país.
Así que viajó toda la noche en un autobús hasta Lagos, la capital, y allí, junto con otros dos compañeros, pidieron a un pescador que los acercara al petrolero que estaba saliendo del puerto. No sin dificultades consiguieron aferrarse al timón, pero, en el intento, perdieron el agua. Así que estuvieron once días bebiendo agua del mar para mantenerse.
No sabían a dónde se dirigía el petrolero, solo querían que fuera lejos de Nigeria. Sufrieron golpes de mar, la falta de comida o incluso la desesperación de ver que el barco permanecía parado durante días en medio de la nada y de gritar a las demás embarcaciones sin ser oídos. «Casi morimos», afirma. Ya en tierra y resuelta su situación legal, Emmanuel aceptó la oferta de la Iglesia porque, además de ser cristiano, sabía que le podían ayudar. Ir a Madrid significaba dejar la incertidumbre de Las Palmas. Quería estar lo más lejos posible de su país. Su madre sigue allí y para él es una preocupación, pues todavía no puede trabajar y, por tanto, enviarle dinero para su sostenimiento. Su vida es ahora mejor. Hay quien lo cuida y cubre sus necesidades básicas, pero no puede dejar de pensar que todavía no puede ser útil a su familia.
Emmanuel fue el primero, pero la Iglesia quiere que sean muchos más gracias a la generosidad y hospitalidad de las diócesis españolas, de modo que estos Corredores de Hospitalidad se conviertan, además, en un mensaje a la Administración de que cuando hay voluntad, las cosas salen adelante.