A los lectores nos pasa en Navidad como en las vacaciones de verano —peor que en las vacaciones de verano—, que nos las prometíamos para leer mucho y con los viajes, comidas, compras y oraciones lo único que pudimos ver del libro fue su portada adornando el salón o pesando en la maleta. Por eso, si hay que leer algo, que sea corto, que dé tiempo a leerlo; que sea provechoso y que enlace con el tiempo vivido.
Un tiempo que nos invita a parar de la vorágine diaria para reconectar con lo fundamental que se encuentra lejos de las prisas, de la ecuación eficiencia—rendimiento—productividad, y de los datáfonos y las pantallas, aunque esto último sea lo más difícil en estos tiempos confusos. A comprender el origen y evolución de esa confusión, a aceptar esta invitación, o a comprender las consecuencias de no aceptarla, nos puede ayudar Permanecer de François-Xavier Bellamy. Desprovisto de actitudes apocalípticas, aceptando las posibilidades de nuestro mundo, pero con el fomento de una conciencia crítica desde la historia y la filosofía, Bellamy nos anima a detenernos para identificar y primar lo fundamental de entre lo accesorio.
Un tiempo que es también o ante todo de familia, como la que protagoniza Benevolencia de Meredith Hall. Terminada la gran tragedia de la Segunda Guerra Mundial, los Senter van a padecer otra que alterará por completo la apacible vida que llevan en su granja de Maine, y que traerá miedo, culpa y un sufrimiento cuya única solución está en el mensaje que nos trae la Navidad: el amor. Quienes hayan leído y disfrutado a Marilynne Robinson —Gilead— o a Willa Cather —La muerte llama al arzobispo— van a sentirse como en casa en esta novela con vocación de clásico moderno.
La guerra también intenta protagonizar y rivalizar sin éxito con el perdón en La tregua de Navidad de 1914 de Álvaro Núñez Iglesias. El título nos recuerda un suceso de la Gran Guerra que ha pasado a la memoria colectiva. No hay novelista que recorra esos años que no pase por él, ni periódico o noticiario que no lo repita todos los años para rellenar, pero pocos conocen los detalles menudos, pero esenciales del acontecimiento, y muchos menos los pequeños grandes gestos de humanidad y de fe que lo conformaron y que tuvieron después una feliz y sorprendente continuación al término de la guerra. Este ensayo presenta los testimonios de los soldados británicos, franceses, belgas y alemanes que lo vivieron para ofrecer un fresco precioso de lo mejor, en medio de lo peor, de lo que es capaz el hombre.
Frente a estas obras de relativo largo alcance tenemos, para los ratos de sillón vespertino pre o pos siesta navideña, el volumen de cuentos Tardes de Año Nuevo. Esta antología confeccionada por Francisco José Gómez Fernández reúne magníficos relatos de escritores españoles de hoy y de ayer —unos muy conocidos y otros que deberían ser muy conocidos, por lo que esta reunión de cuentos también va en beneficio del siempre necesario y necesitado conocimiento de nuestra literatura patria—.
La división de estos cuentos por epígrafes es muestra suficiente de lo que podemos esperar: «Cuentos de Adviento y loterías»; «Relatos de Nochebuena y Navidad»; «Narraciones de Nochevieja y Año Nuevo»; «Historias de Epifanía y Reyes Magos».