Hace poco más de un mes, el papa Francisco nombró a este sacerdote orensano nuevo prelado de la Orden melitense, donde ha sido voluntario y capellán. Concede a la revista ECCLESIA una de las primeras entrevistas
Luis Manuel Cuña Ramos (Orense, 1966) estaba tomando chocolate con churros con un grupo de mujeres de sus parroquias rurales —con las que había ido a Orense para ver belenes del mundo— cuando recibió una llamada de la Secretaría de Estado de la Santa Sede para comunicarle que el Papa había decidido nombrarle prelado de la Orden de Malta y que se haría público días después, el 21 de diciembre. En la diócesis gallega, además de atender estas parroquias, era archivero del Capítulo de la catedral y delegado de Patrimonio. Pero donde realmente conoció a la Orden de Malta fue en Roma, mientras era archivero de Propaganda Fide, donde estuvo 24 años. En la ciudad eterna fue ordenado presbítero por san Juan Pablo II y conoció a la Madre Teresa.
¿Quién es Luis Manuel Cuña Ramos?
Por vocación, sacerdote, de la diócesis de Orense. Por formación, historiador y archivero. He trabajado durante muchos años en el Archivo Histórico de Propaganda Fide y, por tanto, también tengo un cariño especial a las misiones. Cuando volví de Roma, mi obispo me pidió ser archivero de la catedral y delegado de Patrimonio de Orense, cargos que ocupaba hasta hace poco, además de atender tres parroquias rurales. Pero lo principal es que soy sacerdote.
¿Cómo se gestó esa vocación?
De niño. Recuerdo que cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, respondía que cura o veterinario. Y ganó el Señor. Luego, Dios va poniendo sacerdotes en tu camino —profesores, confesores…— que son los que te permiten conocer este ministerio. Aunque tengo que decir que durante un tiempo pudo más la vida monástica.
¿La vida monástica?
A los 18 años, después de haber hecho COU en Madrid, en el CEU de Julián Romea, y vivir en el Colegio Mayor San Pablo, entré en el Monasterio de Oseira, donde vive una comunidad cisterciense. Allí fui novicio durante dos años y medio. Al final, pesó la vida sacerdotal, aunque fue una experiencia que ha marcado mi forma de vivir el ministerio. Después entré en el seminario de Orense y tengo que reconocer que, cuando era ya diácono, quise volver al monasterio.
¿Qué sucedió?
El obispo pretendía enviarme a Roma a estudiar Historia de la Iglesia. Yo le dije que quería volver a entrar en el monasterio, pero que tenía el propósito de hacer lo que él me pidiese. Y pidió que me fuese a Roma. De ese acto de obediencia llegaron muchas otras cosas. Por ejemplo, haber conocido personalmente a la madre Teresa de Calcuta, haber sido ordenado sacerdote por Juan Pablo II o haber entrado en contacto con la Orden de Malta. Han sido muchas gracias.
Decía antes que la experiencia monástica había marcado su ministerio. ¿En qué sentido?
En la importancia de la oración, del oficio divino, de la liturgia bien cuidada, del deseo de buscar tiempo para estar con el Señor. Para un sacerdote, y para todo cristiano, esto es esencial.
¿Cómo conoció la Orden de Malta?
El Señor pone personas en tu vida, en este caso, unas damas de la Orden de Malta en Italia. Primero conocí el Cuerpo Italiano de Rescate de la Orden de Malta [CISOM, por sus siglas en italiano]. Empecé como voluntario y luego me pidieron que fuese el capellán del grupo. Recuerdo que un caballero me preguntó qué hacía allí. Yo, que ya era sacerdote, respondí que estaba para servir. Entré como voluntario y desde ahí comencé a conocer otras realidades de la Orden: las peregrinaciones a Lourdes o Loreto, el servicio en las calles y estaciones, los campos de verano para jóvenes con discapacidad… Entonces, ya me propusieron ser miembro de la Orden como capellán. Conozco la Orden de Malta desde abajo, pues comencé, como decía, en la calle con los voluntarios. Probablemente, esto haya pesado en mi nombramiento.
¿Le sorprendió que el Papa le eligiese para esta misión?
Lo decía en la carta de agradecimiento que envié al cardenal patrono y al gran maestre: me siento como el rey David, cuando el profeta Samuel buscaba un rey y fue a casa de su padre Jesé. Solo quedó él, el pequeño, el que estaba con las ovejas. Así me siento. Seguramente había muchos más capaces que yo, pero el Señor sabrá.
¿Cómo explicaría qué es la Orden de Malta a alguien que no esté familiarizado con ella?
En palabras pobres y superficiales, es una multinacional de la caridad. Es una orden religiosa fundada en el siglo XI (1048). Nace como hospitalaria, para cuidar a los enfermos y a los peregrinos, sin distinción de raza, religión o estrato social. En Rodas, uno de los lugares donde estuvo de forma especial, la comida en la Sagrada Enfermería se servía en platos y cubiertos de plata, como signo de la dignidad que se daba a los enfermos. En la actualidad, a los enfermos y asistidos se les llama Señores. En el fondo, aunque la forma es distinta, el carisma es similar al de las Misioneras de la Caridad, las monjas de Madre Teresa de Calcuta: la defensa de la fe y el servicio a los Señores pobres y enfermos, aunque ellas viven una pobreza extrema. Se trata de ver a Cristo y servirlo en el enfermo. Es caridad, no filantropía. Lo que hacemos está movido por la fe y con la ayuda de la oración. Por eso, la oración es necesaria. Es cierto que a los padres de familia no se les puede pedir lo mismo que a un religioso de la Orden o a un sacerdote capellán, pero es fundamental la formación y la vida espiritual. Esta se ofrece a caballeros y voluntarios. Porque si no ves a Cristo, no puedes servirle en los enfermos. Si no tienes una relación viva con él, haces filantropía o te conviertes en un funcionario. Recuerdo siempre lo que decía la Madre Teresa: lo que nosotros hacemos es por alguien, Jesús, y se lo hacemos a Jesús.
En los últimos años, la Orden de Malta ha vivido una crisis que ha terminado con la intervención del Papa y la aprobación de la Carta Constitucional y el Código. ¿Qué ha sucedido?
Había una tendencia que quería que la Orden se convirtiera en una ONG y el Papa ha querido salvaguardar su carisma. Con la reforma, reafirma el carácter de orden religiosa, algo que hay que dejar claro a los que se acercan a nosotros. Así, el trabajo con los voluntarios es una forma de evangelización. Toda la Orden camina en esa línea tras el Capítulo General de enero del año pasado, cuando se reeligió el mismo Gobierno que había propuesto el Papa. Seguimos la línea marcada por el Pontífice, que es la que la Orden ha tenido siempre. El otro camino era dejar de ser lo que había sido siempre.
Desde la decisión del Papa ha pasado ya casi año y medio. ¿Cuál es el balance del camino recorrido desde entonces?
La Providencia actuó, y caminamos en una línea que no se había perdido, pero sobre la que podía haber alguna confusión. Ha habido sufrimiento, nos hemos sentido perdidos y preguntado qué quería el Señor de nosotros. Pero, hoy, las ideas están bastante claras.
Además de reforzar el carisma, también se han reformado algunos aspectos, sobre todo en relación con los religiosos. ¿De qué se trata?
La reforma afecta a todos, pero, fundamentalmente, a los religiosos. Se pide implantar la vida en común. Desde Napoleón no existe el convento y los candidatos se han ido formando uno a uno. Es necesario entrar en la lógica de la vida en común, sin perder la presencia en distintos países. Para el resto, damas y caballeros en obediencia y damas y caballeros —las otras dos clases—, la novedad principal es la insistencia en la formación. Es necesaria una relación viva con el Señor, pues la Orden no es una ONG. Además, pasar de voluntario a caballero o dama debe suponer un compromiso de vida.
¿Sigue habiendo vocaciones en la Orden de Malta?
Las hay. Es importante que en todas se dé un discernimiento, pues, en algunos países, la cruz de ocho puntas tiene mucho prestigio, y puede haber personas que se acerquen a nosotros por este motivo. Por eso, los superiores tienen que acompañar a los voluntarios, damas y caballeros en el proceso. Ser dama o caballero no es un título, sino una forma de vida a la que Dios te llama, una vocación, y esto tiene que reflejarse en la propia existencia. Y para esto es muy importante una intensa vida espiritual. La oración no es un extra ni un lujo, sino una necesidad.
¿Qué aporta a la Iglesia la Orden?
La defensa de la fe, hoy con la formación y la vida espiritual. Y también el servicio a los Señores enfermos y pobres. El carisma es muy actual.
¿Cuál es el papel del prelado?
Es el superior del clero de la Orden, que está formado por sacerdotes diocesanos, aunque también hay religiosos, que han entrado en la Orden como capellanes.
Se ocupa principalmente de su vida ministerial, procurando que desarrollen su ministerio según el carisma melitense. Se ocupa también de promover y cuidar la parte espiritual de las obras de caridad de la Orden.
¿Y el de los capellanes?
El cuidado de la parte espiritual y la formación. Como decía, esto es esencial para no equivocarse en el rumbo y no mirar solo a las obras. Hay personas a las que les gusta más hacer, pero menos un momento de oración. La Orden llega a lugares y a personas con pocos vínculos con la Iglesia y puede ayudarles, como decía Benedicto XVI, a descubrir la belleza del cristianismo.
Un aspecto nada baladí es el de la soberanía. De hecho, la Orden tiene relaciones diplomáticas con numerosos países.
Este aspecto diplomático está subordinado a la misión. Estas relaciones facilitan la misión en algunos casos, pues llegamos a zonas donde no lo hace ni la Cruz Roja. Por tanto, es un medio para la misión, no el fin. Es lo que el Gran Maestro, en su reciente discurso a los representantes diplomáticos ante la Orden de Malta definía como «diplomacia religiosa».
Termino con más preguntas personales. Estuvo veinticuatro años en el archivo de Propaganda Fide. ¿Qué se llevó de allí?
Aprendí la importancia de los archivos, que no son solo papeles, sino la vida de las personas. He aguantado tanto porque mi vida no se limitaba a esa tarea. Tenía un ministerio sacerdotal con las monjas de la Madre Teresa, la Orden de Malta y las parroquias. Para mí, siempre ha sido primero ser sacerdote.
Y la última. ¿Cómo conoció a la Madre Teresa?
Me encontraba yo en un periodo de crisis y un día, en Roma, pasaba por delante de la casa que las hermanas tienen al lado del Vaticano. Justo en el portón de la casa se me cruzó un coche. Levanté los ojos y vi a la madre Teresa. Tenía que decirle algo y decírselo en inglés, así que fui directo al grano. Bajó el cristal y le dije: «Madre, rece por mí, porque no quiero hacer la voluntad de Dios». El problema de la crisis era ese. Y ella me respondió: «Padre, pídele a Jesús enamorarte de Él cada día y empezar de nuevo cada día».