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María Francisca Sánchez Vara: «Para acabar con la trata hay que valorar a las personas, valorar la sexualidad y educar en una afectividad sana»


La Iglesia celebra este jueves, 8 de febrero, la Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la trata

En la Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la trata –con motivo de la memoria litúrgica de santa Josefina Bakhita—, charlamos con María Francisca Sánchez Vara, directora del Departamento de trata de personas de la Conferencia Episcopal Española. Desde 2015, cuando el papa Francisco dio este gran impulso y visibilidad a la lucha contra esta lacra social, lleva poniendo en pie diversos proyectos de sensibilización sobre este problema que empezó a reconocerse como tal en los años 90 y que, a su juicio, tiene una clave para ser atajado: la educación.

Al principio, con pocos medios y materiales más rudimentarios, que, poco a poco, fueron evolucionando hasta el momento actual, en que no pocas diócesis tienen equipos que funcionan ya de manera autónoma para estar junto al que sufre.

¿Cómo describiría la situación actual del problema de la trata en nuestro país? Porque las noticias no parecen precisamente alentadoras…
Si nos ceñimos a los datos que ofrece el ministerio de Interior, se ve claramente que el principal problema de la trata es que está invisibilizada. Las cifras oficiales hablan de unas cantidades mínimas, de menos de 150 víctimas anuales de trata para la explotación sexual. Son muy poquitas. Es muy complejo, porque es realmente muy difícil detectar posibles víctimas y luego identificarlas. Luego, si hablamos de víctimas de explotación laboral, encontramos que hay menos y que son principalmente hombres. También hay casos, aunque son muy pocos los identificados, de matrimonios forzados, mendicidad, comisión de delitos… 

¿A qué se debe esta dificultad para identificar a las víctimas?
No veo fallos en el sistema. La trata tiene su origen en la injusticia y el desequilibrio que hay, se nutre de personas migrantes que proceden de países desfavorecidos y que son engañadas con falsas promesas. Mientras existan países con condiciones de este tipo, que son factores de vulnerabilidad, hacen que haya candidatos a ser explotados. Identificar a una persona es complejo porque hay demostrar que ha habido una captación en origen, que ha sido trasladada de una determinada manera… Y eso que cuando una persona es identificada como víctima de trata, tiene acceso a los derechos que le corresponden como tal, pero yo no creo que haya desinterés. Tengo plena confianza en que la policía está haciendo muy bien su trabajo, si bien soy consciente de que no es sencillo.

Parece que el progreso tecnológico no se traduce en una mejora del proceso ante estas dificultades… 
Precisamente, existe un problema muy actual: todo lo que es captación y explotación de mujeres para la prostitución está migrando a internet, y ahí es mucho más complejo todavía de perseguir, conocer e investigar.

¿Qué papel tiene la Iglesia en este drama?
Fundamentalmente, de acompañamiento a las víctimas. Luego hay una segunda derivada, que es la sensibilización y visibilización del programa. Y, por supuesto, una educación en valores. Como Conferencia Episcopal, concretamente, nuestro departamento surge con la propuesta del papa Francisco de la Jornada Mundial de Oración y Reflexión en 2014, y que luego empieza a celebrarse en 2015. Desde entonces, contactamos con las entidades de Iglesia que trabajan esta realidad, impulsamos proyectos de acogida y acompañamiento y hemos ido creando, por así decirlo, una red nacional de Iglesia para dar respuestas a esta situación. Sin olvidarnos de que también estamos muy conectados con las entidades de Iglesia que trabajan en los países de origen de las víctimas, y a nivel europeo, a través de la Red Talitha Kum. Nos nutrimos de lo que se genera ahí, estamos creando una red a nivel mundial bastante importante.

¿Cuáles son estos proyectos?
Como Conferencia Episcopal, estamos al servicio de las diócesis. Hemos favorecido que se vayan creando equipos de trabajo en las diócesis, con un objetivo claro de sensibilizar y visibilizar. Coordinarnos, por ejemplo, a todas las entidades de Iglesia para dar respuesta a todos los casos que vayan surgiendo, para identificar a personas en riesgo, nos formamos en la detección de víctimas en ámbitos concretos… hacemos muchas cosas. Elaboramos materiales específicos de formación, recursos para la sensibilización, como una exposición fotográfica con rostros y testimonios que lanzamos en 2019, que todavía sigue recorriendo España y de la que, incluso, algunas diócesis han hecho réplicas. Se trata de un recurso muy bueno para mostrar la realidad de la trata y, también, la esperanza de que de aquí se sale con un acompañamiento. Editamos, a su vez, una revista con materiales, con propuestas de vigilia de oración para que las diócesis organicen eventos diversos… Lanzamos recursos para trabajar con los jóvenes, vamos a los colegios. Apoyamos proyectos en origen, damos a conocer los testimonios de mujeres que retornan a visitar a su familia después de lo que ha vivido aquí… Lo que queremos es facilitar el trabajo a las diócesis; luego ellas tienen sus propios recursos y ya pueden caminar con una red eclesial consolidada, para ir tejiendo a su vez su propia red provincial en la que se encuentran con otras entidades de la sociedad civil, con la policía, etc. 

¿Cómo es la colaboración entre la Iglesia y la Administración?
Es con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Colaboración siempre hay y siempre es buena, porque la policía deriva a las víctimas a nuestros proyectos y, por tanto, tenemos una conexión. Los agentes siempre comentan que, cuando empezaron con estos temas en los años 90, no había casi nada. Ahora sí se han creado más entidades y proyectos para responder y hacer ese acompañamiento a las víctimas.

Algunas de estas entidades se aproximan a la cuestión desde una perspectiva ideológica o del feminismo, pero la Iglesia ha estado siempre…
Efectivamente, hay congregaciones que empezaron a trabajar el tema de la mujer en el contexto de la prostitución y la vulnerabilidad ya en el siglo XIX. Son las Hermanas Oblatas y las Adoratrices, llevan muchísimos años con este trabajo. La mujer en prostitución, víctimas de explotación sexual, en situación de vulnerabilidad, forma parte de su carisma. Santa María Micaela, por ejemplo, empezó a mediados del siglo XIX. 

¿Qué valor añadido cree que aporta la Iglesia además del valiosísimo trabajo de las ONGs civiles?
Las entidades y personas que están aquí para trabajar intentan hacerlo lo mejor posible. El valor añadido que puede aportar la Iglesia es que, detrás de su trabajo, hay una congregación con un carisma. Hablamos de mujeres consagradas que entregan su vida a una misión específica, a ese acompañamiento constante y continuo. En otros ámbitos nos encontramos a profesionales buenísimos desde el punto de vista técnico; en las entidades de Iglesia también trabajan buenos profesionales y, además, detrás de lo que nos mueve está también la misión que tenemos como cristianos de acompañar procesos de liberación y sanación, de defender la dignidad de toda persona y el acceso a los derechos. Además, el hecho de acompañar desde un ambiente religioso a muchas mujeres que tienen sed interior o que vienen con raíces espirituales favorece mucho su proceso.

Un ejemplo de ello es la propia santa Josefina Bakhita…
Para nosotros es un referente. Puede parecer una mujer poco conocida, pero cada vez más gente se está acercando a su historia. Fue una esclava sudanesa, raptada por traficantes de esclavos, que iban por los poblados llevándose a los niños. Durante muchos años vivió esclavizada y fue vendida en varias ocasiones. Hasta que fue comprada por un italiano e inició poco a poco un proceso de liberación exterior e interior. Cuando descubrió a Cristo en su vida, fue capaz de perdonar y liberarse de esas cadenas también internas. Es «la mujer que engrandeció el perdón», como ha escrito en nuestra revista la teóloga María Dolores López Guzmán. Es una figura muy sencilla, a la que podemos aproximarnos a través de su diario, el diario de Bakhita, un libro que recoge lo que ella le fue contando de su vida a una hermana de congregación. Allí cuenta con su sencillez todo lo que sufrió. Durante toda su vida de esclavitud ella siempre sintió que alguien la cuidaba, que alguien estaba con ella y la estaba protegiendo. Cuando se encuentra con Cristo y cambia su vida recuerda las numerosas veces en que había mirado al cielo de África preguntándose quién habría hecho algo tan maravilloso, tenía muchos interrogantes dentro. Bakhita perdona y, de alguna manera, se siente agradecida por todas las penurias que ha pasado, porque esto es lo que la ha llevado a Cristo. 

La Jornada Mundial de Oración y Reflexión, como en el caso de santa Josefina Bakhita, está avanzando desde un conocimiento a una mayor relevancia…
Es una jornada que apenas lleva diez años. Comparada, por ejemplo, con la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado, que tiene más de un siglo… Pero ha cobrado relevancia desde el impulso del papa Francisco, que precisamente eligió la memoria litúrgica de santa Josefina Bakhita para celebrar la jornada. Es algo muy novedoso. Yo empecé en esto en 2015 y sacamos pequeños materiales. Ahora se organizan diversos eventos en más de 30 diócesis, algunos obispos también participan en las vigilias de oración que se organizan por este motivo… En la Iglesia ya se empieza a escuchar más sobre este problema.

Francisco ha dado un impulso fundamental a la lucha contra la trata desde la Iglesia: ¿cuál es la diferencia fundamental con sus antecesores? 
El fenómeno de la trata, tal y como lo conocemos ahora, comenzó en los años 90. Benedicto XVI, en su estilo propio, lo menciona en algunos de sus discursos, dice que tiene que haber un límite al mercado y ése es la persona, su dignidad, no puede ser comerciable. Los papas antes se habían pronunciado en estos términos, pero Francisco venía con una experiencia muy fuerte tras conocer esta realidad como obispo de Buenos Aires. En su Pontificado crea la Sección de migrantes, refugiados y víctimas de trata porque para él es un signo de los tiempos y está muy comprometido con esta realidad. 

Ahora mismo, hablar de acabar con la trata de personas puede sonar utópico: ¿cuáles serían esos pequeños pasos reales que se podrían dar para avanzar algo en este largo camino?
Es un problema que hay que enfocarlo a nivel internacional. Se hace un trabajo de persecución, por un lado, por parte de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, como Iglesia hacemos un trabajo preventivo y de acompañamiento, también es importante el trabajo en países de origen, donde hay entidades de Iglesia haciendo una labor preventiva… Pero nos encontramos con que la trata es un negocio y que, además, funciona. Creo que en un país de destino como el nuestro, es un tema de concienciación. Hay que visibilizar esta realidad y asumir que todos tenemos responsabilidad para acabar con ella. Ahora se está hablando más de la trata, pero hace falta todavía mucho más. 

Una cuestión de educación.
El tema es la educación. Hay que educar a los niños y jóvenes para valorar a las personas, de manera integral, de valorar la sexualidad por el sentido que realmente tiene en las relaciones afectivo-sexuales. Vivimos en una sociedad hipersexualizada, en la que hay una línea muy fina entre lo que parece que sí y lo que parece que no; los jóvenes hoy en día crecen con mucha confusión y hay que hablar claro de estas cosas y educar de una manera afectivo-sexual sana y correcta. Se trata de ir a la raíz profunda y trabajar desde ahí, lo punitivo por sí solo no funciona. 

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