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¿Por qué interesarnos por las teorías de género?

* Marta Rodríguez Díaz, doctora en Filosofía, es autora de Género, Jóvenes e Iglesia. Juntar las piezas, publicado por Encuentro

Hay términos que tienen como dinamita incorporada: apenas los sueltas, tienen un efecto explosivo. Quizás no es exagerado afirmar que la palabra género tiene este elemento, sobre todo si se afronta en un diálogo entre adultos y jóvenes. La escena se da en escenarios distintos, pero con constantes precisas: tono más o menos seguro por parte del adulto, reacción más o menos visceral en el auditorio de jóvenes. La virulencia de la reacción es directamente proporcional a la seguridad del adulto: cuanto más dogmático parece su discurso, más rechazo produce. Estamos ante un verdadero cortocircuito en la comunicación. 

Este tipo de experiencias desencadena lamentos y quejas —perfectamente comprensibles— en la generación de adultos. Se sienten muy frustrados, casi impotentes. «Es que el mundo está muy mal», «es que los jóvenes de hoy están muy perdidos», «es que hay mucha manipulación mediática y les están comiendo el coco»… Y todo eso es cierto, seguramente, pero no es toda la verdad. En Género, Jóvenes e Iglesia: juntar las piezas (Encuentro) hay una tesis atrevida desde las primeras páginas: que no sabemos de qué hablamos cuando hablamos de género, y que encima lo hacemos mal. Es una afirmación difícil de digerir, pero que va tomando peso a lo largo del libro. No se niegan los factores externos que influyen en la confusión de los jóvenes, pero se apuntan también a otras razones, de las que somos más directamente responsables. Se invita así a hacer un examen de conciencia, y pone sobre la mesa algunas insuficiencias en nuestra forma de afrontar el género. 

La primera es que no conocemos bien el significado del término, ni sus implicaciones. No se debería hablar de «la» teoría de género, sino en plural: «las». Parece una nimiedad, pero nos permite acercarnos al complejo mundo del género haciendo las distinciones precisas. No existe una única teoría de género en el mundo de las feministas. Esto quiere decir que existen visiones distintas de cómo se relacionan sexo y género. ¿Por qué tendríamos que interesarnos por estas teorías tan complejas? Porque nos hace interlocutores creíbles. Aquí es muy útil la imagen del laberinto: no podemos orientar a alguien a salir de un laberinto si nosotros no lo conocemos por dentro. 

Otra insuficiencia habitual en la forma de los adultos de afrontar el género es hacerlo desde una antropología algo oxidada, que no ha integrado la cultura o la libertad en la comprensión de la sexualidad humana. Esto exige dejarse interpelar sinceramente por las preguntas planteadas por el género, para iluminarlas desde la antropología cristiana. Nada fácil. Se necesita la genialidad de santo Tomás, y, como dice de él san Juan Pablo II, su «audacia para la búsqueda de la verdad, libertad de espíritu para afrontar problemas nuevos y la honradez intelectual propia de quien, no tolerando que el cristianismo se contamine con la filosofía pagana, sin embargo, no rechaza a priori esta filosofía». 

Hay más interferencias. Por ejemplo, el lenguaje. Si nuestro discurso está lleno de nociones abstractas, difícilmente interpelará a los jóvenes. Y menos si va acompañado de argumentos de autoridad, de referencias a la ley de la naturaleza o a los mandamientos. ¿Es posible hablar de la verdad en un mundo de posverdad? Ciertamente, sí. Pero hay que encontrar la puerta adecuada, porque resulta que la verdad no está fuera de los jóvenes para que la tengan que alcanzar, sino que está dentro. Se trata de ayudarles a conectar con la verdad de su corazón, proporcionándoles un vocabulario afectivo adecuado que les permita descubrir sus anhelos, y la belleza para la cual están hechos. 

Todo esto podría sonar complicado, pero se puede hacer. De hecho, hay experiencias positivas de diálogo intergeneracional sobre el género que demuestran que sí es posible. El secreto está en crear las condiciones del diálogo: subjetivas —disposiciones, apertura, empatía, escucha—, y objetivas —saber de qué se habla e iluminarlo de manera adecuada—. 

Al final, hace falta una verdadera conversión: de los esquemas, del enfoque, del lenguaje. El término «género» podría perder algo de su carácter explosivo si sabemos manejarlo con prudencia, discernimiento, y mucha delicadeza. Es verdad que «es muy difícil, y que el mundo está muy mal», pero, al final, la pelota está en nuestra cancha.  

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