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Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación (1-9-2023)

Queridos hermanos y hermanas:

«Que la justicia y la paz fluyan» es el tema del Tiempo ecuménico de la Creación de este año,
inspirado en las palabras del profeta Amós: «Que el derecho corra como el agua, y la justicia como
un torrente inagotable» (5, 24).

Esta expresiva imagen de Amós nos dice lo que Dios desea. Dios quiere que reine la justicia, que es
esencial para nuestra vida de hijos a imagen de Dios, como el agua lo es para nuestra supervivencia
física. Esta justicia debe surgir allí donde sea necesaria, no esconderse demasiado en lo profundo o
desaparecer como el agua que se evapora, antes de podernos sostener. Dios quiere que cada uno
busque ser justo en cada situación; se esfuerce siempre en vivir según sus leyes y, por tanto, en
hacer posible que la vida florezca en plenitud. Cuando buscamos ante todo el reino de Dios (cf. Mt
6, 33), manteniendo una justa relación con Dios, la humanidad y la naturaleza, entonces la justicia y
la paz pueden fluir, como una corriente inagotable de agua pura, nutriendo a la humanidad y a todas
las criaturas.

En julio de 2022, en un hermoso día de verano, medité sobre estos argumentos durante mi
peregrinación a las riberas del lago Santa Ana, en la provincia de Alberta, en Canadá. Ese lago ha
sido y sigue siendo un lugar de peregrinación para muchas generaciones de indígenas. Como dije
en aquella ocasión, acompañado por el sonido de los tambores: «¡Cuántos corazones llegaron aquí
anhelantes y fatigados, lastrados por las cargas de la vida, y junto a estas aguas encontraron la
consolación y la fuerza para seguir adelante! También aquí, sumergidos en la creación, hay otro
latido que podemos escuchar, el latido materno de la tierra. Y así como el latido de los niños, desde
el seno materno, está en armonía con el de sus madres, del mismo modo para crecer como seres
humanos necesitamos acompasar los ritmos de la vida con los de la creación que nos da la vida» [1].

En este Tiempo de la Creación, detengámonos en estos latidos del corazón: el nuestro, el de
nuestras madres y abuelas, el latido del corazón creado y del corazón de Dios. Hoy no están en
armonía, no laten juntos en la justicia y en la paz. A muchos se les impide de beber en este río
vigoroso. Escuchemos entonces la llamada a estar al lado de las víctimas de la injusticia ambiental y
climática, y a poner fin a esta insensata guerra contra la creación.

Vemos los efectos de esta guerra en los muchos ríos que se están secando. «Los desiertos
exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores», afirmó una
vez Benedicto XVI [2]. El consumismo rapaz, alimentado por corazones egoístas, está perturbando
el ciclo del agua en el planeta. El uso desenfrenado de combustibles fósiles y la tala de los bosques
están produciendo un aumento de las temperaturas y provocando graves sequías. Horribles
carestías de agua afligen cada vez más a nuestras casas, desde las pequeñas comunidades rurales
hasta las grandes metrópolis. Además, industrias depredadoras están consumiendo y contaminado
nuestras fuentes de agua potable con prácticas extremas como la fracturación hidráulica, para la
extracción de petróleo y gas, los proyectos de mega-extracción descontrolada y la cría intensiva de
animales. La «Hermana agua», como la llama san Francisco, es saqueada y trasformada en
«mercancía que se regula por las leyes del mercado» (Carta enc. Laudato si’, 30).
El Grupo Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC) afirma que
una acción urgente por el clima puede garantizarnos no perder la ocasión de crear un mundo más
sostenible y justo. Podemos, debemos evitar que se verifiquen las consecuencias peores. «¡Es tanto
lo que sí se puede hacer!» (ibid., 180), si, como muchos arroyos y torrentes, al final confluimos
juntos en un río potente para irrigar la vida de nuestro maravilloso planeta y de nuestra familia
humana para las generaciones futuras. Unamos nuestras manos y demos pasos valientes para que
la justicia y la paz fluyan en toda la Tierra.

¿Cómo podemos contribuir al río poderoso de la justicia y de la paz en este Tiempo de la Creación?
¿Qué podemos hacer nosotros, sobre todo como Iglesias cristianas, para sanar nuestra Casa
Común de modo que vuelva estar llena de vida? Debemos decidir transformar nuestros corazones,
nuestros estilos de vida y las políticas públicas que gobiernan nuestra sociedad.
En primer lugar, ayudemos a este río poderoso transformando nuestros corazones. Esto es esencial
si se quiere iniciar cualquier otra transformación. Es la «conversión ecológica» que san Juan Pablo II
nos instó a realizar: la renovación de nuestra relación con la creación, de modo que no la
consideremos ya como un objeto del que aprovecharnos, sino por el contrario, la custodiemos como
un don sagrado del Creador. Démonos cuenta, además, que un enfoque integral requiere poner en
práctica el respeto ecológico en cuatro direcciones: hacia Dios, hacia nuestros semejantes de hoy y
de mañana, hacia toda la naturaleza y hacia nosotros mismos.

En cuanto a la primera de estas dimensiones, Benedicto XVI señaló la urgente necesidad de
comprender que creación y redención son inseparables: «El Redentor es el Creador, y si nosotros no anunciamos a Dios en toda su grandeza, de Creador y de Redentor, quitamos valor también a la
Redención» [3]. La creación se refiere al misterioso y magnífico acto de Dios que crea de la nada
este majestuoso y bellísimo planeta, así como este universo, y también al resultado de esta acción,
todavía en marcha, que experimentamos como un don inagotable. Durante la liturgia y la oración
personal en la «gran catedral de la creación» [4], recordemos al Gran Artista que crea tanta belleza
y reflexionemos sobre el misterio de la amorosa decisión de crear el cosmos.

En segundo lugar, contribuyamos al flujo de este potente río transformando nuestros estilos de vida.
A partir de la grata admiración del Creador y de la creación, arrepintámonos de nuestros «pecados
ecológicos», como advierte mi hermano, el Patriarca Ecuménico Bartolomeo. Estos pecados dañan
el mundo natural y también a nuestros hermanos y a nuestras hermanas. Con la ayuda de la gracia
de Dios, adoptemos estilos de vida que impliquen menos desperdicio y menos consumo
innecesarios, sobre todo allí donde los procesos de producción son tóxicos e insostenibles.
Tratemos de estar lo más atentos posible a nuestros hábitos y decisiones económicas, de modo que
todos puedan estar mejor: nuestros semejantes, donde quiera que se encuentren, y también los
hijos de nuestros hijos. Colaboremos en la continua creación de Dios a través de decisiones
positivas, haciendo un uso lo más moderado posible de los recursos, practicando una gozosa
sobriedad, eliminando y reciclando los desechos y recurriendo a los productos y a los servicios,
cada vez más disponibles que son ecológicamente y socialmente responsables.

Finalmente, para que el río poderoso sigua fluyendo, debemos transformar las políticas públicas que
gobiernan nuestras sociedades y modelan la vida de los jóvenes de hoy de mañana. Las políticas
económicas que favorecen riquezas escandalosas para unos pocos y condiciones de degradación
para muchos determinan el final de la paz y la justicia. Es obvio que las naciones más ricas han
acumulado una «deuda ecológica» (Laudato si’, 51) [5]. Los líderes mundiales que estarán
presentes en la cumbre COP28, programada en Dubái del 30 de noviembre al 12 de diciembre de
este año, deben escuchar la ciencia e iniciar una transición rápida y equitativa para poner fin a la era
de los combustibles fósiles. Según los compromisos del Acuerdo de París para frenar el riesgo de
calentamiento global, es una contradicción consentir la continua explotación y expansión de las
infraestructuras para los combustibles fósiles. Levantamos la voz para detener esta injusticia hacia
los pobres y hacia nuestros hijos, que sufrirán las peores consecuencias del cambio climático. Hago
un llamado a todas las personas de buena voluntad para que actúen en base a estas orientaciones
sobre la sociedad y la naturaleza.

Otra perspectiva paralela se refiere específicamente al compromiso de la Iglesia católica con la
sinodalidad. Este año, el cierre del Tiempo de la Creación, el 4 de octubre, fiesta de san Francisco,
coincidirá con la apertura del Sínodo sobre la Sinodalidad. Como los ríos que se alimentan de miles
de minúsculos arroyos y torrentes más grandes, el proceso sinodal iniciado en octubre de 2021
invita a todos los componentes, en su dimensión personal y comunitaria, a converger en un río
majestuoso de reflexión y renovación. Todo el Pueblo de Dios es acogido en un apasionante camino
de dialogo y conversión sinodal.

Del mismo modo, como una cuenca fluvial con sus muchos afluentes grandes y pequeños, la Iglesia
es una comunión de innumerables Iglesias locales, comunidades religiosas y asociaciones que se
alimentan de la misma agua. Cada manantial añade su contribución única e insustituible, para que
todas confluyan en el vasto océano del amor misericordioso de Dios. Como un río es fuente de vida
para el ambiente que lo circunda, así nuestra Iglesia sinodal debe ser fuente de vida para la Casa
Común y para todos aquellos que la habitan. Y como un río da vida a toda clase de especies
animales y vegetales, también una Iglesia sinodal debe dar vida sembrando justicia y paz en
cualquier lugar a donde llegue.

En julio de 2022 en Canadá, recordé el Mar de Galilea donde Jesús curó y consoló a mucha gente,
y donde proclamó «una revolución de amor». Escuché que también el lago de Santa Ana es un
lugar de curación, consolación y amor, un lugar que «nos recuerda que la fraternidad es verdadera
si une a los que están distanciados, que el mensaje de unidad que el cielo envía a la tierra no teme
las diferencias y nos invita a la comunión, a la comunión de las diferencias, para volver a comenzar
juntos, porque todos —¡todos!— somos peregrinos en camino» [6].
Que en este Tiempo de la Creación, como seguidores de Cristo en nuestro común camino sinodal,
vivamos, trabajemos y oremos para que nuestra Casa Común esté llena nuevamente de vida. Que
el Espíritu Santo siga aleteando sobre las aguas y nos guíe a la «renovación de la superficie de la
tierra» (cf. Sal 104, 30).
Roma, San Juan de Letrán, 13 de mayo de 2023

FRANCISCO

[1] Homilía junto al lago Santa Ana, Canadá, 26 julio 2023.
[2] Homilía en ocasión del solemne inicio del ministerio petrino, 24 de abril de 2005.
[3] Encuentro con el clero de la diócesis de Bolzano-Bressanone, 6 de agosto de 2008.
[4] Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, 21 de julio de 2022.

[5] «Porque hay una verdadera “deuda ecológica”, particularmente entre el Norte y el Sur,
relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con
el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos
países» (Laudato si’, 51).
[6] Homilía junto al lago Santa Ana, Canadá, 26 julio 2023.

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