En su mensaje para la octava edición de esta jornada, Francisco afirma que «necesitamos hacer nuestra la oración de los pobres y rezar con ellos»
«La Jornada Mundial de los Pobres es ya una cita obligada para toda comunidad eclesial. Es una oportunidad pastoral que no hay que subestimar, porque incita a todos los creyentes a escuchar la oración de los pobres, tomando conciencia de su presencia y su necesidad. Es una ocasión propicia para llevar a cabo iniciativas que ayuden concretamente a los pobres, y también para reconocer y apoyar a tantos voluntarios que se dedican con pasión a los más necesitados».
Así concluye el papa Francisco su mensaje para la VIII Jornada Mundial de los Pobres, sobre el tema La oración del pobre sube hasta Dios. Una ocasión que ha aprovechado para recordar, citando el Eclesiastés, que los pobres tiene un lugar privilegiado en el corazón de Dios.
«Dios conoce los sufrimientos de sus hijos porque es un padre atento y solícito hacia todos. Como padre, cuida de los que más lo necesitan: los pobres, los marginados, los que sufren, los olvidados», recoge.
En este sentido, critica la mentalidad mundana, que «exige convertirse en alguien, tener prestigio a pesar de todo y de todos, rompiendo reglas sociales con tal de llegar a ganar riqueza». «¡Qué triste ilusión! La felicidad no se adquiere pisoteando el derecho y la dignidad de los demás», agrega.
También lamenta las guerras, auspiciadas por «quienes se consideran poderosos ante los hombres, mientras son miserables a los ojos de Dios». «¡Cuántos nuevos pobres producen esta mala política hecha con las armas, cuántas víctimas inocentes! Pero no podemos retroceder. Los discípulos del Señor saben que cada uno de estos pequeños lleva impreso el rostro del Hijo de Dios, y a cada uno debe llegarles nuestra solidaridad y el signo de la caridad cristiana».
Para el Papa, en este año de la oración, «necesitamos hacer nuestra la oración de los pobres y rezar con ellos». Y destaca: «Es un desafío que debemos acoger y una acción pastoral que necesita ser alimentada».
Esto requiere, continúa, «un corazón humilde, que tenga la valentía de convertirse en mendigo. Un corazón dispuesto a reconocerse pobre y necesitado. En efecto, existe una correspondencia entre pobreza, humildad y confianza».
Y concluye con una apelación directa a los más necesitados: «A los pobres que habitan en nuestras ciudades y forman parte de nuestras comunidades les digo: ¡no pierdan esta certeza! Dios está atento a cada uno de ustedes y está a su lado. No los olvida ni podría hacerlo nunca».