“Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?” (Si 28,2-4). Peca de incoherencia quien pide perdón a Dios y no perdona a los demás.
La misericordia es uno de los grandes atributos de Dios. Él la concede a quien se muestra arrepentido de sus faltas y pecados. Pero Dios espera y exige que el pecador que ha sido perdonado por él refleje la compasión divina en su relación con sus hermanos.
Con el salmo responsorial nosotros proclamamos ese atributo de Dios: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia” (Sal 102).
San Pablo recuerda a los romanos que la misericordia de Dios se manifiesta sobre todo en Jesús, que murió por nosotros y resucitó para nuestra salvación (Rom 14,9).
La compasión divina
El libro del Génesis coloca en la boca de Lamec, descendiente de Caín, el canto de la venganza salvaje: “Caín será vengado siete veces, y Lamec setenta y siete” (Gén 4,24). Simón Pedro pregunta a Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Y Jesús le responde evocando el canto de Lamec: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22).
En la Biblia el siete es un número de calidad, más que de cantidad. En estos textos se supone que el ser humano tiende generalmente a continuar y repetir la venganza por la ofensa recibida. Jesús propone la novedad de romper la espiral de la violencia mediante el ofrecimiento del perdón al ofensor.
Es verdad que a nadie le resulta fácil perdonar las ofensas. Pero la misericordia humana es posible porque brota de la fuente de la misericordia divina. Mediante la parábola de los deudores, Jesús afirma que el creyente ha de tener compasión, puesto que Dios ha tenido compasión con él (Mt 18,23-35).
Las deudas no pagadas
En la parábola evangélica del rey que quiso ajustar cuentas con sus criados hay un ruego que se repite dos veces.
- “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. Así suplica el deudor que debe al rey la fabulosa cantidad de diez mil talentos. Muchos de nosotros nos engañamos al pensar que podremos pagar la enorme deuda que tenemos contraída con Dios. Pero él tiene compasión de nosotros y hasta comprende ese nuestro engaño.
- “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. Así ruega también el deudor que debe cien denarios a un compañero despiadado. Nosotros nos sentimos agraviados por insignificantes ofensas o por algunos desaires de los demás. Olvidamos las deudas no pagadas a Dios y recordamos las que queremos cobrar al hermano.
– Padre compasivo y misericordioso, tú has sido muy generoso al perdonar nuestras culpas. Ten piedad de nuestra incongruencia y ayúdanos a ser humildes transmisores de tu compasión y de tu perdón a los hermanos que nos han ofendido. Te lo pedimos por Jesucristo, testigo fiel de tu misericordia. Amén