La secretaria general de Cáritas aborda con ECCLESIA los principales problemas que afronta la sociedad española a nivel social —la vivienda y la precaridad laboral— y cómo Cáritas puede ser una vía para llevar a gente a la parroquia
Un año más, coincidiendo con la fiesta del Corpus Christi, la Iglesia en España celebra el Día de la Caridad. Caridad que se expresa de muchas maneras y que tiene una vía privilegiada, las Cáritas, que tocan las heridas y problemas en todos los rincones de nuestro país. Donde está Cáritas, está la Iglesia. Y dónde está la Iglesia, está Cáritas. Cáritas es la Iglesia, recuerda la secretaria general de Cáritas Española, que atiende a ECCLESIA en su despacho. Con ella abordamos la razón de ser de la entidad, así como los principales problemas sociales de nuestro país: la vivienda y la precariedad laboral.
Este mes de junio, coincidiendo con el Corpus Christi, se celebra el Día de la Caridad. ¿Dónde quieren poner el foco?
El lema es Allí donde nos necesitas, abrimos camino a la esperanza y en el cartel aparece el típico símbolo que señala la ubicación del GPS. Se dirige, por un lado, a la sociedad y a las personas vulnerables, para lanzar un mensaje de esperanza, un mensaje de que siempre hay un momento y una oportunidad para recomenzar. Y esta reubicación tiene que ver también con la presencia de Cáritas cerca de cada persona. Solo podemos ayudar a la gente a reiniciar el camino si estamos cerca. Como este día está muy enfocado a los agentes de caridad y a los voluntarios, queremos que se ponga el foco en las personas que tienen cerca, que sufren y necesitan recomenzar. Sufren, sobre todo, por problemas de vivienda, de precariedad laboral…
Ha citado la precariedad laboral y la vivienda. ¿Son los temas que más les preocupan?
Sí. Las necesidades básicas por cuestiones de vivienda crecen, igual que la precariedad laboral. Ahora mismo, el 50 % de las personas que atendemos tienen trabajo y estimamos que este porcentaje aumentará. Otro problema es el crecimiento de la irregularidad, pues se está generando un subgrupo de población que no disfruta de todos los derechos.
Se suele pensar que los afectados por los problemas de vivienda son exclusivamente las personas sin hogar. Ciertamente, este colectivo es el más vulnerable y el que más sufre, pero hay más gente y en diversas circunstancias, ¿no?
Hay múltiples variables y dimensiones. La falta de acceso o la inestabilidad en la vivienda desbarata cualquier proyecto de vida. Hay personas que tienen una vivienda, pero no es adecuada, pues, o hace mucho frío en invierno, necesita muchas reparaciones, o no reúne las condiciones de salubridad mínimas. Esto genera inestabilidad, pues la persona tiene que estar cambiando continuamente de vivienda. Hay familias que tienen que vivir realquiladas o compartiendo con otras por razones económicas. Y esto afecta a las dinámicas familiares y a la educación de los niños, por ejemplo, en su capacidad para estudiar. El problema de la vivienda no se resuelve solo con un techo, hay que tener unas condiciones para poder llevar una vida familiar normal y adecuada.
Entonces, ¿Cómo se resuelve?
Con más vivienda social. Es cierto que es una medida a largo plazo, pero si no se toma, nunca llegará. España está muy por debajo de la media europea en vivienda social. Tenemos menos de una vivienda social por cada cien habitantes. La media europea es de cuatro.
La inflación se ha desacelerado. ¿Siguen notando las familias, sobre todo las más vulnerables, las consecuencias?
Es cierto que se ha frenado, pero como la diferencia entre ingresos y gastos se ha ensanchado tanto, el problema sigue coleando.
Al margen de los problemas de los que hemos tratado en esta conversación y que son recurrentes desde hace tiempo, ¿hay nuevas pobrezas? ¿Cuáles son?
La salud mental. Hay un fenómeno que me parece importante y que tiene mucho que ver con la vinculación a través de las redes sociales: la soledad no deseada en adolescentes. Solemos pensar que esto afecta más a personas mayores, sobre todo, por la capacidad de los jóvenes para moverse, pero la realidad que estamos viendo es el aumento de problemas de salud mental entre los adolescentes relacionados con las dificultades para relacionarse. Como los vínculos en las redes sociales son tan frágiles, no es raro que se vean solos. Hay que estar muy cerca de los jóvenes para que no se cronifiquen situaciones complicadas. También observamos un rejuvenecimiento importante en los usuarios de centros para personas sin hogar, muchos de los cuales son inmigrantes extutelados.
Vivimos en los últimos tiempos a caballo entre procesos electorales, con la consiguiente exaltación y polarización por parte de la política. ¿Cómo afecta esto a las políticas sociales y a los más vulnerables?
El clima de polarización hace que se pierda el foco de las necesidades de la gente. Lo que estamos viendo en el diálogo con los políticos que tienen responsabilidad es que, aunque están trabajando en cuestiones de las que hemos hablado anteriormente, nos dicen que no es el momento de aprobar nada o que en esta legislatura no van a pasar muchas cosas. Dicen que es complicado generar consensos. Además, hay una dificultad añadida: se pueden aprobar leyes, pero si no hay presupuesto, no podrán ser aplicadas. Nosotros sostenemos que es posible alcanzar acuerdos, como demostró la ILP para la regularización extraordinaria de migrantes. Lo que pedimos a los políticos es que abandonen la polarización y que no tomen decisiones en función de qué partido o partidos lanzan una propuesta.
Cáritas Española hizo hace un año, ante el adelanto electoral, una serie de propuestas. ¿Se ha cumplido alguna?
Creo que no se ha cumplido ninguna de las ocho. Tampoco ha habido avances en ningún aspecto particular.
¿Cuáles son las líneas de trabajo prioritarias de Cáritas para el futuro?
Creo que hay una tarea importante y en la que tenemos que seguir avanzando: la incidencia. Nosotros siempre vamos a ofrecer ayuda a las personas que la necesitan de forma cada vez más creativa e innovadora para conseguir cambios en estas vidas, pero coincidimos toda la confederación, todas las Cáritas, en la necesidad de reforzar la incidencia política. Otra línea es seguir analizando la realidad desde una mirada de derechos humanos. Es decir, analizar cuáles son los derechos que no se están respetando y cuáles son las nuevas pobrezas que se están generando. Y, desde ahí, proponer cambios legales. Otra pata es el compromiso y la transformación social. Queremos reforzar el voluntariado y abrirnos a otras realidades: voluntariado familiar, a través de empresas…
Sobre esta última cuestión, ¿hay más o menos voluntarios?
Es una realidad diversa en función del territorio. Es diferente en una gran ciudad o una zona rural. Durante la pandemia, en algunas Cáritas había incluso lista de espera. Es cierto que el voluntariado requiere una estabilidad, pero también hay que ofrecer espacios para que se hagan experiencias más cortas o puntuales.
¿Y a nivel de recursos económicos?
Siempre hace falta ayuda. Hay una cierta desigualdad a la hora de conseguir fondos para una cosa u otra. Por ejemplo, es difícil que te financien un programa para cuidar a los voluntarios. Es más sencillo lograrlos para temas concretos de cooperación internacional, como Ucrania. En cualquier caso, estamos mejorando en el número de lo que llamamos socios o colaboradores estables, y creo que es gracias a la transparencia y la comunicación, que hace que las personas confíen.
La entidad también tiene una dimensión global a través de la cooperación internacional. Citaba a Ucrania. ¿Cómo están trabajando en este país golpeado por la guerra?
Estamos ayudando a las dos Cáritas en los puntos de atención que tienen a lo largo del territorio, en el apoyo a familias y personas con discapacidad. Hemos empezado con un programa muy interesante sobre atención psicológica y estamos trabajando, ya más a largo plazo, en proyectos de reconstrucción y programas de educación, vivienda y políticas sociales que se habían paralizado por el conflicto bélico.
Otro de los focos es Tierra Santa, con la contienda entre Israel y Hamás.
Tenemos una persona desplazada allí que sigue con los programas. Cáritas Jerusalén tiene proyectos en Cisjordania que, fundamentalmente, ayudan a la generación de medios de vida para la comunidad cristiana que quiere quedarse, y cuyas condiciones laborales son muy complicadas. Y estamos apoyando todos los programa sociosanitarios en Gaza.
Estas emergencias tocan, de alguna manera, la fibra de la gente, que ofrece recursos económicos con mayor facilidad. ¿Qué sucede con los conflictos olvidados? Haití, por ejemplo.
Nosotros seguimos trabajando con ellos. Podría señalar temas de la Amazonía o el mismo Haití, programas de democracia y gobernabilidad en Centroamérica, también de apoyo a los jóvenes. En Congo, seguimos presentes en la región de los Grandes Lagos y, por supuesto, en el Sahel, una región muy afectada por el terrorismo, donde viven una pequeña guerra que siempre está en marcha. Pero nos cuesta apoyar estas realidades con grandes programas, porque los grandes fondos privados están muy vinculados a emergencias. Estamos haciendo un gran esfuerzo para seguir en estos lugares y mantener una presencia real de la Iglesia. En relación con Haití, acabamos de abrir una campaña de emergencia para llevar ayuda humanitaria. Confiamos en la solidaridad de la sociedad española para poder atender a la avalancha de desplazados que huyen de la capital por la violencia de las bandas.
En uno de los últimos números de la revista de Cáritas se hablaba de la importancia de la mujer en la organización: en el grupo de voluntarias, pero también en el de beneficiarias. ¿Tiene Cáritas rostro de mujer?
En los últimos años, ha habido un ascenso importante de mujeres en puestos directivos. Creo que hemos ido mejorando en este sentido. Luego, sobre las beneficiarias, cabe decir que las mujeres sufren todavía las realidades más extremas de violencia —prostitución o trata— y exclusión. Son las que acuden mayormente a Cáritas a pedir recursos para sus familias, tienen los trabajos más precarios y a tiempo parcial, son mayoría en las familias monoparentales. Esto tiene otra derivada más positiva: son más proclives a pedir ayuda, a hacerse voluntarias y a crear grupos de apoyo. Sí, tiene fundamento decir que el rostro de Cáritas es femenino.
Cáritas es la propia Iglesia, como se suele repetir, pero, a veces, y no desde la propia institución, se identifica con una ONG. ¿Por qué no es una ONG?
Lo primero que hace que no sea una ONG son los fundamentos y la identidad que nos mueven. Nuestra identidad es que somos la Iglesia y nuestra misión es organizar el servicio social y caritativo de la propia Iglesia y la comunidad cristiana. Nuestro objetivo es un mundo hechos a los ojos de Jesús, siguiendo a Jesús, transformando el mundo según el Evangelio. Nuestros estatutos y forma de organizarnos hace que los presidentes de las Cáritas diocesanas sean los obispos. De hecho, tenemos una dependencia orgánica de ellos. Al equipo directivo lo nombra la Conferencia Episcopal. Pero, por otra parte, formamos parte de la sociedad y somos sociedad civil. De este modo, nos regimos por unas normas y sistemas como cualquier otra organización. Nos unen fundamentos y valores con otras ONG, pero somos Iglesia, porque es nuestro origen y nuestra misión.
¿Qué puede aportar Cáritas a la evangelización?
Nos toca como Iglesia estar en la frontera. Es la comunidad cristiana que se vuelca hacia afuera y que atiende a todos sin importar el origen, la condición o la religión. Somos el buen samaritano. Cáritas no es un club de buenas personas que hacen cosas, es el brazo de la Iglesia que está cerca de las heridas y en las fronteras de este mundo. Cáritas evangeliza con el testimonio, siendo testigos del amor de Dios, y con unos valores que socialmente son muy compartidos. Nuestra motivación no ha de ser la de convertir a nadie o aumentar el número de creyentes, sino dar testimonio del amor de Dios. Este es un papel fundamental de Cáritas para toda la Iglesia. Antes, las parroquias dotaban de recursos y voluntarios a Cáritas; ojalá ahora sea al revés y Cáritas lleve a gente a las parroquias.