Mi nombre es Paula Vega y a pesar de que algunos medios dicen que soy influencer, me gusta más el término misionera digital. Un misionero digital hace un trabajo parecido a un misionero físico en cualquier país del mundo. Nuestro trabajo es evangelizar en el continente digital, tal como lo denominó el papa Benedicto XVI. Siguiendo el mandato del Señor de «id y haced discípulos a todas las naciones» (Mt 28, 19) llegamos también a un lugar donde hay personas con una gran sed de Dios. Nosotros lanzamos el Evangelio en un mar abierto y dejamos que él haga llegar las redes a quien lo necesite.
Estar presente en el continente digital requiere un gran esfuerzo. En primer lugar, la oración debe ser nuestro principal impulso, que se enriquece de una vida comunitaria y pastoral, y que se complementa de manera imprescindible con la formación teológica. Además, algo fundamental en nuestro trabajo es la escucha. Debemos ser capaces de escuchar las necesidades de nuestras comunidades digitales, dentro de este proceso sinodal que estamos viviendo en la Iglesia. Solo desde ahí podremos dar respuestas a las preguntas vitales que se plantean.
La misión digital es indispensable para la Iglesia del siglo XXI. En 2022 pusimos en marcha el sínodo digital para llegar a los jóvenes, los grandes ausentes de las consultas presenciales, recabando más de 110.000 respuestas. También conocemos numerosos casos de jóvenes que han comenzado a conocer a Dios gracias a que hemos sido Iglesia en salida; Iglesia que llega a esas periferias donde, de otro modo, no llegaríamos.
Por tanto, yo no soy influencer, porque esto no va de influenciar vendiendo algo vacío. Yo soy misionera digital, porque se trata de testimoniar con mi vida a Cristo para que otros se encuentren con él.