Queridos hermanos:
En torno a la fiesta de San José, este domingo 17 de marzo, celebramos el Día del Seminario, que este año nos interpela con el lema: “Padre, envíanos pastores”.
Son varias las imágenes que usa Jesús para hablar de sus discípulos enviados a anunciar el evangelio y predicar el Reino. Con una imagen tomada de las tareas del campo, explica que la mies es abundante y los trabajadores pocos; con la imagen de la brega marina, indica que la pesca milagrosa requiere pescadores esperanzados que echen las redes una y otra vez; y con la imagen del ganado, son los buenos pastores los que salen en busca de las ovejas perdidas. Cada imagen destaca una característica de los discípulos misioneros de Jesús: la entrega generosa en el trabajo diario de sol a sol, la confianza firme en Quien ha encomendado la misión, y el amor misericordioso a la familia
del Pueblo de Dios.
Así queremos que sean los sacerdotes que pedimos en el Día del Seminario y así rezamos juntos: “Padre, envíanos pastores, trabajadores, pescadores”, que entreguen su vida entera al servicio de los hermanos en las cosas que se refieren a Dios. Hoy, como siempre, necesitamos el milagro de la pesca abundante, el milagro de los obreros necesarios, y el milagro de la vuelta de los hijos pródigos. Son verdaderos milagros que siempre los hace Dios si se lo pedimos con fe sincera. Nosotros sembramos, pero es Dios quien da el crecimiento. Por eso, no basta nuestro esfuerzo y tenemos que rezar
insistentemente.
En nuestros días sentimos más aún la necesidad de rezar porque nos encontramos en un momento muy especial de la historia de la humanidad, en un cambio de época muy grande. También la religión, la Iglesia y, en ella, especialmente los seminarios están cambiando. Los seminarios son el
“corazón” de la diócesis, lo más sensible y delicado, la punta de lanza en la que se van abriendo paso los sacerdotes del mañana para una Iglesia renovada.
Los seminaristas no se forman en comunidades aisladas o artificiales, sino insertos en el Pueblo de Dios, compartiendo la vida de la gente y de la sociedad. El sacerdote del futuro no puede ir solo por la vida, apartado de los demás, sino formando parte de una comunidad cristiana, como el timonel de
una barca zarandeada por las olas, como el pastor animoso en medio de un pueblo que camina, y como el trabajador de primera hora en busca de colaboradores. Porque somos los cristianos, todos los bautizados, y no solo los sacerdotes, los que estamos llamados a ser luz del mundo, la levadura en la
masa, la sal de la tierra, a caminar compartiendo las alegrías y las esperanzas de nuestros contemporáneos para avanzar unidos al encuentro del Señor. Todo el pueblo de Dios es sacerdotal y misionero y los sacerdotes, dentro de él, alientan, guían y sanan.
Me impresiona el amor de los pueblos a sus párrocos. Se hacen uno más del pueblo, un miembro de la familia. Aun sobrecargados de parroquias y de tareas tienen tiempo para todo y para todos. Si queremos buenos sacerdotes, tenemos que suscitarlos, cuidarlos, formarlos. Es responsabilidad de todos.
El día del Seminario se realiza una colecta en las parroquias para el sostenimiento del Seminario, y se reparte una oración para pedir por las vocaciones. Este año quisiera pedir algo más: que invitemos a posibles candidatos para el sacerdocio a conocer el Seminario, que lo visiten, que participen en la eucaristía “abierta” de los domingos. El Seminario es un semillero y sembrar es de todos. El crecimiento lo dará Dios.
“Señor, envíanos pastores” como tú los quieres y nosotros los necesitamos para que caminemos según tu voluntad en esta tierra y lleguemos todos a disfrutar las alegrías del cielo.
Con mi bendición,