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Padre, envíanos pastores

Queridos diocesanos:

El próximo 17 de marzo, domingo, se celebra el Día del Seminario bajo el lema “Padre, envíanos pastores”, un lema que incide en la sentida y apremiante necesidad de pastores en el momento actual. La primera palabra nos desvela que la vocación es cosa de Dios, no de un don que el ser humano se da a sí mismo. Además, deja claro que ese Dios al que rogamos es Padre y que, por lo tanto, no hay lugar para sospechar que nos vaya a ofrecer un caramelo envenenado, sino la semilla que, bien regada y atendida, dará un hermoso fruto con el que se saciarán los hambrientos de este mundo.

La Jornada, entre otras cosas, persigue poner en valor y promover las vocaciones sacerdotales. Nuestra Diócesis cuenta con un diácono y dos seminaristas mayores, un número realmente insuficiente para cubrir las necesidades pastorales futuras desde el ámbito del ministerio pastoral. Una reflexión profunda nos lleva a señalar alguna de las causas más importantes de esta penuria, entre las que se encuentran sin duda la escasez de verdaderos cristianos, la baja natalidad y la insuficiente estima del ministerio. Evidentemente, aunque no se deben descartar las llamadas especiales de Dios, las vocaciones sacerdotales se han de reclutar entre cristianos. Los casos del profeta Samuel, llamado de niño sin que conociera al Señor, es una excepción, como lo es también el del apóstol San Pablo.

Influye también la escasa natalidad. La situación de la mayoría de los seminarios del norte de España, territorio despoblado y envejecido, puede explicar esto que les digo. El caso del Seminario de Ávila, en el que están siendo formados los seminaristas mayores de cinco diócesis de Castilla y León y dos de Extremadura, y cuenta con dieciséis seminaristas, nos interroga. En cualquier caso, no hay que olvidar ni minusvalorar el influjo de otros elementos como la propia vivencia de la fe y también la estima del ministerio. En este sentido, hay que lamentar con demasiada frecuencia el débil apoyo de la familia al niño y al joven que confiesa su deseo de iniciar un proceso formativo con vistas a la ordenación sacerdotal. Es más, en la mayoría de los casos, la oposición es frontal.

Salir al paso de esta situación, afrontar el reto de promover las vocaciones sacerdotales, es un reto complejo que nos reclama a generar una cultura vocacional que facilite interpretar cada vida en el marco de un proyecto divino. Así lo escucha el profeta Jeremías de boca de Dios: “Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía” (Jer 1, 5). Efectivamente, la primera llamada es a la vida natural. Pero Dios también llama a participar de su vida por medio del Bautismo, y en la misión de Jesucristo a través de una forma de vida determinada. A esta llamada es a la que solemos llamar vocación, pudiendo distinguir entre varias: al apostolado seglar, a la vida consagrada y al ministerio pastoral. De éste venimos hablando.

Y, para hacerlo, tenemos que referirnos a Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. Él es el maestro en cuya escuela ha de formarse el futuro presbítero, el modelo con el que se ha de configurar. El evangelista San Mateo nos lo presenta bajo la imagen del Buen Pastor: “Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, “como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9, 35-37).

Nos conmueve la mirada de Jesús, capaz de descubrir la fragmentación, la desorientación, el peligro que corre nuestro mundo. Nos conmueve su corazón compasivo y misericordioso. La hermosa y fundamental tarea de Jesús, la ha de realizar el sacerdote. Valorémosla. Oremos al Padre que nos envíe pastores que sepan mirar con amor a esta humanidad, que la orienten y santifiquen, que la integren en la unidad y la lancen a la misión. Amén.

Recibid mi saludo y bendición.

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