Francisco preside la Eucaristía en Port Moresby, donde advierte de que el egoísmo, la indiferencia, el resentimiento y el odio alejan de Dios, de los hermanos y de la alegría de vivir
Antes de adentrarse en la selva de Papúa Nueva Guinea, el papa Francisco ha presidido este domingo la Eucaristía en Port Moresby, en la que el Papa ha relacionado la lejanía del sordomudo presente en el Evangelio con la lejanía geográfica del país.
Y lo ha relacionado para reiterar que esta distancia no tiene por qué ser decisiva. «Ustedes, que habitan en esta tierra tan lejana, tal vez tienen la impresión de estar separados, separados del Señor, separados de los hombres, y esto no es así, no: ¡ustedes están unidos, unidos en el Espíritu Santo, unidos en el Señor! Y el Señor dice a cada uno de ustedes: “Ábrete”. Esto es lo más importante: abrirse a Dios, abrirse a los hermanos, abrirse al Evangelio y hacer de él la brújula de nuestra vida», les ha dicho en la homilía.
Antes, el Pontífice había comparado la sordomudez reflejada en la Palabra con estar apartados de la comunión y de la amistad con Dios y con los hermanos, cuando «el corazón está obstruido».
Y ha agregado: «Existe una sordera interior y un mutismo del corazón que dependen de todo aquello que nos encierra en nosotros mismos, que nos cierra a Dios, nos cierra a los demás: el egoísmo, la indiferencia, el miedo a arriesgarse e involucrarse, el resentimiento, el odio, y la lista podría continuar. Todo esto nos aleja de Dios, nos aleja de los hermanos y también de nosotros mismos; y nos aleja de la alegría de vivir».
Cuando nos encerramos, continúa el Papa, lo que sucede es que «nos hacemos sordos a la Palabra de Dios y al grito del prójimo y, por lo tanto, incapaces de dialogar con Dios y con el prójimo».
Ante esto, Dios aparece con su cercanía de Jesús, que supera toda distancia. «En su Hijo, Dios nos quiere mostrar sobre todo esto: que Él es el Dios cercano, el Dios compasivo, que cuida nuestra vida, que supera toda distancia. Y en el pasaje del Evangelio, en efecto, vemos cómo Jesús se dirige a esos territorios de las periferias saliendo de Judea para encontrarse con los paganos», ha subrayado.
Con su cercanía, Jesús sana la sordera, sana la mudez del hombre; en efecto, cuando nos sentimos alejados, y decidimos distanciarnos —de Dios, de los hermanos y de quienes son diferentes a nosotros—, entonces nos encerramos, nos atrincheramos en nosotros mismos y terminamos girando solo en torno a nuestro yo, nos hacemos sordos a la Palabra de Dios y al grito del prójimo y, por lo tanto, incapaces de dialogar con Dios y con el prójimo.