El día 4 de octubre celebramos el inicio de curso del Seminario diocesano y de los centros académicos de la diócesis, y el día 6 tuvimos el encuentro de inicio del año pastoral. En ambos actos, encomendamos este nuevo periodo a la Santísima Virgen María, nuestra Madre.
El lema de este año es “Peregrinos de esperanza en Coria-Cáceres”. Nos sumamos así al Jubileo de la Encarnación convocado por el Papa Francisco para 2025. Tomamos conciencia de que este no será un curso más. Los próximos años serán decisivos para nuestra diócesis. La despoblación, la secularización y el pluralismo ideológico, la falta de vocaciones, la escasez del clero… nos abocan a una conversión pastoral para que el evangelio llegue a todos los rincones de nuestra geografía, para que no falte el Pan de la Eucaristía en las parroquias y para que la caridad cristiana se haga cargo de los más necesitados.
Además del Jubileo universal, otras efemérides importantes de este año iluminarán nuestra pastoral y darán contenido a las reuniones de estudio y de trabajo.
En este mes de octubre se está desarrollando en Roma el Sínodo sobre la sinodalidad, del que esperamos indicaciones concretas para ser la Iglesia que Dios espera de nosotros en el Tercer Milenio. Estamos seguros que nos hablará de escucha, diálogo, corresponsabilidad de todos los bautizados.
En febrero, la Iglesia española celebrará el Congreso de vocaciones que concluye el quinquenio 2021-2025. No podemos entender la vocación como algo exclusivo de sacerdotes, religiosos y religiosas. Todos tenemos vocación. La Iglesia es una comunidad de llamados. Eso es lo que nos une. Dios nos da la vida, piensa en nosotros con amor y nos reserva una misión especial en el mundo. Descubrir para quién somos, para qué estamos en el mundo es la pregunta fundamental.
Además, en el año 2025 se conmemorarán el XVII Centenario del Concilio de Nicea, el primer concilio ecuménico, que defendió la divinidad de Cristo porque de otra manera no nos habría salvado realmente; y cumplirá 60 años el Concilio Vaticano II, un concilio que presentó a la Iglesia como la “encarnación” de la voluntad salvífica universal de Dios Padre en su Hijo Jesucristo.
La Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos, la salvación de Jesús como “nuestra esperanza” (1 Tim 1, 1). El encuentro con Cristo vivo en los sacramentos y en los acontecimientos de la vida, la experiencia del amor de Dios, la certeza firme de que camina con nosotros, son fuente inagotable de esperanza, una esperanza que no defrauda porque empieza a cumplirse ya en esta vida, “el ciento por uno”.
Sentir con la Iglesia universal, bajo el Magisterio del Santo Padre Francisco, que nos confirma en la fe, nos asegura que vamos por el buen camino que lleva a la salvación.
No podemos perder fuerza con divisiones o rencillas internas, no podemos mirarnos unos a otros con suspicacias, sería traicionar la misión encomendada. En este momento tan decisivo para nuestra diócesis hemos de mirar todos en la misma dirección y sumar esfuerzos.
Con mi bendición,