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Devuélveme la alegría de tu salvación

Carta con motivo de la Cuaresma

Con estas palabras del salmo 50 y con el sentimiento que nos transmiten os invito, queridos hermanos y hermanas en el Señor, a entrar en el tiempo santo de la Cuaresma. El Señor nos llama a participar de su amor y su misericordia especialmente en estos días que nos preparan y nos hacen mirar a la Pascua, plenitud de vida del Resucitado que por nosotros se hizo hombre hasta la muerte y una muerte de cruz.

El salmo 50, salmo penitencial por excelencia, es la súplica de David a Dios después de que el profeta Natán haya puesto a la luz su pecado. David invoca la misericordia de Dios reconociendo su pecado que es una ofensa al mismo Dios, “contra ti, contra ti solo pequé”, y, por tanto, solo la misericordia de Dios puede lavar esa mancha. David pide perdón a Dios, y también le pide que cree en él un corazón puro, que renueve la alegría de la salvación.

Si pide que le devuelva la alegría es porque la tenía, pero la ha perdido. Hacer memoria del don es fundamental en nuestra vida, recordar todo lo que hemos recibido nos pone en camino de vuelta, aunque ahora lo tengamos perdido. La añoranza, con frecuencia, es un signo de conversión interior porque la mueve el deseo del bien que queremos y necesitamos, es la experiencia del corazón al que le falta algo para ser él, para vivir según la propia condición. Reconocer el amor de Dios, su gracia, en el corazón es el inicio del camino de vuelta a casa. El estado natural del hombre no es el pecado, sino la gracia. Y dice S. Agustín que no podrás volver a la gracia “si el mal todavía te gusta”, por eso, “destrúyelo en tu corazón y purifícalo; ponle cerco al pecado de tu corazón, pues allí quiere venir a vivir al que quieres ver” (Discurso sobre los salmos, 103).

Durante esta Cuaresma repetiremos en muchas ocasiones este salmo penitencial haciendo nuestras las palabras y los sentimientos de David. También nosotros hemos pecado, y también queremos volvernos a Dios para recibir su perdón y el gozo de un corazón nuevo.

Cuaresma es tiempo de conversión, es momento propicio para volvernos al Señor y poner en Él, en su corazón manso y humilde (cfr. Mt. 11,29), lo que somos y lo que tenemos. Convertirse es buscar y encontrar el centro y centrar nuestra vida en Dios que es el autor de la salvación. La lejanía de Dios es causa de tristeza y angustia, es como vivir sin rumbo; sin embargo, la vuelta a Dios es recuperar la alegría, sentirse parte del plan de salvación que Dios tiene sobre mí y sobre la humanidad.

La necesidad de la conversión junto a la confianza en el perdón de Dios nos hace implorar un corazón nuevo, Dios nos ofrece: “Os daré un corazón nuevo, os infundiré un espíritu nuevo” (Ez 36,26). Estamos hablando, en definitiva, de una transformación, de una nueva creación. Así es el perdón de Dios, es siempre una nueva creación. El perdón es la siempre posibilidad de comenzar de nuevo, de partir de cero. Dios perdona, y por amor olvida las ofensas que sobre él hemos cometido. Vivir en el amor que perdona es vivir siempre en su presencia, porque el que se aleja de él se pierde (cfr. Sal. 73,27).

El perdón es la manifestación del corazón de Dios, es la expresión de su misericordia. Como nos recuerda S. Pablo: “Pero Dios, rico en misericordia por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir en Cristo –estáis salvados en pura gracia-“ (Ef. 2,4-5). Jesús encarna este misterio de la misericordia de Dios anunciada ya en el Antiguo Testamento, lo hace a través de las parábolas, que conocemos como parábolas de la misericordia, por ejemplo, el hijo pródigo o el buen samaritano, pero también a través de sus gestos y de su misma persona. La misericordia nos revela a un Dios que se “compadece”, al que el hombre y su historia no le es indiferente. Dios quiere la salvación del hombre (cfr. 1Tim 2, 4).

La misericordia es el bálsamo para el corazón herido, es el camino que siempre está abierto para devolvernos a casa. “Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación (..) es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado. (Francisco. Bula Misericordiae Vultus). La Cuaresma hunde su raíz y muestra su sentido en este misterio de la misericordia. Estamos todos invitados a vivir en y de la misericordia. Lo demás que se nos propone en la Cuaresma son medios e instrumentos para vivir este misterio de Dios, y así llegar bien dispuestos al canto nuevo de la Pascua.

La llamada de la Cuaresma a la misericordia es una invitación para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia a ser misericordiosos. “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo”, y expresaba el deseo que llega hasta este momento:“¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros” (Misericordiae Vultus).

Volvamos a las palabras del salmo: “devuélveme la alegría de tu salvación”, que recuerdan y expresan, como ya hemos dicho, la nostalgia del hombre que se ha apartado de Dios. El hombre sin Dios es un ser al que le falta esencia, no está completo, es un ser solo en medio de la intemperie de la vida y sus circunstancias. El hombre solo está completo cuando tiene a Dios, cuando se mueve en él y descansa en él, cuando tiene referencia de su origen y de su meta, porque solo así hallará el sentido de su existencia. El hombre siempre será alguien en busca de sentido, y este sentido último solo está en Dios.

La Cuaresma es un tiempo de gracia que nos regala el Señor para detenernos, para hacer un verdadero examen de conciencia.

Quisiera decir unas palabras sobre el examen de conciencia. El examen de conciencia es un modo de oración, no me miro a mí mismo, sino que miro a Dios; no es la contabilidad de mis pecados, y menos un acto masoquista, sino un acto de confianza en la misericordia de Dios. En el examen de conciencia yo no soy el protagonista, el protagonista es Dios, es dejarse mirar por su amor, y en esa mirada se hace la luz que ilumina la oscuridad del mal y del pecado, nace la esperanza que crea la posibilidad de cambiar, de comenzar de nuevo. En el examen de la conciencia se hace viva la dependencia de Dios: sé que estás ahí, te necesito. Un padre del desierto había acuñado un modo nuevo y original de examinar la conciencia que repetía cada noche antes de acostarse. Se dirigía a su Señor y le preguntaba: “¿Te he agradado hoy?”. No se preocupaba de sí mismo sino de su Señor. Y es que el gran acto de amor que se vive en el examen de conciencia es que Él esté alegre.

Examinar la conciencia es una gracia. Cómo cambiaría la vida de la Iglesia y del mundo si hiciéramos, de verdad, examen de conciencia; si cada uno se examinara a sí mismo en vez de examinar a los demás.

Por eso, en este tiempo sería muy bueno y conveniente que nos confrontáramos con la Palabra de Dios en un encuentro íntimo y profundo. Acercarnos la Palabra con humildad, derribando el muro de nuestra propia visión e interés, incluso de nuestros juicios y prejuicios; es necesario bajar la guardia y dejar que la Palabra nos cale, nos interrogue y nos interpele, nos confronte y nos ilumine, nos consuele y nos fortalezca. No olvidemos que la Palabra de Dios “es viva y eficaz” (Heb 4,12), que es capaz de llegar a lo más profundo del corazón. Hemos de hacer silencio para escuchar, abrir el corazón para acoger, dejarse transformar, y recibir la fuerza necesaria para transmitirla.

Cuaresma es tiempo de oración. La oración callada que no busca más que la gracia del encuentro. Es abrirse al Señor que viene a mi encuentro, un encuentro sanador y liberador, que muestra su poder con nosotros mediante el perdón y la misericordia. Por eso, este es tiempo para celebrar ese perdón en el sacramento de la penitencia. Gran don que el Señor ha dejado a su Iglesia. Basta que reconozca mi pecado, que arrepentido haga propósito de cambiar, confiese mis pecados, y se realice el milagro de la reconciliación.

Este año, en vistas a la preparación del Año Santo de 2025, el Papa ha querido dedicarlo a la oración. Quizás esta Cuaresma sea un momento para poner más fuerza en mi vida de oración, para tomarla en serio, y recordar que “hay que orar siempre” (cfr. Lc 18,1). La perseverancia es el secreto del fruto de la oración. No se trata de orar mucho algunos días, sino de orar cada día. Así lo hacía el Señor y así lo hace la Iglesia. El que ora está asentando raíces fuertes y profundas en la fe que darán como fruto la esperanza y la caridad. Os invito en estos días a volver a la oración de los cristianos, al Padrenuestro. Muchas veces la rezamos y la repetimos con cierto automatismo; dedica esta Cuaresma a rezar el Padrenuestro parándote en cada petición, pensado en lo que estás diciendo a Dios, y meditándolo en tu corazón. En el Padre nuestro hablamos a Dios con las palabras que Cristo nos enseñó, y el Padre en nuestra oración escucha las palabras de su Hijo.

Renunciar no es perder, en muchas ocasiones es ganar. El gesto penitencial del ayuno es el reconocimiento de la primacía de Dios. Jesús ayunó en el desierto durante cuarenta días. El ayuno “vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimientoHaciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido. Así entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo en cuanto, como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Carta Enc. Fratelli tutti, 93).

En la Cuaresma, la oración y el ayuno se verían faltos de sentido si no estuviera la caridad, así ocurre en toda la vida cristiana. “La limosna educa a la generosidad del amor. San José Benito Cottolengo solía recomendar: “Nunca contéis las monedas que dais, porque yo digo siempre: si cuando damos limosna la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la derecha, tampoco la derecha tiene que saberlo” (Detti e pensieri, Edilibri, n. 201). Al respecto es significativo el episodio evangélico de la viuda que, en su miseria, echa en el tesoro del templo “todo lo que tenía para vivir” (Mc 12,44). Su pequeña e insignificante moneda se convierte en un símbolo elocuente: esta viuda no da a Dios lo que le sobra, no da lo que posee, sino lo que es: toda su persona” (Benedicto XVI. Mensaje para la Cuaresma 2008). Buen momento, entonces, la Cuaresma para los gestos de nuestra caridad para con los hermanos, especialmente con los más pobres. Sin olvidar algo fundamental, no se trata tanto de dar como de darse para seguir el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo que “siendo rico se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2Cor 8,9).

Para terminar, no olvidemos que la cuaresma es un camino, es el camino de la liberación que los israelitas hicieron en el desierto durante cuarenta años; es el camino que Nuestro Señor Jesucristo vivió también en el desierto como comienzo de su camino mesiánico y redentor, es el camino del corazón del hombre que busca la liberación del mal y del pecado, al tiempo que siente la necesidad de experimentar la presencia de Dios, su abrazo de Padre. “¿Pero a quién sientes? ¿Al que viene hacia a ti o a aquel al que tú vuelves? Él jamás se alejó de ti; eres tú quien se ha alejado de él” (S. Agustín. Discurso sobre los salmos 103).

En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza (..) Es la valentía de la conversión, de salir de la esclavitud. La fe y la caridad llevan de la mano a esta pequeña esperanza. Le enseñan a caminar y, al mismo tiempo, es ella la que las arrastra hacia adelante (Mensaje para la Cuaresma 2024 del Papa Francisco).

Nuestro camino cuaresmal nos llevará a la Pascua que es nuestro auténtico destino. La Cuaresma es la parábola de nuestra condición peregrina que nos conduce a nuestra propia Pascua, al paso del Señor por nuestra vida. La Cuaresma solo tiene sentido y fundamento desde la luz y la alegría que se nos manifestará en la noche de Pascua, anuncio y adelanto de la Pascua Eterna.

A María, «fuente viva de esperanza» (Dante Alighieri, Paraíso, XXXIII, 12), le encomiendo nuestro camino cuaresmal, para que nos lleve a su Hijo, y nos alcance disfruta para siempre de la Pascua del Cielo.

Con mi afecto os bendigo.

+ Ginés Ramón García Beltrán. Obispo de Getafe

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