El Dicasterio para la Doctrina de la Fe ha aclarado varias cuestiones presentadas por un obispo y varios laicos sobre el acceso a los sacramentos de las madres que han tenido un hijo fuera del matrimonio. La respuesta es clara: «Se las debe alentar a la fuerza sanadora y consoladora de los sacramentos».
La consulta, según explica el prefecto, Víctor Manuel Fernández, está motivada por el comportamiento de algunas madres solteras referido por el obispo. Algunas se abstienen de comulgar «por temor al rigorismo del clero y de los dirigentes comunitarios». De hecho, Fernández dice que en algunos países se les impide comulgar.
«Recientemente, el Santo Padre nos recordaba que “la Eucaristía es la respuesta de Dios al hambre más profunda del corazón humano, al hambre de vida verdadera: en ella Cristo mismo está verdaderamente entre nosotros para alimentarnos, consolarnos y sostenernos en nuestro camino”. A las mujeres que, en esa situación, han optado por la vida y llevan una existencia muy compleja a causa de esa opción, se las debe alentar a acceder a la fuerza sanadora y consoladora de los sacramentos», responde el purpurado.
En este sentido, propone que se trabaje en cada Iglesia local para que se comprenda que «el hecho de ser madre soltera no impide el acceso a la Eucaristía». «Como el resto de los cristianos, la confesión sacramental de los pecados cometidos les permite acercarse a comulgar. La comunidad eclesial debe valorar, además, que son mujeres que acogieron y defendieron el don de la vida que llevaban en sus entrañas y que luchan, cada día, por sacar sus hijos adelante», añade.
En el escrito, el cardenal también refiere situaciones difíciles que hay que acompañar y discernir, como el caso de que algunas de ellas recurran a vender su cuerpo para sostener a su familia: «La comunidad cristiana está llamada a hacer todo lo posible para ayudarle a evitar este gravísimo riesgo, más que juzgarla duramente».
Y concluye con palabras del papa Francisco en referencia a las madres soleteras: «En las difíciles situaciones que viven las personas más necesitadas, la Iglesia debe tener un especial cuidado para comprender, consolar, integrar, evitando imponerles una serie de normas como si fueran una roca, con lo cual se consigue el efecto de hacerlas sentir juzgadas y abandonadas precisamente por esa Madre que está llamada a acercarles la misericordia de Dios».