Hay cosas que sobre el papel nos parecen bien asumibles y normales. Ahora bien, cuando se trata de ponerlo en práctica algunas veces, ya no lo tenemos tan claro. La primera premisa que debemos tener clara a los cristianos es que Dios nos ama y que ese su amor no es únicamente una relación bidireccional entre Él y nosotros, sino multidireccional: de nosotros hacia Él y, al mismo tiempo, hacia el prójimo. Este prójimo es lo que a veces nos cuesta reconocer. Nos es fácil si es alguien cercano, y muchas veces debemos añadir que nos caiga bien. Pero si el prójimo es alguien desconocido o alguien con quien discreparemos, la posibilidad de reconocer en él a un hermano o hermana ya se hace más difícil amar.
El papa Benedicto XVI dedicó las tres encíclicas de su pontificado a tres principios básicos: la fe, la esperanza y la caridad. Son las denominadas virtudes teologales, que el Catecismo de la Iglesia Católica define como aquellas que fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano, informan y vivifican todas las virtudes morales y son infundidas por Dios en el alma de los fieles por hacerlos capaces de obrar como hijos suyos (cf. CEC, 1813). De ahí que el papa Benedicto XVI afirme que el amor, del que Dios nos satisface, debemos comunicarlo a los demás (cfr. Deus Caritas est , 1).
El amor no es egoísta. Los egoístas somos nosotros, a veces, al ponerlo en práctica con tacañería. Al amor le gusta ser recíproco, pero no es ésta una condición de partida, puesto que a menudo el amor no es correspondido con amor. ¿No es éste el caso de Jesús de Nazaret, cuyo amor fue a menudo respondido con traiciones o conjuras contra Él? ¿Amamos para ser amados o amamos porque el amor que recibimos de Dios queremos extenderlo a nuestro prójimo?
Dios nos ha amado primero, y sigue siempre amándonos primero, sin esperar nuestra respuesta para hacerlo. Nosotros podemos corresponderle también con el amor. Pero Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de ese «antes» de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta (cf. Deus Caritas est , 17).
Un amor no correspondido en sus inicios, si persevera, si no abandona, puede dar lugar a una correspondencia, ya menudo es ésta nuestra relación con Dios. Él siempre nos ama y nosotros no siempre le correspondemos. No lo hacemos cuando no amamos al prójimo de manera gratuita, al modo de Dios.