Como se indica al comienzo de su Prólogo —del entonces nuncio de Su Santidad en España, Gaetano Cicognani—, la Sagrada Biblia de Nácar-Colunga es «la primera versión completa de la Biblia, hecha de las lenguas originales, hebrea y griega, al castellano por autores católicos, con la que la Editorial Católica inicia […] su Biblioteca de Autores Cristianos». Concurren en ello dos importantes acontecimientos: el relacionado con el texto sagrado de la Biblia y el comienzo de un proyecto editorial que, años más tarde, se convertirá en un árbol bien frondoso con más de dos mil frutos; como bien podemos llamar a los numerosos títulos publicados en la BAC en sus ochenta años de historia.
Hasta aquel momento, las biblias católicas publicadas en español habían tenido como base la Vulgata latina. Con el nacimiento de la Vulgata española —como fue llamada coloquialmente—, los católicos de lengua española disponían por primera vez de un texto sagrado que emanaba de las fuentes originales. El esfuerzo fue considerable y se vio bien recompensado por los lectores: la primera edición, de 15.000 ejemplares, se agotó en poco más de cuatro meses. Desde entonces, se ha publicado en diversos formatos, grandes y pequeños, en ediciones de lujo y populares, con estuche plastificado y cremallera para viajes, completa, solo el Nuevo Testamento o únicamente los cuatro evangelios. De distintas formas y maneras, la Biblia Nácar-Colunga llegó a las manos de los católicos de lengua española allá donde estuvieran. Sin duda, la versión más divulgada ha sido la edición popular, que en 2024 ha alcanzado sesenta y dos impresiones. La edición original ha tenido treinta y siete, más dos recientes en formato facsímil.
La fidelidad al texto original fue el mayor interés de sus traductores, pues, como ellos mismo dicen en su Prólogo, de «no dar fielmente el sentido de los originales, ofrecería el traductor como palabra de Dios lo que realmente sería palabra humana». Pero una fidelidad, eso sí, que no implicara «seguir servilmente la letra del original, reproduciéndola exactamente con palabras castellanas»; esto hubiera supuesto «un verdadero galimatías ininteligible y enteramente insoportable». El resultado fue verdaderamente encomiable, pues lograron un bello texto castellano que muchos lectores de varias generaciones hemos leído con reverente y emocionada unción religiosa. Sin duda, con el paso de los años, las traducciones han ganado en claridad y belleza literaria; no todo puede pedírsele a una obra pionera.
Fueron muy valiosas también las notas exegéticas con que se aclaran las dificultades de comprensión del texto sagrado; así como las transcripciones de los nombres propios de personas y lugares, acomodándolos al buen sentido de la ortografía castellana. A este esfuerzo se sumó el interés de que el resultado fuera un texto verdaderamente en castellano, «en frase castellana, con periodos castellanos, conforme a la sintaxis de nuestra lengua», pero procurando no «quitar a la obra su color semítico o griego». Todo ello dio como resultado una exposición clara del texto bíblico, lo que no significa que todos los pasajes se puedan entender sin dificultades, pues muchos de ellos son oscuros, por diversas razones, ya en el original; oscuridad que ha sido fielmente respetada por los traductores.
Contamos, por tanto, con esta edición del texto sagrado, con una edición pionera ejemplar que sirvió de referencia a todas las que vendrían después, y que forman ya un rico caudal. Quédennos, finalmente, como colofón las propias palabras de los traductores que resumen bien su deseo, humildad y empeño: «Hemos, pues, pretendido, […] dar al lector una versión castellana lo más fiel, clara y limpia que nosotros hemos podido y sabido hacer. Lo difícil del empeño en sí, y la buena voluntad que en lograrlo hemos puesto, muevan al lector, no a disimular, mas sí a perdonar los yerros que hayamos cometido».