El mes de junio es el mes del Sagrado Corazón de Jesús, el mes que está consagrado especialmente al Corazón Divino. El corazón representa al ser humano en su totalidad, es el centro de la persona humana, lo que le da unidad. El corazón es la fuente de nuestra personalidad, el principal motor de las actitudes y elecciones, el símbolo del amor. El Corazón de Cristo es símbolo de la fe cristiana, es la síntesis de la Encarnación y de la Redención, la fuente de bondad y de verdad, expresión de la buena nueva del amor. El Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios, un símbolo real, que representa la fuente de la que ha brotado la salvación para toda la humanidad.
En los Evangelios encontramos varias referencias al Corazón de Jesús, por ejemplo, en el célebre pasaje de san Mateo: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11,28-30). El relato de la muerte de Cristo según san Juan es fundamental. Este evangelista da testimonio de lo que vio en el Calvario: que un soldado, cuando Jesús ya estaba muerto, le atravesó el costado con la lanza, y enseguida brotó sangre y agua. Juan reconoció en aquel signo el cumplimiento de las profecías: del corazón de Jesús, Cordero inmolado sobre la cruz, brota el perdón y la vida para toda la humanidad.
Celebrar la fiesta del Corazón Jesús es celebrar la redención, celebrar el amor salvífico del Padre, celebrar el amor de Cristo y corresponder amando a ese Amor que tantas veces no es amado. Como dice el prefacio de la Misa, «elevado sobre la cruz, hizo que de la herida de su costado brotaran, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia, para que así, acercándose al Corazón abierto del Salvador, todos puedan beber siempre con gozo de las fuentes de la salvación». Es importante que siga viva en nosotros la conciencia del mensaje que esta fiesta nos ofrece, el hecho de que en el Corazón de Cristo el amor de Dios salió al encuentro de la humanidad entera.
Se trata de un mensaje antiguo y siempre nuevo, yo me atrevo a decir que de gran actualidad, porque el hombre contemporáneo, el sujeto posmoderno, se encuentra a menudo desvinculado, fragmentado, aislado en medio de la multitud, carente de un principio interior que fundamente su existencia, que genere unidad y armonía en su vida, en su ser y en su obrar, y le proyecte al encuentro de los demás. Por eso, en nuestra sociedad del bienestar, no pocas personas experimentan una pérdida de sentido que las desconcierta y abruma, y manifiestan de diversas maneras la nostalgia de Dios, la necesidad de trascendencia, pero a menudo dan la impresión de no encontrar el camino.
En Cristo hallan la respuesta los interrogantes del corazón humano. Ya lo expresó san Agustín bellamente: «Nos hiciste, Señor, para Ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti» (Confesiones, I, 1). Del Corazón del Hijo de Dios, muerto en la cruz, ha brotado la fuente perenne de la vida que da esperanza a todo ser humano; del Corazón de Cristo nace la nueva humanidad, redimida del pecado. El hombre del año 2024 tiene necesidad del Corazón de Jesús para conocer a Dios, para conocerse a sí mismo, para conocer a los demás, y para comprometerse en la construcción de un mundo nuevo. No es tan determinante la dificultad de la situación o la magnitud del desafío, lo que importa es la fortaleza que Cristo nos concede. Fundamentando la vida en Cristo podremos construir un mundo de justicia y paz, de verdad y amor, de fraternidad, y abrir caminos nuevos de esperanza. Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.