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Santa María, testimonio de fe

Santa Teresa del Niño Jesús, carmelita descalza, hija espiritual de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz, proclamada con toda razón doctora de la Iglesia, dejó escrito este profundo pensamiento: «La obra más hermosa del corazón de Dios es el corazón de una madre». Esta cita es muy adecuada hoy, primer domingo de mayo, en que celebramos el Día de la Madre.

Hemos comenzado el mes de mayo, el mes de las flores, que la Iglesia católica dedica a la Virgen María. Como las flores, María fue embellecida por Dios Padre, porque aquella joven sencilla fue elegida para ser la madre del Hijo de Dios. El arcángel Gabriel la saludó como «llena de gracia», preservada de todo pecado, asunta al cielo en cuerpo y alma al final de su vida en la tierra. Estos dones divinos que recibió María no la separan de nosotros. Ella, por voluntad de Cristo en la cruz, es nuestra madre, la madre de toda la humanidad redimida por Cristo.

Los cristianos, de manera especial, estamos llamados a conocer y amar a María, como la primera y más grande discípula de Jesús y nuestra principal intercesora ante Dios. Ella es el mayor testimonio de fe. Las palabras que le dirigió Isabel nos acercan a su vida: «¡Bendita tú que has creído!» Es la alabanza de la fe de la Madre de Dios; su grandeza radica en su vida de fe.

San Juan Pablo II en el año 1987 publicó la carta encíclica titulada «La Madre del Redentor», dedicada a «la bienaventurada Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina», que se abre con una cuidadosa meditación de estas tres afirmaciones de la Biblia: «Llena de gracia», «Dichosa tú que has creído» y «Aquí tienes a tu madre». Toda la vida terrenal de María es contemplada como un peregrinaje de fe. Ella vivió los acontecimientos de la vida de Jesús. Los acogió y meditó en su corazón y confió plenamente en los designios de Dios, a pesar de no entenderlo todo. El Concilio Vaticano II recoge con alegría el hecho de que también los musulmanes honran a María, la Madre virginal de Jesús, y a veces la invocan devotamente. (cf. Nostra aetate, 3).

Queridos hermanos y hermanas, en este mes de María, que la fe florezca en nuestros corazones y nos ayude a edificar nuestras vidas. Por eso, es bueno y necesario dirigir nuestra mirada y nuestra oración a María. Pidámosle que nos acompañe en nuestro «peregrinaje por la vida camino del cielo», con su fe firme y serena, en medio de las dificultades. Ella guardaba siempre las palabras de su Hijo en el corazón y las meditaba; por eso, es testimonio y modelo de la fe cristiana.

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