Este domingo nos encontramos inmersos en la semana de oración por la unidad de los cristianos. Todos los años del 18 al 25 de enero, los cristianos, no solo los católicos, nos dedicamos a orar de forma intensa y especial por la unidad de todos los que seguimos a Cristo, para que el ruego de Jesús al Padre en su oración de despedida de este mundo, “que todos sean uno” (Jn 17, 21), sea una realidad. Esta semana de oración se viene realizando desde el año 1908.
El lema escogido para este año está tomado de la parábola del buen samaritano “amarás al señor tu Dios … y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10, 25-37), que a su vez aparece en varios momentos del Antiguo Testamento como el resumen de los 10 mandamientos de la ley de Dios (Dt 6, 5 y Lev 19, 18). Ha sido propuesto por un equipo ecuménico de Burkina Faso. En este país, el cristianismo está siendo perseguido de forma cruenta, no se puede practicar la fe abiertamente por la falta de seguridad. Esto ha hecho surgir una corriente de solidaridad entre los cristianos y el resto de religiones, en especial musulmanes y religiones tradicionales, a través del diálogo y la preocupación social.
Ellos son los que nos proponen la parábola del Buen Samaritano como instrumento para orar y reflexionar en esta semana de la unidad. El amor al prójimo sea quien sea ese prójimo, es el que nos hace superar divisiones y vencer enemistades. Los cristianos tenemos que ocuparnos de los caídos, de los débiles, de los que siempre se fijan más en lo negativo, en lo que nos divide, incapaces de buscar lo que nos une.
Tenemos que ayudar a curar las heridas del otro porque así también se cerrarán las nuestras. El centrarnos en nuestras debilidades, el encerrarnos en nuestros defectos, el renunciar a pedir ayuda al otro y dejarnos querer por él, es lo que genera división, separación, desunión. La historia nos dice cómo la división entre los cristianos se ha iniciado por la cerrazón en las ideas de unos frente a los otros, por no haber ayudado al otro en sus debilidades y por no querer asumir las propias limitaciones. Si miramos al mundo, las violencias, guerras, injusticias, persecuciones tienen su raíz, también, en estos mismos defectos.
Qué importante es huir de falsos protagonismos y descubrir nosotros mismos la acción sanante de la misericordia de Dios. El señor nos pide que abramos los ojos al otro para que, como el buen samaritano, no demos rodeos ante sus necesidades, sino que nos preocupemos y molestemos por el otro, su bien es nuestro bien.
Esta es la iglesia que Cristo quiere, que sea Posada donde el hombre pueda curar sus heridas, con el vino y el aceite de los sacramentos, recuperar la salud del cuerpo y del alma. Practicando todos una caridad activa es como construiremos la unidad.
Oremos, con esperanza y sin desanimarnos, por la unidad de todos los que seguimos a Cristo. La oración derriba barreras y une corazones.