Jesús hablaba a menudo con parábolas a todos aquellos que se acercaban a escucharle. A través de breves narraciones que albergaban sabias enseñanzas, Jesús explicaba su mensaje de salvación a la gente de su tiempo. La mayoría de sus contemporáneos vivían en un entorno rural. Es por ello por lo que muchas de las parábolas están llenas de imágenes del mundo del campo. En ellas podemos contemplar a campesinos que observan el cielo para saber si va a llover, a pastores que cuidan de sus ovejas o plantas que crecen y dan fruto abundante.
El texto del Evangelio de Marcos que hoy se proclama en la Eucaristía recoge dos de ellas: la parábola de la semilla que crece sola y la del grano de mostaza. El evangelista describe en la primera a un hombre que siembra unas semillas en su campo. Después de su trabajo se va a descansar y espera con paciencia hasta que llegue el tiempo de la cosecha (cf. Mc 4, 26-29).
Dios siembra también su Palabra en nosotros y espera con paciencia a que germine. Y es que Dios no tiene prisa. Él confía en que un día también daremos fruto abundante. También nosotros podemos sembrar en el mundo semillas del Reino de Dios para que fructifique la esperanza, la paz y la alegría. No nos desanimemos si vemos que nuestro trabajo tarda en dar fruto. Dejemos actuar a Dios, Él siempre está trabajando.
En la segunda parábola, Marcos compara el Reino de Dios con un grano de mostaza. Esta semilla es muy pequeña, sin embargo, cuando germina, crece y se convierte en una planta tan grande que incluso los pájaros pueden refugiarse bajo sus ramas (cf. Mc 4,30-32).
En esta parábola, Dios nos pide que confiemos en la fuerza de las pequeñas cosas. Todas ellas ayudan a construir el Reino de Dios. Una sonrisa, un gesto de afecto, una palabra amable, pueden transformar el mundo. Cristo nos enseña a saborear la vida como un camino lleno de novedades. Él hablaba con ternura de lo pequeño y de lo frágil y amaba especialmente a los más humildes y vulnerables: a los niños, a los pobres y a los enfermos.
Nuestra Iglesia está llamada a dar testimonio de Cristo y a sembrar semillas de solidaridad, amistad y acogida. Todos los bautizados tenemos la misión de dar a conocer a Cristo con el testimonio de nuestra vida y a transmitir fe, esperanza y caridad (cf. Lumen gentium, 31). Trabajemos unidos para ser levadura en la masa y transformar el mundo desde dentro con la fuerza del Espíritu Santo.
Queridos hermanos y hermanas, pidamos a Dios que nos ayude a ser tierra buena que dé fruto abundante. Que Él nos enseñe a valorar las cosas sencillas y buenas que nos sorprenden a lo largo del camino de nuestra vida.