La religiosa, Hija de Santa María de la Providencia, congregación fundada por san Luis Guanella, afirma: «Estoy haciendo lo que quiero hacer, estoy con quien quiero estar y me siento profundamente amada»
Dice santa Teresa de Jesús en el Libro de las Fundaciones que en Palencia hay «gente de la mejor masa y nobleza que yo he visto». Bien se puede aplicar a sor Luisa María López, sor Luisa para todos. Ella es hija de Palencia e hija de Santa María de la Providencia, congregación fundada por san Luis Guanella en la segunda mitad del siglo XIX. Es, además, la responsable de un hogar, la Casa Santa Teresa, en Madrid, donde se atiende a 35 personas con discapacidad intelectual, 17 de ellas como residentes. Es una labor de veinticuatro horas los siete días de la semana.
El pasado mes de agosto hizo 40 años desde la primera profesión; lleva en la congregación 43 si incluimos el postulantado y el noviciado. Y gran parte de ese tiempo lo ha pasado en la casa donde nos recibe. El otro destino fue Arzúa, en el Camino de Santiago. Entró en la congregación con 18 años tras vivir una vida normal, en una familia normal, con una fe sencilla. Que si el colegio de las religiosas filipenses, los grupos juveniles, los campamentos… Cuando hizo la primera comunión ya intuyó, en la medida que lo hace una niña de 7 años, que Jesús iba a ser importante para ella.
Y años después se enamoró de Él, no sin antes plantearse su vida profesional, que siempre había querido que estuviese dedicada por completo a los demás. El lugar donde servir a Dios y a los demás lo encontró en un voluntariado en Italia, al que llegó a través del centro juvenil Don Guanella de Palencia. «Allí descubrí a una congregación, una familia, donde la prioridad es anunciar a Dios, que es padre, padre de todos, un padre bueno que prefiere a los que están en los márgenes, a los excluidos, a los pobres, a los que no tienen apoyo».
Y así ha sido, dedicada siempre a los más pobres entre los pobres, viviendo con ellos. No dice que sea una vida fácil, sin dificultades, que las hay y muchas, pero confiesa: «Tenemos el honor de vivir con los que Dios prefiere. Tocamos el cuerpo de Cristo cada mañana. Cuando atendemos a personas con discapacidad, cuando las duchamos cada mañana, tomamos conciencia de que apoyamos al mismo Cristo y es una cosa que te sobrecoge. Solo los ojos de fe pueden ver esto».
A pesar de que viven en un continuo equilibrio económico, pues necesitan más fondos para atender todavía mejor a sus «tesoros», reconoce que la providencia nunca les ha fallado. «A veces, nos planteamos proyectos, aun sin tener asegurado el dinero y, al día siguiente, llega un donativo o un gesto que nos hace ver que Dios quiere que lo hagamos. A veces, le pregunto en la capilla por qué lo hace. ¿Será que nos quieres mucho?», explica. Los días de sor Luisa, y de las otras dos hermanas que forman la comunidad, transcurren entre el trabajo, la oración y la Eucaristía.
A sus 62 años, y al echar la vista atrás, se emociona: «Dios se sirve de lo pequeño, de lo frágil, para hacer cosas». Y añade: «Me siento una mujer plena. Estoy haciendo lo que quiero hacer, estoy con quien quiero estar y me siento profundamente amada».