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Stella Maris: al encuentro de las gentes del mar

El Apostolado del Mar lleva más de un siglo atendiendo a las necesidades de los marinos en cada puerto, pese al olvido del mundo y la reclamación urgente de más voluntarios. El 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, celebran su día

Durante el mes de julio, millones de españoles dejan sus hogares en busca de playas, mientras la Iglesia celebra a nuestra señora del Carmen, patrona del mar y de los marineros. Esta advocación pone el foco en aquellos hombres que se ganan la vida navegando, porque «la Iglesia es una barca y no se puede olvidar de la gente del mar», en palabras de Juan Esteban Pérez, marino de profesión y delegado de Apostolado del Mar y Stella Maris de Tenerife. «Normalmente, todo el año estamos olvidados de ellos, y estas personas no tienen atención espiritual ninguna. Es con la oración de todo el pueblo de Dios y con nuestros pobres testimonios que podemos ayudar a que reconozcan al Señor», agrega.

El Apostolado del Mar —Stella Maris—, nació como tal en 1920 en el puerto de Glasgow y luego se extendió por todo el mundo, si bien se tiene constancia de congregaciones religiosas que atendían a los marinos al menos desde el s. XVIII. Según explica Pérez, «fueron los jesuitas quienes promovieron la creación de esta pastoral», que en España no se organizó hasta 1927, en el puerto de Barcelona. Para Albert Arrufat, párroco y capellán de Stella Maris en Castellón, «es cierto que la pastoral del mar no goza de mucha visibilidad en la pastoral eclesial, tal vez porque, ante algunas necesidades de los marinos, se encargan otras instituciones más grandes, como Cáritas o las propias parroquias marineras. O porque esta pastoral necesita una dedicación muy vocacional y con conocimiento específico». En su opinión, «al principio se trataba de continuar la labor que ya se hacía desde tierra con la ayuda material y la oración común. Con el tiempo y la experiencia, se ha ido dando respuesta a las necesidades, fundamentalmente intangibles, como el sentirse bien recibidos, acompañados y queridos gratuitamente por un grupo de voluntariado que procura hacer más fácil sus vidas y su bienestar en los puertos».

Iglesia en salida

Esta labor, explica Ricardo Rodríguez-Martos, director nacional de Stella Maris, «pretende hacer sentir la presencia de la Iglesia en un ámbito que suele quedar olvidado», siendo «una viva imagen de Iglesia en salida que sale al encuentro de la gente de mar, “metiéndose con obras y gestos en la vida cotidiana”, como nos invita a hacer el Papa en la Evangelii gaudium». «En su tarea evangelizadora, intenta velar, en función de los tiempos y de los lugares, por el bienestar personal, social, laboral y espiritual de la gente del mar», prosigue Rodríguez-Martos, quien, como director nacional y en estrecha relación con el obispo promotor del Apostolado del Mar, monseñor Luis Quinteiro, está en contacto con todos los centros de España, intentando coordinar acciones conjuntas, ayudando y promoviendo la instauración de nuevos centros Stella Maris. 

«Nuestra labor consiste en la atención a los marinos, la acogida y visita a los barcos, además de todas las necesidades especiales, como pueden ser abandonos de naves, enfermedades, defunciones, etcétera», detalla Pérez. «La acogida —continúa— se hace en el centro de Stella Maris, donde, una vez llegados a puerto, ellos pueden llamar por teléfono, tienen zona wifi y ordenadores, biblioteca, películas, televisión… Una de las cosas que más nos demandan son Biblias. Y rosarios, muy especialmente los filipinos». Por su parte, Rodríguez-Martos señala que «los barcos están cada vez menos tiempo en puerto, por lo que hay que salir al encuentro de las tripulaciones. La comunicación con sus familias es muy requerida, como también la disponibilidad y el acompañamiento en situaciones complicadas».

A todo lo anterior, Pérez añade que los marinos «no tienen descanso ninguno a lo largo del año y que, además, son personas aisladas». «Por eso, una de las cosas que hacemos cuando vamos a visitar los barcos es dejar las luces encendidas y la radio puesta en el centro, para que ellos sepan que pueden llamarnos al teléfono», añade. «Somos como los bomberos, que están ahí, haya o no incendio», sentencia. Según resume Arrufat, «nos centramos en facilitar su estancia en tierra». Esto es: «Que puedan bajar del barco y desplazarse sin problema por el puerto y, una vez en el centro de acogida, puedan realizar compras, tener un tiempo de ocio en la ciudad o disfrutar de un refugio digno donde pasar un rato y comunicarse con sus familiares sin coste alguno».

Trabajadores sociales

Atendiendo a estas necesidades, se está pidiendo al Comité Nacional de Bienestar del Marino que alumnos de Trabajo Social pudieran realizar sus prácticas, así como que los propios trabajadores sociales puedan visitar y atender los barcos, pues «la pastoral es un conjunto y necesitamos quien dé continuidad a la labor social, cultural y laboral que se hace en Stella Maris», explica Pérez, «pues la dimensión espiritual está encomendada de manera especial al Apostolado del Mar». El puerto de Tenerife fue, tras el de Barcelona, el segundo de España en crear una Junta de Bienestar del Puerto, reafirmando la necesidad de contar con trabajadores sociales para que se preste este servicio de manera continua. «Es duro e impactante cuando tenemos que compartir los sufrimientos de los marinos. En los accidentes graves —no olvidemos que es un trabajo industrial— es duro tener que estar enfermo y en un hospital lejos de la familia. Aunque tienen todas sus necesidades sanitarias cubiertas por las aseguradoras, hace falta la compañía en esos momentos. Es hermoso acompañar, pues, a alguien que pasa por la vulnerabilidad y necesita el contacto humano y espiritual para sobreponerse a esos golpes difíciles», reconoce Arrufat. Por eso, reclama Juan Esteban Pérez,  «necesitamos voluntarios».

«Hace años —recuerda Ricardo Rodríguez-Martos—, abandonaron un barco con su tripulación en Barcelona, lo cual era bastante frecuente. Varios tripulantes fueron repatriados y quedaron a bordo solo tres: el capitán y dos más, todos pakistaníes, que tuvieron que permanecer más de un año a bordo. Durante ese tiempo, nos preocupamos de que no les faltara nada, pero lo más importante era el contacto personal, pues esas situaciones angustiosas desgastan. Eran musulmanes y el capitán me pidió un día una Biblia en inglés. Eso dio pie a largas conversaciones, en las que él me preguntaba sobre cristianismo y yo a él sobre el islam. Cuando por fin pudo partir, después de lograr que cobraran lo que se les debía, me dijo: “En el puerto donde vivo hay un Stella Maris. Seguro que puedo ayudar a atender a otros marinos como vosotros me habéis atendido aquí”. Años después, estando en el centro Stella Maris, llamaron a la puerta: era mi amigo pakistaní. Me abrazó y se puso a llorar. Fue un encuentro realmente emocionante». 

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