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Tiempo de la Virgen María

El día 8 de septiembre la Iglesia celebra la fiesta de la Natividad de la Virgen. Nueve meses después de celebrar la solemnidad de la Inmaculada Concepción, celebramos su nacimiento. Aunque el Nuevo Testamento no ofrece datos sobre el nacimiento de la Virgen María, una tradición veneró su nacimiento desde mediados del siglo V, en el lugar de la actual basílica de Santa Ana, en Jerusalén. Es una fiesta entrañable para el pueblo cristiano, una invitación a la alegría, porque con el nacimiento de María Santísima Dios daba al mundo la garantía de que la salvación era ya inminente. Los hombres y mujeres de buena voluntad verían realizadas sus expectativas de que algo muy grande estaba por llegar, la esperanza del pueblo de Israel podía contemplar a aquella niña en la que se concentraban las promesas divinas. Esta Niña, tal como anunció el profeta Isaías, es la Virgen que «está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel” (Is 7, 14).

Un escrito apócrifo del siglo II conocido con el nombre de Protoevangelio de Santiago, nos ha transmitido los nombres de sus padres, Joaquín y Ana, que celebramos el 26 de julio. Con su nacimiento llega al mundo la aurora de la salvación. En el Oficio de Laudes de hoy, la antífona del Benedictus lo resume bellamente: “Tu nacimiento, santa Madre de Dios, ha anunciado la alegría al mundo entero, pues de ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios: él ha sido quien, destruyendo la maldición, nos ha aportado la bendición y, aniquilando la muerte, nos ha otorgado la vida eterna”. No cabe duda de que el nacimiento de María significa el inicio del momento culminante en la «historia de la salvación», la Encarnación del Hijo de Dios en las entrañas virginales de María.

En nuestra Archidiócesis, podemos decir que septiembre es tiempo de la Virgen María. Las numerosas celebraciones marianas en este mes ponen a la familia diocesana en modo de homenaje permanente a la Madre del Redentor. A lo largo y ancho de nuestra geografía nos encontramos con celebraciones y devociones que ratifican con orgullo cada año el título de “Tierra de María Santísima”. La Virgen de las Angustias, en Alanís de la Sierra; la Virgen de los Dolores en su Soledad, en Albaida del Aljarafe; la Virgen del Consuelo, en Alcolea del Río; la Virgen de la Fuensanta, en Badolatosa y Casariche; la Virgen de Cuatrovitas, en Bollullos de la Mitación; la Divina Pastora, en Cantillana; la Virgen de Gracia, en Carmona; la Virgen de Consolación, en Carrión de los Céspedes; la Virgen de la Estrella, de Coria del Río; la Virgen del Valle, en Écija; la Virgen de la Estrella, en El Garrobo; la Virgen del Espino, en El Pedroso; la Virgen de Loreto, en Espartinas; la Virgen de la Sangre, en Gerena; la Virgen de la Granada, en Guillena; la Virgen de los Llanos, en La Roda de Andalucía; Nuestra Señora de Belén, en Las Navas de la Concepción; la Virgen de Setefilla, en Lora del Río; la Virgen de los Remedios, en Mairena del Alcor; la Virgen de Consolación, en Osuna; María Santísima de la Encarnación, en Peñaflor; la Virgen de la Granada, en Puebla del Río; la Virgen de Consolación, en Utrera;  la Virgen de la Estrella, Valencina, y la Virgen de Aguas Santas, en Villaverde del Río.

En Sevilla capital, la Virgen de la Hiniesta, la Virgen de Consolación, la Virgen de Guadalupe, la Virgen de la Luz, la Divina Pastora (antigua de Santa Marina) y la Divina Pastora de Triana. La liturgia de hoy confiesa y anuncia que el nacimiento de María irradia luz, alegría, esperanza, salvación sobre todas las Iglesias que hay en el mundo. Así lo vivimos en nuestra Archidiócesis, tan enriquecida con advocaciones y santuarios marianos y con las constantes manifestaciones de devoción de nuestro pueblo cristiano.

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