Del 1 de septiembre al 4 de octubre se nos invita a vivir un tiempo llamado “de la creación”. Las fechas vienen fijadas por celebrarse el 1 de septiembre la Jornada de Oración por el Cuidado de la Creación y el 4 de octubre por ser la fiesta de San Francisco de Asís, patrono de la ecología. Se trata de una iniciativa promovida por todas las Iglesias cristianas (católicos, ortodoxos, reformados…), unidas en la preocupación y responsabilidad ante el cuidado de la creación.
También desde nuestra diócesis lo viviremos comunitariamente. Así lo hicimos ayer en Neda y lo seguiremos haciendo con algunas otras actividades que se promoverán a lo largo de este tiempo. Invito a que individual y parroquialmente también organicéis algún tipo de acción que nos estimule a vivir mejor los objetivos de este tiempo. Sin duda en todas las parroquias hay lugares maravillosos que nos pueden ayudar a celebrar la maravilla que Dios nos ha dejado en la creación y a asumir la responsabilidad ética de su cuidado.
¿De qué se trata? Fundamentalmente de dedicar un tiempo a pensar y mirar la creación con otros ojos, si es posible, con los ojos de Dios. Todos sabemos que, en la vida ordinaria, hemos de sacar un tiempo para muchas cosas, especialmente para las importantes. Y cuando descuidamos los tiempos para las personas y las responsabilidades, las cosas se resienten. Este “tiempo de la creación” es una propuesta para admirar, contemplar, agradecer, reflexionar, pensar, orar, escuchar el grito de la creación y de los pobres… y comprometernos en clave de cuidado.
Nuestra casa común, la que habitamos, es un regalo recibido. Se trata de un don que no podemos utilizar únicamente en clave de provecho y explotación, sino desde la justicia intergeneracional. Las noticias nos hablan de recursos limitados, de la desaparición de especies, de refugiados climáticos, de la interconexión de los fenómenos, de cambios de ciclos provocados por la acción humana, de futuro incierto… No podemos mirar a otro lado y gozar de lo que tenemos irresponsablemente.
Y mucho menos como cristianos. Nuestra fe en un Dios creador nos recuerda la primacía de Dios sobre las cosas y que ha sido por puro amor por lo que gozamos de esta belleza que entraña el misterio de la vida. Además, sabernos criaturas nos ayuda a sentirnos vulnerables y necesitados todos de todos en el asombro de la diversa dignidad con la que Dios nos ha marcado. En efecto, la singularidad del ser humano nos ayuda a descubrir también “la bondad de los demás seres creados, que existen no solo en función del ser humano, sino también con un valor propio y, por tanto, como dones que le han sido confiados para ser custodiados y cultivados”.
La preocupación ecológica para los cristianos, por tanto, no es una moda que nos conecta con los tiempos actuales. Tampoco es una cuestión puramente ética. Se trata, como dice el papa Francisco, de “una cuestión eminentemente teológica pues concierne al entrelazamiento del misterio del hombre con el misterio de Dios”. Porque creemos en un Dios Creador y en un Dios que está al final de la Historia, nos sentimos en camino de esperanza hacia la plenitud de todas las cosas en Cristo. La casa común no nos es ajena, sino que está llamada a participar en esa llamada a la plenitud.
Os invito a que este tiempo nos ayude a conocer mejor lo que nos pasa en nuestro mundo. Que sus llagas nos indignen y provoquen un cambio en nuestros estilos de vida para volvernos más sobrios y solidarios. Que todo ello nos ayude a promover una necesaria transformación cultural que aliente los cambios estructurales urgentes desde el punto de vista económico. Y que la espiritualidad ecológica nos ayude a ver con ojos renovados las maravillas que hoy contemplamos.
Vuestro hermano y amigo,