Después del bautismo de Jesús, la liturgia nos sitúa ante un hecho que llama especialmente la atención hoy, que es la llamada a los primeros discípulos y la respuesta generosa de ellos a seguir la llamada.
Una de las notas más características de la llamada por parte de Jesús y de la respuesta por parte de las personas es la fascinación, el entusiasmo y la prontitud con que los discípulos responden a la llamada del maestro.
Los dos primeros discípulos, cuando oyen de boca de Juan el Bautista quién es Jesús —«el cordero de Dios que quita el pecado del mundo»— inmediatamente lo siguen, quieren conocer dónde vive, lo que vive, cuáles son sus valores, el estilo de vida. Cuando Jesús les dice «venid y lo veréis» (Jn 1, 39) ellos lo siguen y se quedan con él.
Se ha producido un verdadero encuentro entre Jesús y aquellos discípulos y, a partir de este encuentro, van a comenzar a construir su historia de seguimiento y discipulado, como discípulos de Jesús, como seguidores de su mensaje y de su vida.
El encuentro con Jesús es el punto de partida para el seguimiento, para ser su discípulo. Así fue con los apóstoles, con san Pablo y con todos los santos que ha habido a lo largo de la historia.
Esto es precisamente lo que les falta a muchas personas hoy. No se han encontrado de verdad con el Señor y por eso su fe significa tan poco para ellos. El encuentro con Jesús es el comienzo de una vida vivida según Dios y no podremos vivirla así si no se produce este encuentro con él.
El encuentro con el Señor es don de Dios y es búsqueda por parte del ser humano. Es algo que nos tiene que regalar el Señor, pero, al mismo tiempo, es necesario que nosotros lo busquemos, que deseemos encontrarnos con él.
Dios llama a cada ser humano, a Dios le interesamos cada uno, le interesan nuestras cosas, camina a nuestro lado siempre esperando una respuesta por nuestra parte, pero también espera que le abramos nuestro corazón, que lo busquemos, que nos interesemos por él y su mensaje, conscientes de que todo lo demás no va a dar respuesta válida a nuestros interrogantes y solo Dios podrá ser y será nuestra verdadera respuesta.
Es necesario que, como aquellos discípulos, le preguntemos: ¿Quién eres?, ¿qué quieres de mí?, ¿dónde vives?
Este encuentro con Jesús se realiza también a través del testimonio de otros: aquellos primeros discípulos se encuentran con Jesús y lo siguen por el testimonio de Juan el Bautista: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 35); Pedro le siguió por el testimonio de su hermano Andrés: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1, 41), que era uno de los dos que lo siguieron por el testimonio de Juan el Bautista. Tantos y tantos que, a través de la historia humana, se han sentido llamados por Dios a través de otras personas.
La importancia del testimonio en nuestra vida nos urge a valorar positivamente la vida cristiana que vemos en los demás porque, a través de ella y de ellos, nos está llamando el Señor a encontrarnos con él y a seguirlo viviendo su propio estilo de vida, es decir, siendo verdaderos discípulos suyos.
Nos urge también a valorar la importancia de nuestro propio testimonio para los demás, la importancia de que nosotros seamos verdaderos y auténticos creyentes en Jesús para todos cuantos nos contemplen vivir y actuar. Nuestro testimonio será el que motive y ayude a los demás a tener el verdadero encuentro de Jesús con ellos y, de ellos, con Jesús.