Hoy nuestros ojos están cansados de ver realidades de muerte. Al lado nos acecha la tentación de vernos rodeados de montañas de oscuridad. Tenemos cerca fuentes inagotables de ansiedad y sufrimiento: guerras, crisis naturales, grandes masas de gente hambrienta y sin hogar, conflictos sociales, manipulación de la verdad, actitudes materialistas dictadas por el egoísmo… Sabemos que la oscuridad no existe, sino que solo es carencia de luz. Pero, nos acecha la tentación de pensar, no que alguien haya apagado la luz, sino que realmente no hay resplandor alguno, que nos libre de la angustia.
En nuestro camino hemos llegado a intuir que el amor y la muerte, aun siendo antagónicos, pueden coincidir en un mismo instante (muchos han testificado que mueren por amor), y que nuestro sueño es que en esta lucha eterna entre la muerte y el amor, éste acabe siempre venciendo.
Quienes creemos y seguimos a Cristo le hemos visto mantener vivo el amor en el momento cumbre de su muerte. Todo cambiaría si el amor acabara venciendo sobre toda realidad de muerte, no solo en Él, sino en toda la humanidad.
Ante nuestros ojos aparece hoy la imagen de Cristo Rey del Universo. Es eso mismo, una visión, una contemplación, que nos ofrece la liturgia. Tiene hoy pleno sentido, envueltos como estamos en medio de tanta oscuridad. Pero es una visión, cuyo significado, lógicamente, no vemos realizado plenamente. Es una contemplación que exige fe y esperanza.
Asistimos a una ebullición del mundo de la política, en nuestra casa y en el ámbito internacional, como auténtica lucha de poder, con las armas del lenguaje, de las leyes o del dominio de la opinión pública o con las armas que matan en la guerra. Hemos de orar (contemplar) esta imagen de Cristo Rey en el contexto de esta crisis política que estamos viviendo.
Un gran autor, Jaroslav Pelikan, nacido en Estados Unidos, convertido del luteranismo a la Ortodoxia, comentaba en profundidad esta imagen de Cristo Rey, discerniendo las implicaciones políticas, jurídicas, sociales, económicas y religiosas que tenía en la vida de la Iglesia antigua y ha tenido a lo largo de la historia.
“Los cristianos no consideraron a Jesús como líder de una revolución política ‘desde abajo’… Sin embargo, esperaban la segunda venida de Cristo, que ‘desde arriba’ traería el fin del mundo y, por tanto, del imperio…” (Jesús a través de los siglos. Su lugar en la historia de la cultura, 70-71)
Y cita la pequeña y gran Carta a Diogneto (158 d.C.), verdadero esfuerzo de los cristianos antiguos para explicar qué son y quieren ser en relación con el mundo (y la política):
“¿Creéis que Jesús fue enviado por Dios, como cabría suponer, para establecer una especie de soberanía política, para inspirar temor y temblor? No ha sido así. Él le envió con suavidad y mansedumbre, como un rey que envía a su hijo que también es rey. Le envió como Dios envía a Dios… (Los cristianos consideran que) todos los países extranjeros son un patria para ellos, y cada patria es un país extranjero”
Los cristianos aspiramos a que Cristo reine efectivamente en todo, también en la política, a su manera, con su vida, su pensamiento, su poder, el poder de su amor, y proclamamos firmemente que el final de la historia Él será victorioso. Eso nos estimula a “dar espacio a su ‘reinado’ aquí”. Pero al mismo tiempo, mientras tanto, los cristianos pueden ser considerados extranjeros. Su Reino no es de este mundo, y sin embargo está en él.